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Un aliado en la Casa Blanca

La relación estratégica de Estados Unidos con Arabia Saudita se retrotrae a 1945 cuando Roosevelt llegó a un entendimiento con el rey Saud

Atilio Molteni 27 marzo de 2018

Por Atilio Molteni Embajador

El príncipe Mohamed, de Araba Saudita, comenzó, el 19 de marzo pasado, una visita de dos semanas a Estados Unidos. Su presencia en ese país, cuyas relaciones especiales constituyen el denominado cuarto pilar del reino, se vincula con el deseo de obtener respaldo financiero y el apoyo de Washington hacia los objetivos políticos, sociales, tecnológicos, económicos y financieros por un lado y para su peligroso intervencionismo regional por el otro.

Al mismo tiempo, el presidente Donald Trump parece tener sus propios intereses en este diálogo. La Casa Blanca intenta aumentar la venta de armamentos sofisticados en la región, obtener aliados ante su eventual alejamiento del Acuerdo Nuclear con Irán en mayo próximo e interesar a la actual dirigencia saudita en la búsqueda de una solución pacífica del conflicto entre palestinos e israelitas.

La relación estratégica de Estados Unidos con el reino se retrotrae a febrero de 1945, cuando el presidente Franklin D. Roosevelt llegó a un entendimiento con el rey Saud, el que aseguró la preeminencia en la explotación petrolera de las empresas norteamericanas a cambio de apoyo financiero y seguridad. Fue una asociación importante basada en el intercambio de tecnología, defensa y, más tarde, en el despliegue militar a cambio de la estabilidad en el mercado energético. Tal alianza estratégica se basa en intereses y no en valores, lo que se extiende a una muy significativa cooperación militar y de contraterrorismo.

Durante su primer viaje al exterior, en mayo de 2017, Trump fue muy bien recibido al computarse su antagonismo con los ayatollahs, así como por su desinterés en los temas referidos a la democracia y los derechos humanos. Algunas de sus declaraciones se interpretaron como un respaldo a los puntos de vista sauditas, al referirse a Irán como la potencia que patrocina el conflicto sectario y el terror. Esto alivia los temores de Riyadh, ya que se interpretó que la presidencia de Obama había comenzado la retirada estadounidense de la región.

Arabia Saudita es un país central en Oriente Medio, fundado por el rey Abdulaziz ibn Al-Saud. Cuando este falleció, en 1953, lo sucedió su hijo Saud y luego la corona pasó a sus hermanos, creándose una realeza dinástica con amplios privilegios y considerada, sin duda alguna, como el primer pilar del Estado.

El segundo de los pilares son los religiosos wahabitas, cuyo vínculo con la familia Al-Saud viene de antigua data por cuanto éstos aceptaron el control político del país para sostener la unidad islámica, reemplazando la antigua solidaridad tribal por la solidaridad religiosa.

Históricamente, la familia real se quedó con el poder político y material, dejando que los clérigos ultraconservadores controlen la educación, la vida religiosa y la moralidad. Ellos pusieron énfasis en los “Compañeros del Profeta”, los “salaf al-salih”, hecho que indujo a denominar “salafi” a los movimientos modelados en ese ejemplo.

El 23 de enero de 2015, tras la muerte del rey Abdulá, llegó al poder el príncipe Salman. El nuevo monarca llevó al Gobierno a una nueva generación de príncipes, otorgando a su hijo Mohammed, un gran poder como ministro de Defensa, jefe de la Casa Real y director del Consejo Económico y de Desarrollo. En junio de 2017, lo nombró príncipe heredero y lo convirtió en la figura central, pues devino en el gobernante más joven y de facto del país (tiene 32 años).

Como derivación de múltiples acontecimientos originados en potenciales amenazas contra Arabia Saudita, hoy la región se ve asediada por una gran inestabilidad. Tal escenario condujo al replanteo de la política exterior, en la que Mohammed tiene especial participación. Esa revisión incluye un mayor acercamiento a Washington, un extremo antagonismo con Irán y la intervención militar contra los hutíes en Yemen (una operación muy controvertida por su costo económico, humanitario y su elevada indefinición). Asimismo, y en circunstancias muy complejas, optó por el paralelo endurecimiento de las relaciones con Qatar.

El primordial objetivo saudita es lograr que Teherán no alcance una influencia mayor y ante ello conduce sus acciones con cierta autonomía, como ya lo hiciera en 2011 en el caso de Bahrein y ahora en el de Yemen. El enfoque descansa en una alianza sectaria muy fluida entre algunos Estados sunnitas frente a sus rivales chiítas, a pesar de que la solidaridad entre los países del Golfo está quebrada por su distinta percepción de los peligros regionales generados por Irán, país que está presente en un arco geográfico que va desde Teherán hasta el Líbano.

Además, Arabia Saudita, tiene significativos problemas internos por las características de su régimen y por las fluctuaciones en el precio del petróleo, que constituye el tercer pilar del Reino. Cuenta para ello con el 16 % de las reservas mundiales probadas de hidrocarburos, es un gran exportador y mantiene la más amplia capacidad de producción. Y aunque el petróleo le provee el 75% de sus ingresos fiscales y el 90% de sus exportaciones, el incremento de la producción estadounidense hizo que el reino perdiera su condición rectora del mercado global.

En estos días, el rey Salman y su hijo impulsan un sustancial replanteo económico con la finalidad de atenuar la dependencia del petróleo, mediante la diversificación productiva. El enfoque se condensa en un “Plan de Trasformación Nacional” y en la denominada “Visión 2030”, en la que se plantea la modernización y el desarrollo de sectores no petroleros, el fomento de energías renovables, la mayor participación del sector privado y la ampliación del turismo.

Pero también tiene un componente político que descansa en la liberalización social, la limitación de la influencia de los líderes religiosos y el replanteo del papel de la mujer en la sociedad. Y si bien tales iniciativas tuvieron buen eco en la juventud, que constituye la porción mayoritaria del país, recibieron la crítica de sectores muy influyentes del poder.

Estos cuestionamientos se incentivaron por la detención e incautación de bienes de muchos de sus rivales dentro de la familia real y de importantes hombres de negocios (bajo el rótulo de lucha contra la corrupción). Ello hace prever la aparición de desafíos políticos y económicos de envergadura y una probable crisis de alto voltaje. El futuro inmediato es realmente incierto.

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