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¿Es insostenible el gasto público?

La discusión no debería centrarse en la sostenibilidad del gasto (si es que existe) sino en el tamaño y la calidad de Estado que queremos

04 enero de 2018

Por Juan M. Telechea Economista (ITE) y Docente (UNAJ)

“El Gobierno del Presidente Macri heredó un nivel de gasto público insostenible”. Así arranca la nota de Sebastián Galiani, secretario de Política Económica, publicado en Foco Económico. Lo esperable después de eso es que el autor brinde evidencia sólida para respaldar la afirmación. No solo por ser un funcionario público directamente ligado al manejo de la política económica del país sino también porque es una de esas aseveraciones que indefectiblemente requieren de una justificación contundente.

Sin embargo, Galiani solo se apoya en 2 gráficos: en el primero muestra que el gasto público consolidado de Argentina creció sostenidamente entre 2002 y 2015, incrementándose casi 20 puntos del PIB. En el segundo (en su nota es la figura N°3), muestra una vasta cantidad de países, comparando en cada caso el PIB per cápita (medido por PPP) y el gasto público (en términos del PIB), de donde infiere que supuestamente Argentina se encontraría 8 puntos por encima de lo que le correspondería a un país de tamaño similar.

Arranquemos por el primero, y de paso aclaremos que en términos metodológicos es incorrecto consolidar el gasto utilizando distintas bases (caja y devengado) como hace Galiani. Ahora bien, ¿alcanza con mostrar un gráfico en donde se observa que el gasto público creció de manera constante para afirmar que es insostenible? Evidentemente no, y por varios motivos. El más obvio es fáctico: el gasto creció durante 13 años sin que eso llevara al colapso de la economía.

Dado que el PIB prácticamente se frenó durante el período 2011-2015, uno podría argumentar que el causante de eso fue el crecimiento del gasto. Además de que para sostener eso se requieren argumentos teóricos y empíricos que muestren cómo un aumento del gasto tendría un impacto negativo en la economía, esto lleva a un punto no menor: Galiani nunca define qué entiende por (in) sostenibilidad. ¿Se refiere al nivel del gasto o a su trayectoria? ¿La insostenibilidad pasa por la imposibilidad de ser financiado o por sus consecuencias negativas en la economía?

En segundo lugar, y vinculado con el punto anterior, resulta difícil de justificar que un aumento del gasto público per se sea insostenible. ¿Algún economista se atrevería a sostener eso, si de manera simultánea la recaudación crece por encima de las erogaciones, es decir, si al mismo tiempo que aumenta el gasto público mejora el resultado fiscal? Creería que no. En este caso, el único argumento que se me ocurre para sostener tal afirmación es que, por más que mejore el resultado fiscal, si el gasto crece indefinidamente tarde o temprano llegaría a abarcar el 100% del PIB. Aunque, hasta ahora, eso no sucedió en ningún país capitalista.

En definitiva, el problema radica en que la sostenibilidad de la política fiscal no se estudia observando solo el gasto sino el resultado fiscal o la evolución de la deuda pública. Analizando el 2015 desde esa perspectiva, el comportamiento de la deuda lejos estaba de ser insostenible (tanto si se mira su nivel, su trayectoria previa o su composición), mientras que si se observa el resultado financiero de ese año (en torno a -4% del PIB), tampoco parece evidencia suficiente como para afirmarlo. Es más, si así fuera, la situación actual debería ser alarmante ya que 2017 cerrará con un déficit financiero de 6% del PBI, según lo dicho por el ministro de Hacienda en la conferencia de prensa brindada hace unos días.

Pasemos al segundo gráfico, que muestra una gran cantidad de países en términos del nivel del gasto público y su respectivo PIB per cápita. En primer lugar, no alcanza con una simple relación entre dos variables para afirmar que Argentina tiene un nivel de gasto público superior al esperado para un país de ingresos similares. Puede haber un sinnúmero de elementos de carácter institucional o económico que afecten y modifiquen esa relación para cada país: si el sistema previsional, el de salud o el de educación son públicos o privados, si es un país petrolero con pocos habitantes, etcétera. Por ejemplo, si se compara la situación de Argentina para 2015 (PIB per cápita en torno a US$ 20.500 y un gasto del 41,7% del PIB, según los datos del FMI) con la de los Emiratos Arabes, que tiene un PIB per cápita casi tres veces más grande que el nuestro (US$ 61.127) y un gasto en torno al 32,4%, sería incorrecto afirmar solo a partir de eso que Argentina tiene un gasto público mayor. Y por más que así fuera, de eso tampoco se puede deducir que dicho nivel sea insostenible (mucho menos si lo que importa es su trayectoria, que no está contemplada en el gráfico), ya que se puede encontrar prácticamente cualquier combinación entre nivel de gasto y PIB per cápita.

Por último, ese gráfico estaría sugiriendo una relación positiva entre ambas variables. Es decir, mayores niveles de gasto se corresponden con economías “más desarrolladas”. ¿Pero cómo puede ser? ¿No es que un nivel de gasto mayor sería algo perjudicial para la economía?

En parte, eso se explica porque la mayoría de las partidas del gasto público afectan directamente la calidad de vida de sus ciudadanos (jubilaciones, salud, educación, infraestructura, prestaciones, etcétera.). Al dejar de lado la lectura economicista de ese gráfico, se puede advertir que en realidad no existe una relación única ni “adecuada” de gasto para un país, sino que eso es una construcción histórica que refleja el consenso general de sus ciudadanos acerca del tamaño del Estado establecido (en qué se gasta, cuánto y cómo se financia).

Es decir, la discusión no debería centrarse en la sostenibilidad del gasto (si es que algo así existe) sino en el tamaño y la calidad de Estado que queremos. Esto no quita que efectivamente el gasto público pueda ser elevado en Argentina. Pero dada la relevancia de esta discusión para el conjunto de la sociedad, se requiere de los funcionarios públicos algo más que dos gráficos para sostener una afirmación de tal envergadura.

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