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La errónea obsesión por la inflación

Si no se comprende acabadamente que el motivo por el cual todavía estamos esperando el "segundo semestre", se corre el riesgo de que la paciencia de la sociedad se agote

14 marzo de 2018

Por Jorge Bertolino Economista

Uno de los más serios problemas de la economía argentina, tras setenta años de populismo e inflación, es la falta de pasión por el crecimiento y el desarrollo de la mayoría de los economistas que publican sus opiniones en los medios.  Involuntariamente, en la mayoría de los casos, inoculan resignación y conformismo en la mente de los que siguen  las noticias y opiniones por los distintos medios de comunicación.

Es excesiva la atención que se está poniendo sobre el proceso de desinflación en que está empeñado el Gobierno. Los economistas y opinadores hacen cola para anotarse en uno de los dos bandos que se ubican a ambos lados de la grieta que ha abierto el cambio en la política monetaria del BCRA, que está implícito en la modificación de las metas de inflación del pasado 28/12.

Esta inútil obsesión por la inflación desnuda la falta de audacia e imaginación de la sociedad, que el Gobierno hace suya en su afán de no contradecir la voluntad popular y obtener la reelección del Presidente, en lo que Carlos Melconian denomina acertadamente “Plan Perdurar”.

Dos o tres puntos más o menos de inflación no modificarán la impaciencia y el mal humor en que están sumidos vastos sectores de la población. La inflación es un fenómeno estrictamente monetario y sólo disminuirá genuinamente cuando el equilibrio fiscal asegure tasas de crecimiento moderadas de la cantidad de dinero (oferta monetaria). La alquimia monetaria que proponen algunos analistas, consistente en elevar las tasas de interés hasta ahogar el proceso inflacionario actual, es sólo un método represivo de la inflación. La enseñanza de numerosos episodios de inflación reprimida en las últimas décadas es que su resultado final es un resurgimiento más virulento del fenómeno que se quería controlar.

Pese a la solidez teórica de la idea de que siempre es posible encontrar una tasa de interés lo suficientemente alta como para desalentar las presiones inflacionarias, la evidencia empírica indica que ese esquema lleva en su interior la semilla de su propio fracaso. En países como el nuestro, de escasa importancia relativa en la esfera mundial, con una historia inflacionaria prolongada, con bajos índices de monetización y con mercados de capitales poco profundos, las excesivas tasas de interés provocan rápidamente efectos recesivos, y la caída de la actividad disminuye la recaudación fiscal, incentivando una mayor emisión monetaria que realimenta el proceso inflacionario.

Un (nuevo) camino

Una receta más indirecta pero también más eficaz para combatir genuinamente la inflación es propiciar un proceso de crecimiento vertiginoso a “tasas argentinas” mediante un conjunto de medidas destinadas a incrementar la rentabilidad empresarial. La economía argentina está ahogada por la excesiva presión impositiva y la alta incidencia de diversos sobrecostos que forman lo que suele denominarse “costo argentino”. Y aseguraría además, genuinamente, la reelección de quien generara este proceso, sin la necesidad de marketing ni de plegarias para que no aparezca ningún rival creíble en la oposición.

La enjundia y la pasión por tomar partido en esta inútil controversia debería destinarse a discutir lo que se pregunta Dani Rodrik en su último libro. ¿Cómo hacemos para desarrollarnos?

Según Rodrik, integrarse al mundo, bajar la inflación y estabilizar la deuda pública, son condiciones necesarias pero no suficientes. Es necesario invertir en los factores que empujan el crecimiento a largo plazo: la educación, las instituciones y la productividad. Ninguno de ellos es instantáneo. Lleva años o tal vez décadas obtener resultados significativos.

El mismo Rodrik, llegado a ese punto, se pregunta: ¿Están las sociedades dispuestas a esperar?

Desde esta columna sostenemos que es necesario atacar conjuntamente  estos factores de largo plazo con una urgente reducción de la presión fiscal sobre el sector productivo.

El gradualismo actual se parece más a la inacción (como ha sentenciado recientemente Melconian) y sin un cambio rotundo en la selección de políticas se corre el riesgo de perder el favor de la sociedad y que vuelvan al ruedo propuestas regresivas que nos hagan perder  setenta años más. La timidez y la falta de audacia no suele ser buena consejera. Mejor arriesgarse y ser protagonista que resignarse a la mediocridad siendo espectador.

Crecer, crecer, crecer

La convergencia fiscal que pregona el Gobierno sólo es posible con crecimiento, para que la recaudación crezca más rápido que el gasto público. Pero el crecimiento será amarrete porque la economía está ahogada por la falta de rentabilidad de vastos sectores productivos.

Para bajar rápidamente el costo argentino y provocar un shock de inversiones que permita crecer sostenidamente a altas tasas es necesario bajar significativamente la presión fiscal. Hay que eliminar el Impuesto al Cheque, los Ingresos Brutos provinciales, los aportes patronales sobre los salarios y todos los impuestos que gravan la electricidad, el gas y los combustibles. También es necesario reducir el Impuesto a las Ganancias de las empresas al 25%, pero inmediatamente, no en varios años como se dispuso en la última reforma impositiva.

No debe temerse la pérdida de recaudación que teóricamente se generaría, ya que la curva de Laffer permite predecir que, si la hubiera, sería transitoria y fácilmente financiable con recursos que podrían proveer organismos financieros internacionales con tasas de interés cercanas a cero. La curva mencionada pronostica que la recaudación no baja ante la reducción de la presión fiscal si la economía se encuentra gravada por encima del punto de máxima recaudación. A medida que se incrementan las tasas impositivas, predice, aumenta la recaudación. Pero en un cierto punto, ésta se hace máxima, indicando que a partir de allí, todo incremento de impuestos reduce los ingresos fiscales porque se pierde actividad y se genera informalidad y evasión. Es bastante obvio que la economía argentina ha superado largamente este punto de máxima tolerancia impositiva.

En un clima de fuerte crecimiento de la economía y, conjuntamente, de la demanda laboral, será posible efectuar, sin costo social, el traspaso al sector productivo del exceso de empleados públicos que existe en la actualidad, como propone, entre otros, José Luis Espert.

Tras más de una década de bajo crecimiento mundial, existe una evidente aceleración en la mayoría de los países más importantes: EE.UU., China, Europa, Brasil y otros, donde se predicen variaciones positivas del 4-5 % anual.  Nuestro país está ausente de este clima festivo, y sólo se anota un crecimiento amarrete de 2,5% que, a duras penas, supera el 1,5% de crecimiento vegetativo poblacional, resultando un  crecimiento per cápita del 1%. Muy poco tras cuarenta años de estancamiento y con niveles de pobreza del 30%.

Si no se comprende acabadamente que el motivo por el cual todavía estamos esperando el segundo semestre y la lluvia de inversiones es la antes mencionada falta de rentabilidad de casi todos los sectores de la economía y se continúa con el desesperadamente lento gradualismo actual, se corre el riesgo de que la paciencia de la sociedad, como muchas otras veces, se agote, y se dé lugar a la aparición de recetas que se creía olvidadas para siempre.

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