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La negociación con Canadá

Como parte del épico objetivo de “reinsertar a Argentina en el mundo”, el Gobierno está embarcado en la negociación de un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y Canadá

26 febrero de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Como parte del épico objetivo de reinsertar el país en el mundo, el Gobierno de Mauricio Macri también está embarcado en la negociación de un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y Canadá. Si bien hasta ahora no se conocen en detalle los intereses o ideas ofensivas y defensivas que se fueron tanteando en esos contactos, los accidentales trascendidos, pálpitos y comentarios de quienes tienen llegada a los “que están en la cosa”, dan la sensación de que hay más voluntad que conocimiento de la materia a pactar. El probable anuncio oficial de este proyecto se destaparía en los primeros diez días de marzo, tras concluir casi un año de herméticas sesiones exploratorias.

No obstante ello, Canadá siempre suele optar por la transparencia. El ministro de Comercio, Phillipe Champagne, insinuó ciertos enfoques, expectativas e intereses que prevalecen en su gobierno. En Brasil, las autoridades sostienen regular diálogo y consultas con los referentes de la sociedad civil,  temperamento que siquiera se alteró al conocerse los planes de casamiento o compra-venta atribuidos a Embraer y Boeing por un lado, ni por la aguda disputa de ambas empresas con Bombardier por el otro, al confirmarse el inminente despacho a plaza de los primeros aviones ultra-competitivos o ultra-subsidiados, según se opine, de la nueva línea C de esa última firma británico-canadiense.  No es la primera vez que Canadá y Brasil tienen litigios difíciles en dicho sector.

El antecedente de la Unión Europea (UE) es más sugestivo. Ahí se estila difundir oficialmente, y en tiempo real, las ideas e instrucciones que se emplean para negociar, lo que supone consulta previa y continuada con los sectores afectados, los expertos relevantes y a otros actores de la sociedad civil. En Estados Unidos hay diversos foros institucionales de consulta permanente, así como  diálogos frecuentes con la Casa Blanca. El Poder Ejecutivo está obligado a ceñirse a los lineamientos aprobados por el Congreso para conducir las negociaciones internacionales, obligación que suele respetarse con bastante escrupulosidad.  En Argentina se hicieron diversos ensayos orgánicos de diálogo y consulta, los que fueron sucesivamente abandonados por las oscilaciones hepáticas del poder.

Quienes creen entender la política comercial, saben que reinsertar al país en el mundo es una idea apropiada y necesaria. Pero hacerlo como un testimonio de fe aperturista, sin determinar con precisión la viabilidad, las  ventajas y los riesgos involucrados, ni tener claro con quiénes estamos negociando, o el escenario que derivará de tales acciones, puede suponer un error mayúsculo. Abrir la economía sin preparar a tiempo la capacidad de competir, es en sí mismo un acto suicida y una forma malsana de desprestigiar los méritos y la viabilidad del enfoque (una forma heterodoxa de evocar, por este columnista, los consejos del ingeniero Hernán Büchi, autor del milagro chileno). Ninguna entidad del Gobierno de Argentina, lo que con algunas reservas es extensible a las organizaciones civiles y la academia, parece hoy totalmente capacitada para sostener una negociación exigente y al día sobre proteccionismo regulatorio, y muy poca gente sobre los efectos de los subsidios, de modo que pactar sobre acceso a los mercados con semejante equipamiento profesional, equivale a saltar de un avión sin paracaídas.

A principios de este siglo, una agencia del Gobierno canadiense solía advertir con folletería, a los empresarios visitantes, que ese mercado no era aconsejable para librar las primeras batallas en el oficio de exportar. Alegaban en forma tácita que ser proveedores de grandes cadenas de supermercados, de grandes tiendas o de monopolios provinciales de comercio (como los que controlan la compra y distribución de vinos y otras bebidas alcohólicas), no era una misión del todo accesible para el operador bisoño, lo que no necesariamente excluye a los principiantes lúcidos y con apropiados reflejos. En todo caso indicaba que Canadá está lejos de verse a sí mismo como un mecenas de los exportadores noveles o a medio terminar, o de entusiasmarse por la llegada de pymes, lo que en estos momentos constituye una religión universal y negadora de una economía planetaria  que se rige, esencialmente, en el comercio entre enormes cadenas que agregan valor a materias primas, insumos o diversos escalones de piezas semiterminadas. Las pymes son una buena opción de comercio exterior para integrarse a la producción de series cortas, de trabajos tercerizados que requieren equipos a medida o de alta calidad, o  para alimentar a los distribuidores que pueden agrupar distintas empresas de series cortas bajo un mismo techo y, a veces, bajo una misma marca.  En muchos sectores de actividad Canadá y Argentina son economías competidoras, no complementarias.

Cualquier industria que haya dado pelea por ganar un espacio de estantería en un supermercado o en una cadena de tiendas; por someterse a las exigencias sanitarias, técnicas, ambientales y de calidad aplicables a sus productos (a veces exigencias ilegales); y a los costos de llegar al consumidor minorista, incluyendo los importantes gastos exigidos en materia de promoción y publicidad, sabe que el proceso no es fácil ni accesible para pequeñas empresas  (muchas de las más grandes firmas de nuestro país son comparativamente medianas o pymes a escala internacional). En Canadá, el acceso a los grandes conglomerados comerciales del sector alimentario son terrenos dominados, sector por sector, por cinco o seis etnias que tienen fuerza para imponer algunas de las reglas no escritas del negocio. Ignorar esos canales de acceso, equivale a despedirse de la oportunidad de entrar al mercado.

En varias ocasiones los organismos oficiales de promoción de nuestro comercio exterior se dedicaron a cruzar febrilmente estadísticas con el fin de localizar, mirando la computadora, la demanda potencial para los productos argentinos, estadísticas que no dicen nada acerca de las preferencias reales y culturales del consumidor. Esa puerilidad analítica no permite entender lo obvio. El vector secreto de cada negocio está siempre vinculado al conocimiento de las reglas no escritas de cierto mercado y para eso se requiere evaluar a fondo, como sostiene algún colega periodista, “lo que sabe y dice la calle”.

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