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Nada nuevo bajo el sol

Hace falta un programa de largo plazo y eso requiere vocación para buscar consensos

Carlos Leyba 13 octubre de 2017

Por Carlos Leyba

Se anticipa un triunfo destacado del oficialismo, tanto por los porcentajes como por la novedad de algunas derrotas.

Sin embargo, la economía de a pie, por ahora, no conoce triunfos.

El macrismo puso todo en el asador y la Anses dio créditos como nunca.

Pero en septiembre las ventas crecieron, en volumen, 0,4% interanual. Septiembre 2016 fue un mes malo. El año podría terminar 1% o 2% abajo.

La inflación del mes fue 1,9% (Indec) y para Fiel alcanzó a 2,1%.

Los trabajadores registrados (MT) en 2017 fueron menos que en 2015. En julio de 2017 la industria, el comercio y la construcción tuvieron niveles menores a los de 2015.

En contraste la Bolsa explota (del Merval 25, 16 acciones son de concesionarios) y los CEO en IDEA celebran de pie.

Muy probablemente Cambiemos logrará el triunfo en los distritos estratégicamente más importantes.

No será la consagración de la primavera de una mayoría electoral (y social) ni de una mayoría programática. Cambiemos acrecentará su valor de primera minoría. No es poco.

¿Acaso al PRO lo conforma un torrente de ideas comunes capaz de conformar un rumbo de largo plazo para transformaciones imprescindibles en un país queatraviesa una decadencia multidimensional? Veamos.

Al interior de Cambiemos la coincidencia fundante es enfrentar las prácticas K pero no necesariamente todo aquel discurso de la “matriz productiva con inclusión social”. Es que parte de ese discurso podría integrar el discurso radical o del peronismo. De ningún modo es PRO.

En Cambiemos no hay una coincidencia esencial en las políticas públicas. El radicalismo, como Lilita Carrio,están ausentes en las definiciones.

Es que la más densa tradición radical en materia económica no tiene punto de convergencia con los epígonos de la Ucedé, con el primer círculo de dirigencia PRO. Ni con la cultura CEO. Ni con el marketing de la Jefatura de Gabinete.

No hay una visión global común entre los socios. Y tampoco en la mayoría de sus votantes.

La inmensa mayoría vota a Cambiemos como “efecto Flit” para el cristinismo.

No votan un programa que Cambiemos no propone.

Atención, ningún sector de la oposición lo hace: “Argentina es hoy (y hace décadas) un país con recursos pero sin ideas ? al menos propias”. Y sin proyecto propio hay proyecto ajeno.

La construcción de la represa de Santa Cruz, que es resultado de la presión china que condiciona la relación a la realización de esa obra que no es prioritaria para el país, es un ejemplo de proyecto ajeno.

La falta de visión programática ?imprescindible para construir? se expresa en “el timbreo” PRO.

Dice Maria Eugenia Vidal? de lejos lo mejor del gobierno ? “escuchándote es como nacen las propuestas”. Es decir el Gobierno no tiene propuestas ni visión. Sale a escuchar las propuestas de los ciudadanos.

Para el PRO, gobierno de gerentes, la política no es “tener ideas claras de lo que hay que hacer desde el Estado para construir una Nación”y proponerlas y lograr consenso. No.

Para el PRO la política es realizar lo que escucha después del timbreo o de una encuesta. Es una visión municipal, una lista de supermercado de la política.

Llevada al extremo, esa concepción, reduce al Gobierno a una federación de municipios bien administrados.

Esa visión municipalista, basada en la demanda de los vecinos,  es la misma con la que Carlos Menem transformó al peronismo y a la política nacional.

Me explico. La vieja “columna vertebral”, el movimiento obrero organizado, representaba el compromiso del peronismo con la producción nacional, el trabajo productivo y, en consecuencia, con la inversión. El “desarrollismo” fue una deriva de aquello.

A partir de Menem (cuyo programa económico fue la apertura comercial externa, el proyecto ajeno) aquella columna fue sustituida por una “columna vertebral formada por los intendentes del conurbano”. El compromiso de ellos no es con “la producción, el trabajo, la inversión” sino con la satisfacción de las necesidades inmediatas de sus votantes (que, por la apertura y la concentración se quedaron sin trabajo y enla pobreza, el proyecto ajeno).

En ese proceso, la producción nacional y el pleno empleo fueron substituidos,en tanto objetivos,por subsidios y planesque generan adhesión electoral transferible.

Esa sustitución de “columnas” fue devastadora para la identidad económica original del peronismo.

Naturalmente lo más grave es que, después de 12 años de kirchnerismo, esa substitución fue devastadora para el aparato productivo y para la financiación del Estado: quebrado por la ausencia de inversión y la explosión del gasto social compensatorio.

Insólitamente esa sustitución de “columnas” hizo una virtud de la erosión de la productividad de la economía, de la sociedad y de la democracia: una perversidad.

Eso explica que el PRO exponga como un mérito que “este gobierno es el que más ayuda social ha dispuesto en su Presupuesto”. La inmensa mayoría de la Villa 31 vota PRO.

Ese “mérito” es ignorar que la cantidad de ayuda social es proporcional al fracaso de la productividad de la economía, de la sociedad y de la democracia.

Nadie critica la solidaridad que es imprescindible para mantener la paz social. Pero la necesidad de solidaridad es que la economía no genera paz sino conflicto. El “te escucho” es otra versión de lo mismo.

El BNDES de Brasil, por ejemplo, fondea ?con aportes previsionales- el desarrollo de proyectos transformadores. Hoy la Anses ha colocado préstamos para consumo a los sectores con menos acceso al sistema bancario. Promueve el consumo y mejora el ánimo de la sociedad. Una manera de “te escucho” a la demanda presente de la sociedad. Consumo, lo mismo que CFK, cultura electoral, cultura municipal, satisfacción: “te escucho”.

¿La responsabilidad de la política?¿Qué necesita el país más allá de las demandas individuales?

El empleo registrado está 2% por debajo del de 2015. ¿Y el incremento de la población? ¿La medida de la necesidad de empleo?¿La medida de las inversiones no realizadas? Después del blanqueo US$ 400 mil millones de argentinos moran en el exterior.

En 2017 el déficit externo sumará US$ 27.000 millones, equivalentes a 5% del PIB. Sólo el déficit de comercio exterior industrial superará los US$ 40.000 millones.

Si no resolvemos estos problemas (cuyas consecuencias todos conocemos), ¿cómo podremos realmente satisfacer las demandas individuales?

Algunas de las reflexiones de R. Thaler, por las que obtuvo el Premio Nobel de Economía, apuntan a que, a menudo, se toman las decisiones más fáciles en lugar de las más adecuadas y que, además, tenemos un “defecto de fábrica” que es el “sesgo del presente”.

Este sesgo ha venido devorando, desde hace años, nuestro largo plazo y nos entrega este presente con un 30% de pobres, o un PBI por habitante que entre 2004 y 2016 creció al 1,8% anual lo que implica que, a esta velocidad, duplicaremos nuestro nivel de vida en 40 años. La herencia ha sido brutal. Es cierto.

¿Pero qué planificamos con consenso para el futuro para salir de esto?.

Si seguimos invirtiendo el 16% del PIB como en 2016 ese panorama se prorrogará sine die. En 2016 China invirtió el 43% del PIB.

Para crecer hay que invertir. El ejemplo de Anses es puro “sesgo del presente” con el que se ganan elecciones pero se pierde desarrollo.

Del mismo modo se pierde el desarrollo cuando permitimos que el precio futuro de las energías renovables, para las que naturalmente somos un oasis, esté determinado por las tasas de interés que pagamos penalizados, entre otras cosas, por ser un país que no “tiene industria que exporta”.

La energía cara (producto de la tasa de interés) nos impedirá tener industria exportadora.

Ese es el círculo vicioso de la ausencia de visión de desarrollo o ?en definitiva- del Gobierno de la tasa de interés y la ausencia de los precios sombra que pueden surgir de acuerdos de largo plazo.

J. Bradford DeLong (El País, 8/10/17) utilizó la metáfora de la autopistapara definir el consenso en políticas de largo plazo. Para acceder a la autopista hay que pagar peaje y ,al hacerlo, no se podrá hacer un giro ni salirse de la ruta.

A la autopista del desarrollo se accede pagando el peaje del consenso donde todos ceden. Nadie debe imponer y menos una primera minoría sin programa explicito.

Es cierto que, además de las urnas, en el ejercicio real del poder cuentan los factores reales: los países socios, imprescindibles o no; los dueños de la tecnología y de la innovación, sustituibles o no; el capital financiero.

Y aquí el incrementado peso dramático de la “nueva oligarquía de los concesionarios” que desde los ´90, viene condicionando a todos los gobiernos (en los últimos años vacíos de programa). Lo hace para conformar una economía en la que sólo rige la “barrera natural” de las actividades de los concesionarios (energía, bancos, servicios) que se ufanan de un dólar improductivo con el que exportan sus utilidades y que no protege dinámicamente la productividad industrial.

Necesitamos una mayoría programática para gobernar con proyecto propio para encaminar la duplicación de la tasa de inversión que nos permita incrementar la productividad, terminar con la pobreza y encaminarnos a una sociedad mas igualitaria.

Esa es la misión de la democracia y para ello hay que reconducir y gobernar a la “oligarquía de los concesionarios” y no dejarnos gobernar por quienesse aprovechan de la ausencia de esa mayoría programática.

La prioridad política es construirla.

Todo triunfo es una oportunidad. Y Cambiemos debe, entonces, prepararse para cambiar y nutrirse de la moral del Encuentro que predica Francisco.

La realidad heredada es durísima, pero los pasos dados hasta ahora no han generado resultados en términos de inversión reproductiva que es el único camino de construcción. Para lograrlo hace falta un programa de largo plazo y eso es imposible sin vocación de consenso. ¿Nunca nada nuevo bajo el sol?

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