El Economista - 70 años
Versión digital

vie 19 Abr

BUE 17°C

Camino a 2021: gradualismo o fatalismo

Nada está escrito, ni el éxito ni el fracaso y siempre hay margen para la suerte

28 febrero de 2018

Por Diego Falcone Head Portfolio Manager de Cohen

El ad en Google es claro: vuelos + baratos a Londres = Norwegian a sólo US$ 397. Bienvenidos a la era low cost: un mundo de ventajas salvo para quienes les gusta viajar con valijas, beber un sorbo de agua cada dos horas y usar el baño cada doce. Pero cruzar el Atlántico a 10.000 metros de altura por menos de US$ 400 y desde Argentina, es un milagro. Por estos motivos, agradezcamos que todavía te cierran las puertas antes del despegue.

Aterrizados en Londres, siguen las sorpresas para la generación de turistas low cost (hostel, sándwiche en el parque y mucha caminata) porque cuando uno emerge de Victoria Station, descubre que la niebla ha prácticamente desparecido del paisaje londinense, como los fondos de Santa Cruz.

¿Qué terminó con la niebla? Una ley de 1956 (“Clean Air Act”) prohibió el uso del carbón para calefaccionar hogares y producir energía. Esta medida limpió los aires de la ciudad y privó a Londres de algo tan icónico como el gin o Sherlock Holmes. ¿Qué sería de nuestro héroe (extraordinaria interpretación de Robert Downey Jr.) y sus persecuciones por los docks de Londres sin la niebla? La historia tendría la misma magia que el “Natalia Natalia” de la bonaerense en la serie televisa “Policías en Acción”. A veces, el contexto lo es todo.

Contrariamente a lo que uno supondría, el fin de la niebla fue un duro golpe para los ingleses: simplemente se habían acostumbrado y a pesar de no poder ver ni a un metro de distancia, igual abrían las persianas de sus negocios. Algo así como si los porteños extrañáramos los días de piquete, marchas y sol peronista. Imposible, ¿verdad? Nosotros no tenemos la calma y tenacidad de los ingleses. La nuestra es una tradición arraigada en la tragedia: por algo somos descendientes de judíos e italianos que preferimos la queja a aceptar que después de 21 años de cortes de calles y rutas, la cosa va para largo. Sepa que ni las playas en una plaza de Almagro o Caballito de Horacio Rodríguez Larreta ni la Gendarmería de Patricia Bullrich van servir de algo.

Cuando cambie el viento, nadie te va a avisar

En 2018 se cumplen diez años de la gran crisis de 2008 y la Reserva Federal se apresta a profundizar la normalización de la política monetaria (y ya va siendo hora, ¿no?). En criollo, esto implica que la tasa de diez años terminará arriba del 3% antes de fin de año. Ante ese escenario, algunos inversores como Bill Gross han decidido salirse de los bonos del Tesoro e invertir, entre tantos activos, en bonos de Argentina. ¿Será que ven algo bueno en el gradualismo o sólo los tienta la tasa del 7% que paga nuestra deuda? Sea cual fuera la razón, la transición hacia una economía normal (según los estándares argentinos) depende del financiamiento externo. Como con los piquetes, el gradualismo tiene para largo. Por lo menos tenemos hasta el 2021 con el modelo “siga, siga” (como diría un viejo gaucho, “largo como esperanza de pobre”).

En mientras tanto, Cambiemos demuestra que en algunos asuntos no cambia, pero en otros muestra importantes mejoras: en 2016, el ministro de Energía, Juan José Aranguren, ajustó las tarifas de gas y electricidad sin un plan de contingencia y mandó al descenso, entre otros, a los clubes de barrios como el de “Pelota Paleta” de Palermo o los centros de jubilados como el “Viejos son los trapos” de Constitución.

Pero, esta vez, más pillos, anunciaron la Red Sube antes de ver peregrinar por los canales de noticias a todos los afectados por la medida: vieron la sangre antes de que llegara a los estudios de televisión. Todo un avance. Pero el problema de largo plazo de Argentina no son las tarifas (que se están normalizando) ni el déficit fiscal (elevado, pero administrable), sino la pérdida de más de US$ 20.000 millones de exportaciones por la caída en los precios de las commodities. El plan del Gobierno de bajar retenciones y abrir mercados es muy lento y, por eso, depende de la entrada de capitales financieros para pagar las importaciones. Aquí está la clave del éxito o fracaso: los movimientos de capital financiero pueden cambiar de rumbo sin previo aviso y, en general, lo hacen en el peor momento.

2001, default; 2011, cepo; 2021, ¿la vencida?

El desafío para ser una economía previsible (nuevamente) reside en el éxito de insertar a Argentina en el mundo como exportador especializado en alimentos y en la decisión de abandonar para siempre el modelo de vivir con lo nuestro (la versión criolla y anticipatoria del “America First”). Para semejante cambio, el objetivo de 2021 luce optimista. Un buen comienzo sería reducir, para esa fecha, el déficit al 2.5% del PIB y la inflación a 5%. Ahí si saldríamos a festejar en serio (salvo Margarita Stolbizer, que ya ganó).

Por esta razón, en los próximos cuatro años dependeremos más que nunca que Caputo & Cía. puedan conseguir dólares fácilmente a tasas relativamente bajas y a plazos largos. Pero ojo, a no dormirse, porque las cuestiones internas también son relevantes y hay que resolverlas, de a una, pero sin olvidarse de ninguna (baja de impuestos, infraestructura y educación).

¿Lo lograremos? O, fieles a nuestra tradición fatalista, ¿terminaremos en otra crisis? En este camino no hay certezas. Ni de éxito pero tampoco de fracaso. Cuando estábamos condenados a más de lo mismo, el azar quiso que en la misma boleta junto a Daniel Scioli aparecieran Carlos Zannini y Aníbal Fernández: ni el más optimista de Cambiemos hubiera podido armar semejante propuesta piantavotos. Nada está escrito, ni el éxito ni el fracaso y siempre hay margen para la suerte.

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés