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Entendiendo la inflación

Trabajar contra la inflación no puede ser una tarea concentrada en una única variable, por importante que nos parezca

14 febrero de 2018

Por Pablo Mira

Inflación significa aumento generalizado y sostenido de los precios. Esta definición, por escasa que parezca, permite, sin embargo, entender bastante bien de qué tipo de fenómeno estamos hablando.

La idea de suba generalizada de precios es bastante intuitiva. Esta cualidad refiere indirectamente a los determinantes iniciales de la inflación, porque la generalización en las subas se produce cuando el hecho que causa la inflación produce en los agentes la necesidad de modificar los precios. No me voy a meter con los mecanismos específicos, pero los candidatos naturales suelen incluir a la emisión monetaria, el alza de precios internacionales, la devaluación cambiaria, los incrementos salariales, y la suba del precio de los insumos (tarifas de servicios públicos).

Lo anterior implica que debemos extender la noción de generalización. La inflación involucra no solo a los precios de los bienes y servicios finales de una economía, sino también a los precios de los insumos, al dólar, a los salarios, etcétera. Es mejor entender la inflación como aumentos generalizados en las variables nominales de la economía.

Pero la generalización del aumento de precios, si ocurre una sola vez, rara vez constituye un problema. Si en una economía normalmente estable se producen subas de todos los precios del 5% de una vez y para siempre, poco ocurrirá. Incluso cambios violentísimos en los precios podrían no tener casi ningún efecto. Supongamos que el gobierno decide agregar de un día para el otro 6 ceros al peso. Al día siguiente seguramente todos los precios de todas las variables nominales se expresarían en millones, dejando todo exactamente igual salvo que la inflación de ese día constituyó un récord mundial.

Por lo tanto, el carácter central del fenómeno inflacionario no es tanto su generalización en un punto del tiempo como su sostenibilidad en el tiempo. Lo que complica es la inflación continua (y volátil), no la que ocurre en un solo mes. Ahora bien, para que la subas de precios se extiendan, es necesario que se produzca algún tipo de “contagio” entre las subas de precios de un período a otro. Por ejemplo, si subieron los precios internacionales y eso se trasladó a los precios internos, necesitamos que luego los salarios se corrijan a la suba. Pero para que esto siga, necesitamos que los dos jugadores de este juego (empresarios y trabajadores) no estén satisfechos con esa primera rueda. Podemos pensar que las firmas querrán trasladar a precios la suba en el costo salarial, y que luego los sindicatos presionarán al período siguiente. La misma historia se puede contar con el tipo de cambio, las tarifas, etcétera.

Nótese que en esta historia podría existir algún conjunto de precios relativos en la economía con el que en principio todos acordarían (por ejemplo, el que regía previamente a la suba de precios internacionales), pero por alguna razón este acuerdo no se produce. La economía está descoordinada y la inflación refleja este hecho. La idea de “puja distributiva”, aun cuando suene exagerada para el análisis moderno, es consistente con esta visión de desequilibrio dinámico.

La insuficiente coordinación para definir los precios relativos produce subas nominales adelantadas y atrasadas de todo tipo. Todo es negociación y tratar de anticiparse a otros precios. Los decisores de precios se transforman en especuladores y lobbistas. Cuanto mayor poder tenga el agente o sector que decide precios (y esto incluye a los mentados “monopolios”), en mejor posición se encontrará para tratar de obtener una ventaja ganando un período.

En este menjunje de precios, es inútil preocuparse por las causas “últimas” de la inflación, porque ya no son relevantes, y están mezcladas. Al principio pudo ser una devaluación, o una emisión descontrolada, o una suba exagerada de salarios por paritarias. Pero con el proceso en marcha, la causa original se vuelve completamente irrelevante. Es por esta razón que los trabajos empíricos que buscan “causas” encuentran relaciones de todo tipo, incluso algunas que no responden a la teoría conocida. Aun cuando tuviéramos la absoluta certeza del motor original de la inflación, podría clausurarse este canal y la inflación seguir como si nada, simplemente porque todos siguen “ajustando por la inflación pasada”. Por eso, al fenómeno inflacionario como el que sufrimos se le suele llamar “régimen de inflación”, conformado por el conjunto de expectativas y acciones en función de ellas que los decisores de precios toman en un entorno de subas sostenidas de precios.

Trabajar contra la inflación no puede ser entonces una tarea concentrada en una única variable, por importante que nos parezca. Se trata de recuperar la coordinación en la determinación dinámica de los precios. Esto requiere de mucho tiempo porque hay que convencer a los involucrados de que el “precio relativo que le tocó” es el adecuado, y de que en el futuro nadie se va a aprovechar de él para sacarle ventaja. En otras palabras, es necesario desandar las expectativas de los que deciden precios, que no son el fantasma imaginario del “mercado” sino individuos de carne y hueso con capacidad para marcar y remarcar los valores en un contexto en el que la sana competencia perdió toda efectividad.

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