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Ganó el gradualismo: demos vuelta la página

Saldado el debate sobre el gradualismo y el shock, hablemos del déficit previsional y el rojo externo

05 marzo de 2018

Por Miguel Zielonka Director Asociado en Econviews

23 de febrero de 2018. José Luis Espert publica en el diario La Nación la nota “Macri en el país de las Maravillas”.  En ese artículo plantea:

“Para tener una idea del desafío por delante, el gasto público debería bajar mínimo 15% del PBI; el déficit fiscal, a 0, y la inflación, a nivel internacional. Ni hablar de la contrarreforma estructural que hay que hacer para desandar el camino de nuestra decadencia ya casi secular. Entre otras cosas, hay que reprivatizar todo lo que el kirchnerismo estatizó, eliminar la coparticipación federal de impuestos y que las provincias se paguen el gasto propio; sacarles a los sindicatos las obras sociales e ir a una red de hospitales públicos nacionales; quitar la obligatoriedad que existe (en los hechos) para la cuota sindical; renegociar ya los convenios colectivos de trabajo; ir a una apertura total del comercio sea firmando acuerdos de libre comercio con el grueso del mundo u optando por una apertura unilateral como la chilena de mediados de los años 80”.

2 de marzo de 2018. Ignacio Labaqui publica en el diario El Economista la nota “Espert o el triunfo de la voluntad”.  En respuesta a Espert concluye su nota con la siguiente reflexión:

“No hay dudas acerca de la necesidad de sanear las cuentas públicas, reducir la carga tributaria que enfrenta el sector privado, bajar la inflación y aumentar la apertura de nuestra economía. Pero ello debe hacerse en un contexto que el recetario de Espert parece no tomar en cuenta. Un contexto signado entre muchos otros elementos por la división de poderes y por elecciones periódicas en las cuales los gobernantes deben dar cuenta de sus acciones ante la ciudadanía. La política económica no opera en el vacío. El entorno social y político le imponen restricciones muy importantes. Cualquier propuesta que ignore ello es, por ende, un mero ejercicio de voluntarismo puro y duro”.

4 de marzo de 2018. Rodrigo Pena publica en el diario La Nación la nota “La economía plateísta”.  También en respuesta a Espert repasa los números fiscales y presenta su opinión de que una serie de ajustes en el gasto público que se enumeran en el artículo son medidas extremas, irrealizables y con un impacto negativo fenomenal que apenas alcanzaría para bajar 5 puntos del PBI”.  Luego, Pena cierra su artículo con estos párrafos: “En los estadios de fútbol nunca faltan las personas que desde la comodidad de su asiento insultan a los jugadores y al técnico, y les explican lo que deben hacer para salir campeones. Por lo general se ubican en la platea. En economía también hay plateístas que se especializan en soluciones mágicas. Pero cuidado: las soluciones mágicas también fueron parte de los últimos 70 años de fracasos económicos. Una cosa es criticar livianamente desde la platea. Otra, muy distinta, es tener la responsabilidad de administrar un país con millones de argentinos. Un país representativo, republicano y federal. Aunque a algunos les pese”.

Más aportes

En las líneas anteriores compartí con ustedes algunos extractos de cada artículo referenciado con la intención de armar mi caso a partir de ellas y sumarme al intercambio de ideas.  Lo hago desde la platea pero con ánimos de criticar constructivamente.  La elección de cada extracto es personal y me hago cargo de cualquier error.  Para evitar confusiones o sesgos invito a los lectores a ir a las fuentes y leer cada artículo de manera completa. Todos ellos son imperdibles.

En primera medida, creo que a esta altura el contrapunto shock o gradualismo está agotado.  Ya hemos discutido durante más de dos años sobre ese eje y debemos dar vuelta la página.  Estoy del lado de la biblioteca que sigue convencida de que no había ni hay espacio para el shock.  De todos modos, lo más importante es que el Gobierno lo manejó como directriz de gestión, pero que luego la ciudadanía lo aceptó y refrendó a la luz del resultado de las elecciones de octubre pasado. Para mí, tema cerrado.

En segunda medida, ninguno de los artículos de la saga menciona el corazón de nuestro problema fiscal: el sistema previsional.  El gasto en jubilaciones y pensiones no es actuarial ni financieramente sustentable y es el principal ítem de egresos a nivel nacional.  Ahí sí hay materialidad para recortar gastos.  Todos lo saben, pero nadie habla de eso.  Una vez termine la recomposición de las tarifas de los servicios públicos en términos reales y se reduzcan los subsidios económicos a su mínima expresión no hay otra olla para raspar y bajar el gasto nacional que no sea la del gasto en jubilaciones y pensiones.  La demografía nos juega en contra: la población envejece, hay pocos aportantes activos, y el monto de beneficios no se condice con lo que razonablemente podemos afrontar como sociedad.  Resulta antipático decirlo pero los jubilados son, en términos relativos, un grupo privilegiado: el porcentaje de pobres entre los adultos mayores es el más bajo de todos los grupos etarios.  Es duro bajar jubilaciones. Es sacrificar el “pasado”.  Pero no recortar pagos previsionales es sacrificar el “futuro” y en algún momento hay que dar ese debate que todos están pateando para más adelante.

Finalmente, otro punto no abordado en la saga de artículos es el de la vulnerabilidad externa.  Tenemos un déficit de cuenta corriente muy abultado.  Se puede transitar temporalmente en estos niveles pero hay que corregir este desequilibrio lo más temprano posible.  En particular, la hipótesis que tengo para plantear aquí es que el principal factor por el que tenemos un déficit de cuenta corriente tan alto es porque no exportamos lo suficiente.

Así, la reducción del gasto previsional y el fomento genuino de las exportaciones deberían para mi constituirse en los dos ejes centrales del debate que tenemos por delante como sociedad.  Si no logramos resolver esos dos obstáculos, ponernos de acuerdo y adecuarlos a nuestras circunstancias y posibilidades, los inversores se irán con sus cosas para otro lado.  La inversión no es amiga del voluntarismo de ningún signo.  Pensar que se puede bajar el gasto público nacional en 15 puntos del PIB es voluntarismo, pero también lo es creer que un crecimiento sostenido del 3% es suficiente para resolver definitivamente nuestros problemas fiscales o restituir el equilibrio de las cuentas externas.

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