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La desinflación y el gatillo

Ante el comienzo de las negociaciones salariales, se plantea un debate sobre las ventajas y las desventajas que implica utilizar la cláusula

02 febrero de 2018

Por Matias Carugati Economista Jefe M&F Consultora

El proceso de desinflación puede ser analizado por la lente de la economía política. Esquemáticamente, se trataría de un juego de coordinación entre tres actores, que tienen que “ponerse de acuerdo” para bajar la nominalidad de la economía. Empresas que maximizan ganancias, sindicatos que maximizan poder adquisitivo y el gobierno que intenta reducir la inflación lo más posible al menor costo (actividad). El gobierno “movió” primero, con una meta de inflación ambiciosa que busca influir sobre las expectativas (y, por ende, en las acciones) de los demás actores.Ahora es el turno de las paritarias, y los economistas nos encontramos debatiendo la utilidad de seguir utilizando la cláusula gatillo en las negociaciones.

Quienes están (estamos) a favor, vemos a las cláusulas como herramienta que ayuda a anclar expectativas.Cuando el gobierno no goza de plena credibilidad, los agentes (lógicamente) no confían en las metas de inflación. Por lo tanto, sus expectativas y sus acciones no estarán del todo alineadas con los objetivos. La cláusula gatillo ayuda al gobierno a alinear los aumentos salariales con las metas de inflación. Si luego éstas se cumplen, se refuerza la credibilidad del gobierno y empiezan a funcionar como ancla nominal. La cláusula gatillo vendría a ser, en cierto sentido, una muleta que ayuda al paciente a desplazarse hasta que puede caminar por sí solo.

Quienes están en contra de la cláusula gatillo esgrimen un punto relevante. Este tipo de mecanismos fomentan la indexación de la economía, lo que alimenta la inercia de los precios y dificulta el proceso de desinflación.Es cierto: frente al incumplimiento de la meta inicial se dispara el gatillo y el “push” de costos agrega unos puntos a la inflación del período siguiente. Esto complica el cumplimiento de la meta futura y así sucesivamente. Sin embargo, aceptemos la realidad: con una inflación de dos dígitos por más de una década, la economía está indexada “de facto”. Por caso, si analizamos la evolución del salario privado formal observamos que, sistemáticamente, le ganó la carrera a la inflación. La excepción fueron los años de devaluación, cuando los incrementos fueron menores a la inflación tanto por las condiciones macro (recesión) como por la incertidumbre respecto a la inflación esperada.

El gobierno quedaría más cerca de cumplir la meta con el uso de la cláusula gatillo que sin ella

El problema del contra-fáctico. Cuando se plantea la dicotomía “gatillo no-gatillo sí” pareciera que se confunden los posibles escenarios. Veamos la situación actual. Al margen de temas puntuales de la negociación en cada sector (sueldo básico, extra remunerativo/no remunerativo, etcétera), pareciera que la mayoría de los sindicatos están de acuerdo con incrementos de 15% (o sea, la meta) más una cláusula gatillo por la diferencia con la inflación observada. No sabemos con certeza cuál podría ser un arreglo convincente sin cláusula gatillo, pero, si nos guiamos por las proyecciones de inflación de los analistas (REM) o las expectativas sociales (UTDT), estaría más cerca de 20% que de 15%.

Volvamos al principio. En nuestro juego secuencial, el gobierno fija la meta en 15%, los sindicatos negocian luego las paritarias y las empresas “mueven” al final, definiendo los precios en función del sendero salarial (que ya saben con certeza) y del resto de sus costos (inciertos). Si lo que planteamos antes es correcto, el gobierno quedaría más cerca de cumplir la meta con el uso de la cláusula gatillo que sin ella.

Por cierto, la realidad es más compleja. La suba de tarifas y la depreciación afectan el resultado final. Y la política monetaria también juega un rol clave. En nuestro esquema entraría al final de esta cadena de decisiones. La hemos omitido a propósito porque consideramos que el BCRA hoy no endurecería la política monetaria lo suficiente como para forzar el cumplimiento de la meta. Precisamente, el relajamiento del objetivo y el recorte de tasas dañaron el compromiso del gobierno con el proceso de desinflación, lo que alentaría aún más las demandas sindicales en un marco de paritarias sin gatillo. La situación es tal que ahora se necesita usar más la muleta, y no menos.

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