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Ahora sí, ¿ya pasó lo peor?

La faceta más cruda de las “turbulencias” (Caputo dixit) habrían quedado atrás: pero es hora de chequear los daños

16 mayo de 2018

Cuando alguien pasa exitosamente ese Día-D que determinaba si la crisis se profundizaba o la cosa empezaba a pegar la vuelta, respira aliviado. Y está bien. Más aún si la jugada sale redonda, como salió. El dólar retrocedió ante la pared de US$ 5.000 millones de Federico Sturzenegger, no hubo corrida de las Lebac (de hecho, varios dijeron “Deme 2”) y, de yapa, “Toto” Caputo, ayer endiosado en las redes como “el Messi de las finanzas”, colocó unos US$ 3.000 millones en el mercado local.

Pero la crisis no se terminó allí. En rigor, El Economista dialogó con varios conocedores de los vaivenes de los mercados los que dijeron que, más allá de un supermartes (en sentido positivo), “está delicada la situación” y “no hay que bajar los brazos y seguir peleando”.

Pero, aun si se superaran, uno debe pagar los coletazos de la medicina amarga que ingirió. Y vaya si tomó. Un breve repaso de las “casualties” de la guerra cambiaria que puso (innecesariamente, creen muchos) de rodillas a Cambiemos: unos US$ 10.000 millones de reservas, la credibilidad del equipo económico en su conjunto, haber pedido favores (que luego se cobran), caída (no menor) de la imagen del Gobierno y el Presidente, endurecimiento fuerte de las condiciones monetarias (las tasas por las nubes), ajuste en la obra pública (uno de los motores del crecimiento), suba del riesgo país, leve abroquelamiento opositor y la lista puede continuar. Además, de yapa nomás, metiste en la cama a Christine Lagarde y su staff. Costó, pero habríamos llegado?

Hubiera sido deseable (dentro de lo posible dado que las turbulencias cambiarias, en rigor, se nos anticiparon a todos) una respuesta más eficiente y menos costosa

Pero, sobre todo, debe mensurarse el impacto macroeconómico (que luego decantará en lo político). Algunos economistas, como Rodolfo Santángelo, creen que el crecimiento (que ya venía golpeado por la feroz sequía) estará cerca de 0% en 2018 y la inflación, de 30%. Por suerte, la mayoría es algo más optimista, aunque no por tanto. El gradualismo, que ya nos deja atrás por imposición de los acreedores (viejos y nuevos), era el camino correcto y, como dice Igancio Labaqui, se le deben agradecer los servicios prestados, pero hubiera sido deseable (dentro de lo posible dado que las turbulencias cambiarias, en rigor, se nos anticiparon a todos) una respuesta más eficiente y menos costosa.

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