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¿Quo vadis BCRA?

Hay quienes justifican el cambio de metas en su falta de realismo y quienes, en cambio, enfatizan la pérdida de independencia del BCRA. ¿Quién tiene razón?

11 enero de 2018

Por Jorge Bertolino Economista

Entre los economistas que opinamos que la inflación es un fenómeno estrictamente monetario, existe una marcada división respecto a la conveniencia y oportunidad de la reciente modificación de las metas de inflación.

Existen dos posturas claramente diferenciadas. La primera de ellas justifica el cambio en la falta de realismo de las metas y la consecuente pérdida de credibilidad del ente monetario al seguir sosteniéndolas. La segunda, en cambio, enfatiza la pérdida de independencia del BCRA.

Más allá de la grieta

Desde esta columna, en lugar de tomar partido, nos inclinaremos por la difícil tarea de aportar, desde la teoría económica, elementos que permitan comprender mejor el proceso político y económico en marcha, como así también el razonamiento de los bandos en pugna.

Esta metodología nos permitirá comprender la diferente manera en que los economistas procesan la información económica disponible y, asimismo, podremos observar que ambas posturas tienen parcialmente la razón desde una mirada simplista pero un análisis más profundo y exhaustivo permite advertir razonamientos erróneos.

Como dijéramos en notas anteriores, la inflación, en el largo plazo, es un fenómeno estrictamente monetario. La suba de los precios converge hacia la tasa de expansión monetaria no deseada. Esto implica que a la tasa de crecimiento del dinero (aumento de la oferta monetaria) debemos restarle la suba  de la demanda de dinero para obtener la tasa de crecimiento de los precios.

En el corto plazo, la inflación actual es consecuencia del sinceramiento cambiario y tarifario y de la expansión monetaria de años anteriores. No hay modo de evitar las consecuencias de esa realidad. Una meta más realista no elimina las consecuencias de la parsimonia del Gobierno en el frente fiscal.

La autonomía

Analicemos, en primer término, la contundente afirmación de un nutrido grupo de economistas respecto de la pérdida de autonomía del BCRA luego de la modificación de las metas que se anunciara recientemente. Podríamos

otorgar parcialmente la razón a esta opinión puesto que, respecto del régimen decisorio anterior, el ente monetario ha perdido varios grados de libertad y se ha comprometido seriamente su credibilidad respecto del compromiso con el sesgo antiinflacionario que ha estado sosteniendo en los últimos tiempos. No obstante, entre los países que persiguen metas de inflación, no es unánime la fijación de las mismas por parte del ente monetario. En algunos países lo hace pero, en otros, las metas se fijan conjuntamente entre el Gobierno y el ente monetario. Por último, en muchos otros casos, las metas las fija el Gobierno, y el banco central tiene el mandato instrumental de hacerlas cumplir. En éste último caso, los economistas decimos que la autonomía de un banco central no refiere a las políticas sino a los instrumentos. Fijada la meta, el ente monetario tiene libertad para arbitrar las medidas y utilizar los instrumentos que considere necesarios a fin de cumplir con el mandato recibido.

Repasando lo expuesto: los críticos de la pérdida de autonomía del BCRA tienen razón parcialmente. El BCRA no perdió totalmente su autonomía. Tiene entera libertad para utilizar los instrumentos de política (tasas de interés y régimen cambiario) como para poder cumplir acabadamente los objetivos de política económica que persigue el Gobierno del que recibe el mandato a cumplir. No existe ningún banco central en el mundo que gobierne a una nación. Siempre es el ente monetario un actor importante respecto de la política monetaria y antiinflacionaria, pero nunca es el que decide la política económica general del gobierno.  Si el gobierno es bueno o malo o si tiene buenas o malas metas de política económica no es lo que analizamos aquí, sino la legalidad y legitimidad de las funciones de cada sector: gobierno y ente monetario. Si el gobierno es malo o persigue malas metas de política económica, por más autonomía que tenga el banco central, nunca podrá torcer los destinos de la mala política del gobierno, por más acertado que sea su accionar.

La evidencia empírica apoya contundentemente la afirmación de que el desempeño económico, en términos de menor inflación y mayor crecimiento a largo plazo, es superior en aquellos países con bancos centrales más independientes, pero esta independencia es inexistente cuando se debe financiar obligatoriamente al sector público. Desde éste punto de vista, sostenido por los autores más prominentes a nivel mundial, los críticos no tienen siquiera parcialmente la razón: el BCRA nunca fue autónomo, ni antes ni después del cambio en las metas de inflación. Sólo existe autonomía, tanto política como instrumental cuando el Gobierno no recurre a su arbitrio y decisión al financiamiento inflacionario del BCRA. No es éste, obviamente el caso argentino, al menos en los últimos 70 años.

La postura realista

Veamos a continuación la postura que justifica el cambio en la falta de realismo de las metas y la consecuente pérdida de credibilidad del ente monetario al seguir sosteniéndolas.

Existe un grado óptimo de aversión a la inflación por parte del banquero central, lo que implica que una postura excesiva debería convalidar tasas de interés más altas que las requeridas para optimizar los resultados en términos de inflación/nivel de actividad. Además, el nivel de actividad que se pierde disminuye la recaudación e incrementa el déficit, motor de la inflación por la expansión monetaria que genera.  Por último, esta menor actividad impide que aumente la demanda de dinero, que también evoluciona positivamente con el nivel de actividad. Recordemos que, a mayor demanda de dinero, con una oferta monetaria fija, menor es la inflación resultante.

Existe un amplio acuerdo entre los economistas respecto de los beneficios a largo plazo, en términos de actividad y empleo, de una baja inflación. Pero para llegar a ella hay un costo a pagar.

La tarea del ente monetario rector es compleja. Existe abundante literatura sobre los instrumentos y su modo de utilización, pero ésta es sólo una parte de la historia: la de la ciencia. Dicho esto porque se considera que su accionar requiere no sólo ciencia sino también de arte. Arte para comprender la función de reacción de la sociedad y adaptarse a ella. Entendemos por función de reacción social a la valoración (menor o mayor) del sacrificio a que está dispuesta la misma sociedad para disminuir la inflación.

La génesis de la inflación no es instantánea. Una inflación alta y persistente se ha incubado en varios años o quizás décadas. No es razonable, entonces, pretender derrotarla instantáneamente.  Las soluciones de shock, generalmente, reprimen la inflación en sus efectos en lugar de disminuirla genuinamente. Son soluciones transitorias que derivan luego en un rebrote, muchas veces más virulento, del fenómeno inflacionario.

Por las razones expuestas anteriormente, podemos otorgar parcialmente la razón a quienes defienden el cambio reciente en las metas de inflación.

Sin embargo, nuevamente, un examen más cuidadoso derriba completamente el razonamiento. Nuestro país, en los últimos meses, no siguió acabadamente un régimen de metas de inflación. Aunque el BCRA diga lo contrario. Los instrumentos utilizados: dureza monetaria inusual y régimen cambiario semifijo con atraso en el valor de la divisa son los que cayeron en desuso luego de la aparición de Inflation Targeting (en castellano: metas de inflación). Este régimen se “inventó” en la década del '90 con el objetivo de suplir a los instrumentos monetarios y cambiarios con que tradicionalmente se ha atacado el problema inflacionario: la tasa de incremento de la oferta monetaria y la fijación de altas tasas de interés o del tipo de cambio nominal.

En la época mencionada, casi todos los países del mundo, aunque más intensamente los que tenían problemas inflacionarios importantes, han utilizado estos instrumentos en la lucha contra la inflación. Sin embargo, su utilización casi nunca fue efectiva. En el corto plazo, su resultado fue insatisfactorio, sobre todo en países pequeños, abiertos y con una larga historia de inconducta fiscal como el nuestro.

Esto se debe principalmente a la falta de flexibilidad de la economía para responder a estos estímulos monetarios, debido a la memoria inflacionaria y la indexación de los contratos, que provocan lo que los economistas llamamos “inercia inflacionaria”. A mayor inercia, mayor deberá ser el remedio monetario para abatir la inflación y mayor el costo en términos de actividad y empleo. La imposibilidad de defender políticamente largos períodos recesivos, con caída del consumo y los salarios, terminaron por derribar estos intentos, provocando a su salida recrudecimientos virulentos del fenómeno inflacionario. Estos esquemas encierran en su interior la semilla de su propio fracaso. Las altas tasas de interés y/o el atraso cambiario (por la fijación del tipo de cambio), acompañados de elevados gasto público y/o déficit fiscal provocan caídas en la actividad económica,  produciéndose luego una caída de la recaudación y un aumento del déficit. La inflación, la desconfianza y las expectativas negativas, en ese marco, se realimentan.

A principios de la década del '90, Nueva Zelanda, que se encontraba padeciendo una inusual alta inflación (del 17%) y en medio de un programa de cambios estructurales para eliminar gradualmente el desbalance fiscal y dotar de flexibilidad a su economía, implementa un nuevo tipo de ancla nominal: la fijación de una meta explícita de inflación.

El avance es significativo. En lugar de utilizar el garrote de la política monetaria contractiva, el ente rector, cual un moderno flautista mágico, engatusa a los agentes económicos para conducirlos, engañados, a un sendero de menor inflación. En la literatura monetaria se dice, con más propiedad, que el banco central busca coordinar las expectativas de inflación futuras, a fin de que la indexación de los contratos converja a esta última en lugar de a la inflación pasada, disminuyendo significativamente la inercia, evitando o morigerando el sesgo recesivo y la caída de la recaudación que describiéramos anteriormente.

El principal objetivo (y avance) del Inflation Targeting es y ha sido eliminar o disminuir drásticamente el costo, en términos de actividad, empleo y recaudación fiscal de la política antiinflacionaria. Como puede observarse, esta descripción no parece encajar acabadamente con las exageradas tasas de interés de los últimos meses y menos aún con el excesivo costo que vastos sectores de la economía están pagando por el incorrecto régimen monetario y cambiario actual.

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