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¿Qué hacemos?

Hay una fe inveterada en la racionalidad de los mercados: se empieza por la tasa de interés y la apertura financiera y se concluye en la apertura comercial externa (es una fe que conforma un paradigma)

Carlos Leyba 01 diciembre de 2017

Por Carlos Leyba

“Una persona libre nunca se pregunta qué va a pasar. Las personas libres tienen que preguntarse qué vamos a hacer. Porque pasará lo que dejemos que pase. Nadie vendrá a salvarnos”  (Fernando Savater, Guadalajara, El País, 27/11/2017).

¿Qué va a pasar? Seguramente usted y yo hemos escuchado, en los últimos días, esa pregunta formulada con la ansiedad de quién desea que ocurra algo que quiere creer que ocurrirá pero que, por la flora y la fauna ?los hechos- que observa en derredor, siente una familiaridad que le evoca un tufillo a “esto ya lo vimos” y lo que vimos no era bueno y que lo esperado no va a ocurrir.

Se le atribuye a Einstein la afirmación que  “no pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo”. ¿Estamos haciendo lo mismo?

Y si existe el riesgo que se cumpla la “norma Einstein”, ¿qué vamos a hacer para que no pase?

Preguntar “qué va a pasar” encierra al menos la esperanza que, viendo bullir la olla, no nos digan “otra vez sopa”. Hay algo que debemos reconocer, ante el riesgo de “otra vez sopa” que muchos advertimos: no aparecen a la luz demasiadas propuestas de qué tenemos que hacer para que no sean esa flora y esa fauna las que otra vez nos devoren.

Advertir es tratar de despertar para que la mente fresca ofrezca las propuestas alternativas.  Si no hay propuestas alternativas, ¿qué va a pasar?

Los hombres ricos del mercado dicen que el dólar, para fin de año, tendrá un valor menor al que suponían ellos mismos hace unos meses. El 75% de los dólares que llegan se estacionan en Lebac que les garantizan el rendimiento en dólares más alto del planeta.

La vieja bicicleta financiera de J. A. Martínez de Hoz ha sido superada por la vigente e insuperable motocicleta financiera.

El stock de Lebac del BCRA asciende al equivalente en pesos de U$S 65.000 millones y, por ellas, para mantenerlas en caja, el BCRA paga una tasa de interés en pesos del orden del 29%. Es una colocación segura, líquida y rentable como ninguna otra. Sus efectos son deletéreos. Y la ganancia rápida.

Como consecuencia de ello, la cotización del dólar se atrasa sistemáticamente. La tasa de interés, al interior de la economía, alcanza valores extraordinarios y conforma

una presión extraordinaria sobre los costos.

Al dólar planchado se le asigna la función de ancla cambiaria para contener la inflación mientras el BCRA usa la tasa de interés como anzuelo para capturar los pesos que, por distintas vías, financian el déficit fiscal. El BCRA opera convencido que la “tasa” amortiguará las presiones inflacionarias. Y anuncia que persistirá todo el verano. Una seguridad para los que montan la motocicleta: no habrá accidentes.

Los resultados de esas políticas son decepcionantes. Explosivo volumen de la deuda acumulada del BCRA, escasa respuesta en el apaciguamiento de la inflación y, además, el atraso cambiario se convierte en una cadena de transmisión que transforma el déficit fiscal en un creciente déficit de cuenta corriente. Un gemelo alimenta el otro.

El pedal financiero no es la única causa que contribuye a demorar ?o, lo que es lo mismo, impedir por ahora? la tasa de inversión necesaria para comenzar a curar los males estructurales de Argentina. Pero, por ahora, la motocicleta financiera -que es más rápida y segura que la vieja bicicleta de “Joe”? garantiza que, salvo la pública, inversión reproductiva no habrá. No hay nada que cambie la dirección de los hechos: no hay política de desarrollo ni instrumentos apropiados.

¿Por qué no se puede detener esa carrera de dólares a pesos? La motocicleta garantizada por el BCRA es una atracción irresistible. A nadie que le sobre se le permite escaparse de sus encantos (atracción) aunque (como lo indica nuestra historia) casi siempre ha terminado fatal.

Un buen ejemplo fue la película “Atracción fatal”. ¿Recuerda? Michael Douglas, casado jefe de familia, pierde los estribos frente a los “encantos” de Glenn Close y la aventura, supuestamente transitoria y  de fin de semana, se convierte en una pesadilla con final horrible. Una perinola en la que sale “todos pierden” aunque, como siempre, la última foto es de final feliz. “Superamos la crisis”. Sí. Pero primero atravesamos la fatalidad de la crisis.

El concepto “atracción fatal”, para este caso, nace  de una convocatoria programada. Es una estrategia. No sale por casualidad. Hay una fe inveterada en la racionalidad de los mercados. Se empieza por la tasa de interés y la apertura financiera y se concluye en la apertura comercial externa. Es una fe que conforma un paradigma.

El primer ejemplo fue en la segunda mitad de los '70. Se fijo el dólar en función de una tablita de ajuste que resultó inferior a la inflación. Para atraer depósitos las entidades ofrecían tasas que pretendían colocarse por encima de la inflación. Alimentaban las expectativas inflacionarias.

La consecuencia fue la revaluación cambiaria permanente, el incremento descomunal de las importaciones, el desplazamiento de la oferta local de valor agregado (industria) de los bienes transables y el déficit de la cuenta corriente que, junto con el déficit fiscal, generado estructuralmente por la falta de inversiones reproductivas, se financiaba con deuda externa, que generaba los dólares que aplastaban el tipo de cambio y permitían el festival de importaciones, popularizado por el turismo con el “Déme Dos”.

La atracción que se genera en los inversores es el alto rendimiento en “moneda dura”: la tasa de interés de los pesos reconvertidos a dólares es única en el mundo. La atracción que se genera en los consumidores de mayores ingresos es la obtención de bienes importados de “alta gama” a precios de oferta, y se fomenta el turismo al exterior.

Lo fatal es que se genera un impacto más negativo cuanto mayor es el valor agregado en los bienes transables, se genera un déficit estructural de la cuenta corriente del Balance de Pagos, y se incrementa la deuda externa.

Pero como las inversiones reales son desplazadas por las inversiones financieras, el aparato productivo no se expande y más aún, se retrae y como consecuencia de ello no sólo se reduce la tasa de empleo sino que también se contrae la capacidad de generar tributos, por caída en la producción local.

Además se experimenta una presión hacia el mayor gasto público para compensar los problemas sociales que se derivan de la política que genera tantas atracciones ? fatales.

Los años de “Joe”, como los de Domingo Cavallo, como los de CFK y como los que se diseñan hasta aquí, gozan, en sus primeros momentos, de una anuencia en muchos sectores.

Primero del sistema financiero, de peso extraordinario en la formación de opinión pública; segundo, en los sectores sociales altos y medios que encuentran barato y disponibles los bienes de alta gama importados más la posibilidad del turismo y, para sectores medios medios, el turismo limítrofe de consumo.

Ese es el núcleo de la atracción. Satisface a los sectores excedentarios o con acceso a fuentes de crédito externas y “alegra” el alto perfil de consumo de los sectores altos, medios altos y medios medios. Unos se entusiasman con realidades y otros con aspiraciones a esas realidades que creen son más o menos vecinas: las expectativas.

Atracción. Fin de semana. Es lo que imaginaba Douglas. Pero luego de la atracción, ¿efímera?, viene la venganza fatal.

La Dictadura causo rápidamente enormes males. Malvinas fue una tangente infame para zafar del oprobio. La suma de excesos se prorrogó y el radicalismo administró una crisis heredada que explotó en hiperinflación.

Pero debajo se habían acumulado males de larga duración: el deterioro del capital productivo y la destrucción del capital social que abrió la puerta al aluvión de la pobreza.

La convertibilidad fue una suerte de Malvinas económica. Condenó a la economía a un eterno endeudamiento mientras continuaba el desmantelamiento del aparato productivo. Es cierto, la inflación se derrumbó y el país tuvo años de estabilidad. Estabilidad financiada con deuda externa a tasas crecientes. Cuando llegó la Alianza la fatalidad de esa atracción ya había desembarcado.

Año tras año se deterioraba la capacidad de agregar valor, y el equipo de capital reproductivo no alcanzaba para generar empleo ni tampoco equilibro fiscal. La deuda garantizaba el flujo de bienes importados y estos, al mismo tiempo, garantizaban el déficit de la cuenta  corriente y la estabilidad de los precios de los bienes transables.

Que esa dinámica goce de apoyo importante en la opinión pública durante un tiempo no es novedad.

En las formas, “Joe” no es igual a Cavallo y este no es igual a CFK. Pero en todos esos tiempos, el entusiasmo financiero y de los consumidores de nivel  rigió por mucho tiempo y en todos los casos todo terminó mal: hiperinflación, hiperdesocupación o, como ahora, una herencia de crisis latente que el PRO la administra con deuda, retraso cambiario y transitorio bienestar financiero.

Todo despertó cuando la economía se hundió y entramos en default, la pobreza explotó y la sociedad se quebró. Pasó en la hiperinflación y en la hiperdesocupación. Con un tercio de los argentinos en la pobreza y la economía retornando a niveles de años pasados, ¿qué va a pasar?

Todas las experiencias  de ancla cambiaria y deuda empezaron igual: entusiasmo financiero y de consumo de alta y mediana gama, que generan soporte político y simpatía mediática. Es la atracción. Pero los antecedentes de lo vivido nos hablan de lo fatal.

Como vimos la película dan ganas de decirle a Douglas “reflexioná y esperá” para evitarle la fatalidad.

¿Qué vamos a hacer para que no pase? Si no hay nada más, ojala lo haya, no podemos decirle “nada” a los que preguntan, ¿qué va a pasar?

Macri debería llamar a todos los que reconocen la flora y la fauna del pasado, que son muchos, ortodoxos y heterodoxos, para ver qué hacemos para que haciendo lo mismo no vuelva a pasar lo que pasó.

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