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Corrigiendo la inflación

No tenemos que atolondrarnos para vencer a la inflación, ni alborotar a la gente demonizándola en exceso

20 febrero de 2018

Por Pablo Mira Economista

En mi nota anterior razonaba la inflación como un fenómeno de ausencia de coordinación. La metáfora más clara de esta anomalía es lo que suele suceder en la tribuna popular de una cancha de fútbol. Aunque está lejos de ser una analogía perfecta, sirve para comprender la base del problema. En la popular, el público puede ver el partido sentado en los escalones (equilibrio bueno), o bien de pie (equilibrio malo). Cuando ante una jugada de peligro unas pocas personas se levantan, pueden ocurrir dos cosas. En un país donde “lo normal” es ver el partido sentado, todos esperarán que estos ansiosos vuelvan a sentarse. Permaneceremos en el buen equilibrio. Pero en un país donde muchas veces esta gente no se vuelve a sentar, el resto comenzará a pararse para poder ver mejor. El punto a remarcar es la profunda asimetría entre pararse cuando estamos sentados, y sentarse cuando estamos parados. El primer equilibrio es “inestable”, y el segundo es estable. Pararse con todos sentados puede desencadenar contagio, sentarse cuando están todos parados no ayuda en nada a volver a ver el partido cómodamente.

Prescindiendo de algunos detalles importantes, la inercia inflacionaria puede interpretarse como una situación en la que ya estamos todos de pie. No sabemos quiénes fueron los responsables que se pararon primero. Identificarlos y hacerlos sentar no resolvería el problema. Para volver al equilibrio de todos sentados será necesario alguna voz que logre coordinar, por ejemplo cuando espontáneamente se generaliza el grito de ¡abajo! que a veces se escucha en los estadios. Las condiciones que se necesitan para llegar al buen equilibrio son tres: (I) esperar que aparezca un contexto “tranquilo” en el que el partido se vuelva anodino; (II) involucrar a la mayor cantidad posible de candidatos a sentarse primero y (III) lograr transmitir con credibilidad la promesa de que si algunos se sientan, pronto otros también lo harán, y todo terminaremos mejor.

Estas condiciones pueden traducirse al idioma inflacionario para capturar algunas ideas para intervenir contra la inercia. La primera condición consiste en esperar un entorno que favorezca la búsqueda de la estabilidad. Si suben los precios internacionales, o hay que ajustar fuertemente las tarifas, o hay conflictividad social, es mucho más difícil encarar un proceso de desinflación. Hay que esperar mejores tiempos, y la palabra clave es paciencia. Como documenta en un excelente trabajo Fernando Morra, los procesos de desinflación exitosos en América Latina llevaron tiempo. Fueron 14 años de espera en Chile, 11 en Colombia y 8 en México. No tenemos por qué atolondrarnos para vencer a la inflación, ni alborotar a la opinión pública demonizándola en exceso.

La segunda condición refiere al diálogo con los formadores de precios. Como ya indicamos, los precios no “aparecen cambiados” de un día para el otro. Equivocadamente o no, alguien toma la decisión en base a diferentes percepciones de demanda, costos, expectativas, etcétera. Es necesario dialogar y convencer a los decisores más importantes (a los hinchas más representativos, quizás los más altos) de que contribuyan a la desinflación (a sentarse).

Finalmente, la tercera condición puede interpretarse como el rol que le cabe al Gobierno como organizador general del combate contra la inflación. De él se espera que cumpla con sus promesas (aunque no dependan enteramente de él), y que tome decisiones de política fiscal, monetaria y de ingresos consistentes con la estabilidad de mediano plazo, sin arriesgar costos de actividad en el camino.

Si se cumplen estas tres condiciones, la estabilidad tarde o temprano llegará. Pero recordemos que esto apenas nos permite ver el partido cómodamente, no asegurar un buen espectáculo. Si bien aquí la metáfora se desdibuja un poco, sirve para pensar también que la estabilidad no es condición suficiente para crecer sostenidamente.

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