Por Guido Lapajufker Economista
La tensión no cesa en Cataluña. Lejos de la calma de las playas del Mediterráneo, en Barcelona y en toda la región se vive un clima denso y extraño. Ocurre que cada día que pasa de un tiempo a esta parte, es un día con novedades sobre la independencia catalana, donde las piezas del ajedrez no dejan de moverse.
No se trata aquí de hacer un repaso por lo que fueron los últimos días, tumultuosos por demás, sino de intentar entender las razones por las cuales Carles Puigdemont fue un promotor del referéndum del 1º de octubre por las independencia y por qué ese entusiasmo suyo fue reduciéndose hasta el discurso tibio, casi timorato pronunciado el 10 de ese mismo mes.
La apariencia del problema, una pelea cultural entre catalanes y españoles, puede hacernos perder de vista qué es lo que verdaderamente motivó ese cambio tan abrupto del mandatario catalán. Dicho de otra manera, el ascenso independentista y la reciente relativización de Puigdemont no se corresponde con un mayor catalanismo, que tiene su propio idioma y su propia cultura hace muchísimos años. La esencia de la cuestión pasa, cuándo no, por la economía.
La economía española, indudablemente, ha sido incapaz hasta ahora de superar la crisis que comenzara allá por 2010. España sigue con altos índices de desocupación producto de una crisis que obligó a muchos ciudadanos españoles-sin importar la nacionalidad- a despertar del sueño europeo en el que habían transitado las dos últimas décadas.
Cataluña juega un papel especial en todo esto: es el centro industrial y unos de los polos financiero del país. En síntesis, una de las regiones más ricas de España, junto con el país vasco. Si se miden los índices de la economía catana como país independiente sería el noveno en poder adquisitivo, superando a Francia y el Reino Unido. En PIB per capita superaría a la propia España, Italia y Portugal.
Recalculando
Los catalanes se quejan, entonces, por una “coparticipación” que los desfavorece, y en periodos de crisis y ajuste como el que se vive, esa mala repartición se siente mucho más. Sin embargo, nobleza obliga, la deuda soberana en caso de declararse la independencia sería del 134% del PIB catalán, un nivel demasiado alto para que los inversores apuesten por un estado naciente.
Para colmo de males, en la primera semana postreferéndum quedó claro cual era la posición de la mayoría de los peces gordos que tenían sede en Cataluña. De siete grupos con casa matriz en Cataluña, seis optaron por mudarse. Esta es la razón fundamental por la cual Puigdemont ha echado lastre sobre la verborragia independentista que tenía solo unas horas atrás. No es la voluntad de diálogo para evitar un enfrentamiento entre pueblos, sino la voluntad de conseguir mejores condiciones para la burguesía catalana la que lo llevó en primera instancia a enfrentarse con Mariano Rajoy y el Gobierno Central.
La Unión Europea, por su lado, apostó a bajar el tono al enfrentamiento teniendo en claro que una ruptura podría ser catastrófica en términos financieros para ambas partes y, por supuesto, para la eurozona en su conjunto. La porción separatista de los catalanes se envalentonaba con la permanencia en el euro, pero distintas fuentes confirman que pocas horas antes del discurso en el que Puigdemont declararía la independencia al mismo tiempo que la suspendería para dialogar, recibió un llamado de presidente el Consejo Europeo aconsejándole prudencia y mesura.
La falta de apoyo de Europa y de los grandes grupos con sede en Cataluña y la exposición financiera en la que quedaría un eventual Estado soberano sin moneda común son razones mucho más contundentes para el actual Gobierno catalán que cualquier problema de método o de convivencia pacífica.
