El Economista - 70 años
Versión digital

sab 20 Abr

BUE 17°C

El Plan Argenchina

Es necesario pasar del “Plan Perdurar” al “Plan Argenchina”

26 marzo de 2018

Por Jorge Bertolino Economista

Luego de esperanzar a millones de argentinos con un diagnóstico moderno y superador y llevar a cabo, al inicio de su gestión, una serie de iniciativas importantes e imprescindibles, como la salida del “cepo cambiario”, la ruptura del aislamiento con el sistema financiero internacional, el comienzo del desmantelamiento de la absurda red de subsidios a los servicios públicos y la instalación de un discurso favorable a la inversión y la iniciativa empresarial, algunos errores, producto de la falta de centralización de la política económica y un excesivo gradualismo en la resolución del desajuste fiscal heredado del Gobierno anterior, comenzaron a minar la credibilidad del Gobierno y a despertar nerviosismo, y en algunos casos desazón, en vastos sectores de la población, sobre todo en aquellos que apoyaron decididamente al Gobierno desde su comienzo, y hoy cuentan con pocos argumentos para seguir defendiendo y apoyando la política actual.

Rumbos y ritmos

El rumbo elegido por el Gobierno es el correcto. La mayoría de los economistas coincidimos en que la apertura al mundo, tanto en términos financieros como comerciales, la disminución del gasto público, el equilibrio fiscal, la libertad de mercados, la eliminación de distorsiones microeconómicas que causan sobrecostos a los sectores productivos, etcétera, son elementos importantes en la determinación de una política económica exitosa en términos de asegurar un crecimiento importante de la economía que permita erradicar la pobreza y aumentar significativamente el nivel de vida de toda la población.

La falta de congruencia entre la política fiscal y la política monetaria es consecuencia de la ausencia de una conducción férrea del área económica, incluido el BCRA, por parte de un ministro que comprenda las interrelaciones entre ambas y que tenga en mente un modelo de equilibrio general superador de los antagonismos y contraindicaciones que el excesivo parcelamiento del poder genera entre las medidas de los distintos sectores.

El diagnóstico es correcto. La dificultad está en que el Gobierno desea ir en una dirección pero no acierta con las herramientas de política económica necesarias e imprescindibles para encaminarse a ella. Por ineficacia o inacción, el rumbo actual es diferente al elegido. No se está yendo hacia una economía más abierta en términos comerciales (aunque sí en materia financiera). Los números del comercio exterior son muy elocuentes en esta materia. Las exportaciones se incrementan muy lentamente y las importaciones crecen muy apresuradamente. Esto, en un marco de estancamiento (el bajo crecimiento es también estancamiento), es negativo. Si estuviéramos en un proceso de crecimiento acelerado de la economía en el que el incremento presente de las importaciones augurara un crecimiento futuro de las exportaciones, el empleo y los salarios, la situación podría considerarse transitoria, y seguramente la crítica de los sectores tradicionalmente proteccionistas no encontrarían suficiente eco en la opinión pública.

La apertura es buena para los países pequeños como el nuestro. Mercados internos de tamaño insuficiente como para permitir una escala de producción eficiente, obligan a la especialización en los sectores con mayores ventajas comparativas, produciéndolos masivamente para atender la demanda del mercado interno y exportar el excedente al resto del mundo. Algunos de los productos y servicios que no es posible producir una vez alcanzado el pleno empleo, en este hipotético modelo, debe importarse todas partes.

Pero abrir la economía a las importaciones, una buena medida en sí misma, en presencia de graves distorsiones que pesan gravosamente sobre los sectores productivos solo ocasiona, en el corto plazo, pérdida de bienestar y malhumor en la población. Deberían eliminarse rápidamente todas las distorsiones y luego abrirse totalmente la economía. Pero en ese orden. Si no se comprende esta restricción, se corre el peligro de alentar discursos aislacionistas que ya de por si son numerosos en nuestro país. Para ello basta ver estadísticas internacionales de relevamiento de opinión pública que nos ubican como uno de los más refractarios a la libertad de comercio y a la apertura hacia los países más ricos. Nuestra población, en las encuestas, sólo dice favorecer la integración con los países más pobres. Pobreza más pobreza nunca es sinónimo de riqueza.

La disminución del gasto público es demasiado tenue y el equilibrio fiscal está muy lejano. La manipulación del concepto de déficit primario, escondiendo los intereses y el déficit financiero debajo de la alfombra, sólo engaña a los menos avisados. Nunca a los decisores de inversiones, que se sientan sobre el dinero y esperan señales más seguras de consolidación fiscal. El rumbo es correcto pero la velocidad extremadamente lenta. Y un hipotético mayor incremento al esperado en las tasas de interés internacionales echaría por la borda todos los cálculos, ya de por sí muy ajustados.

La eliminación de distorsiones sólo es acelerada en materia de subsidios. Pero esto beneficia solo a unas pocas empresas y perjudica al resto por el incremento incesante de las tarifas. Nuestras empresas, sobre todo en el sector Pyme, que es el mayor generador de empleo y equilibrio social, soportan tarifas de servicios públicos muy superiores a las internacionales. La maraña de impuestos, tasas y contribuciones nacionales, provinciales y municipales que los gravan explican una buena parte de este sobrecosto. Los altísimos impuestos sobre los combustibles encarecen significativamente los fletes, alterando las matrices de costos de toda la economía. Los excesivos impuestos al trabajo más el elevado costo de la litigiosidad laboral agregan otra dosis más de desequilibrio.

Un nuevo enfoque

Como puede verse luego de esta desordenada enumeración, son muchas las tareas a realizar para mejorar las posibilidades de crecer más rápidamente. Varias y de ejecución prolongada. Llevará un tiempo significativo concretarlas. Seguramente más de un período de Gobierno.

Sin embargo, con solo dos decisiones en las altas esferas del Gobierno, es posible generar una nueva situación que cambiaría la perspectiva y la realidad de todo el sector productivo. Este nuevo escenario permitiría que la tarea pendiente pueda realizarse con el tiempo necesario que cada medida requiere, ya que el ingreso a un período de crecimiento acelerado amortiguaría los reclamos sociales y otorgaría un plafond político hoy inexistente para encarar las dolorosas reformas necesarias para salir del desánimo actual, que es significativo en el interior del país. La primera decisión debería ser retornar al control unipersonal de la economía por el ministro del ramo, desmantelando el parcelamiento actual. El segundo, poner en funcionamiento un plan económico para crecer aceleradamente. Es necesario pasar del “Plan Perdurar” al “Plan Argenchina”. La teoría sobre la política económica, una rama importante de la economía política, es un cuerpo vivo. Su acervo de conocimientos se modifica permanentemente, en una interacción interminable de experiencias exitosas y fallidas, cada una de las cuales aporta su cuota de aprendizaje tras un razonamiento esclarecedor de las consecuencias de la aplicación de las diferentes herramientas posibles de política económica. En nuestro país, el aprendizaje ha sido notable en las dos últimas décadas en las que las más variadas herramientas han sido puestas en uso. Debe confiarse en que los errores del pasado han servido para enriquecer el programa de opciones y que no se repetirán las negativas experiencias que finalizaron en crisis y decepciones notables de las expectativas previas. La mayoría de los economistas tiene en claro cuál es la dirección adecuada y los instrumentos necesarios para dirigirse a ella.

Rol coordinador

Por todas estas razones, debería confiarse en el rol coordinador y la visión integral de este nuevo formato centralizador de la política económica, que debería ajustarse a cumplir con la tarea encomendada: diseñar y ejecutar un plan económico detallado, con metas de corto, mediano y largo plazos, que tenga como prioridad absoluta crecer aceleradamente y de manera sostenida durante un período de por lo menos diez años. Todas las variables tendría que sujetarse a este objetivo prioritario, que debería considerarse una cruzada nacional en pos de ubicar a nuestro país entre los más prósperos del planeta, tal como lo fuera un siglo atrás.

Además, habría que explicarse claramente a la población el sentido de cada una de las medidas que se implementen, en la búsqueda de comprensión y apoyo.

Debería adoptarse una combinación de políticas que pusiera el acento en aumentar marcadamente la rentabilidad empresarial, disminuyendo rápidamente la presión impositiva con financiamiento del desequilibrio fiscal transitorio por parte de organismos financieros internacionales. Endeudarse para crecer no es lo mismo que endeudarse para mantener artificialmente un gasto público desproporcionado y paralizante de la actividad económica.

En un marco de franco crecimiento, sería sencillo traspasar al sector privado, sin despidos, el empleo público redundante. Muy probablemente, la herramienta elegida sería otorgar fuertes y transitorios incentivos económicos a las empresas para que contraten y entrenen a estos agentes, que abandonarían una función improductiva para contribuir al crecimiento en sectores que aportarían más bienes y servicios a los ya existentes.

Con el desarrollo que ha tenido en las dos o tres últimas décadas el cuerpo de teoría sobre la política económica, es posible elegir herramientas de política que permitan crecer aceleradamente sin pagar innecesarios costos sociales. Debe confiarse en la profesionalidad del economista y sacar la economía de la mano de los políticos. Estos deben limitarse a controlar que se cumpla con el mandato otorgado. Por eso es clave que éste sea bien específico: crecer, crecer, crecer. Este mantra debería repetirse cotidianamente en todos los rincones del país. Debería ser una obsesión focalizadora y disruptiva de la situación de estancamiento y decadencia de las últimas décadas.

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés