Las elecciones presidenciales en Brasil serán el 7 de octubre, pero mañana es el Día-D porque la Justicia decidirá si el favorito (por lejos) según las encuestas puede competir, o no. Sí, es el inoxidable Lula de Silva (72 años), quien tiene una intención de voto en la zona de los 35 puntos, aunque un techo bajo, también, producto de su alta imagen negativa. Sin embargo, no hay nadie que le haga sombra: ni Jair Bolsonaro, Marina Silva, Geraldo Alckim, Joao Doria o Henrique Meirelles.
¿Qué decidirá la Justicia? Es la pregunta del millón. Según Eurasia Group, la principal consultora de riesgo político del mundo, “es probable que Lula sea descalificado”, aunque también dejan abierta la puerta para el escenario contrario y, eventualmente, para un regreso del exsindicalista al Palacio del Planalto. El mercado, según un artículo publicado ayer en Valor, también espera que la Justicia lo aparte a Lula del proceso electoral en ciernes. Ayer, Bloomberg se la jugó y dijo “es la cárcel o la Presidencia”, sugiriendo que, si no es apartado, llegará cómodo al despacho que hoy ocupa el impopular Michel Temer.
Sobre la decisión de la Justicia en segunda instancia (la primera estuvo a cargo del mediático Sergio Moro) hay opciones varias: una condena con arresto (y, obviamente, imposibilidad de presentarse); una condena “light” con posibilidades de ser candidato y, por último, una absolución por falta de pruebas. El futuro mediato de Brasil está en las manos del Tribunal Regional Federal de la 4º Región (TRF4).
La economía brasileña está en proceso de recuperación luego de años de dura recesión que se recién se cortaron en 2017y los analistas consideran que no habrá cambios en esa tendencia más allá de lo que resuelvan la Justicia primero y las urnas después.
