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Lecciones desde China

¿Podremos emular rápidamente su proceso de crecimiento acelerado?

02 octubre de 2017

Por Jorge Bertolino Universidad Nacional de Rosario

De la atenta lectura de literatura especializada sobre el fenomenal proceso de crecimiento de la economía china de los últimos cuarenta años puede obtenerse una serie de lecciones útiles para la economía argentina, como así también establecer algunos paralelismos y distinciones que permitan contribuir  a la discusión de un programa facilitador del desarrollo industrial, ausente hasta ahora en nuestro país, al menos en la dimensión necesaria como para generar la cantidad de empleo compatible con niveles de pobreza bajos y descendentes.

Durante más de 1.000 años, mientras Europa era una sucesión de pequeños países o reinados sumidos en la pobreza, la resignación y la hambruna, la economía de China fue el epicentro del desarrollo asiático y mundial, siendo una región próspera y productiva. Su declive comienza a mediados del Siglo 19, con las Guerras del Opio, cuando se vio sometida al sufrimiento y la humillación por parte de Inglaterra, la potencia económica naciente de entonces.

Otros números

Luego de más de un siglo de decadencia, China decidió, a fines de 1978, poner en marcha una política de reforma y apertura. Antes de ello, su PIB per cápita representaba el  7% del PIB per capita argentino de entonces, avanzando hasta el 61% de nuestro PIB per capita en la actualidad.

Las exportaciones chinas, en 1978, estaban constituidas en 75% por materias primas y, en la actualidad, el 95% son exportaciones industriales.

En 1978, China tenía 870 millones de pobres y, en la actualidad, solamente 70 millones. La tasa de pobreza disminuyó del 54% al 10%. La industria proveyó los empleos que sacaron a tantos millones de personas de la humillación de la pobreza.

Inicialmente, la industria china se especializó en productos intensivos en mano de obra, su factor económico más abundante y barato. Posteriormente, a medida que los salarios fueron creciendo, se fue generando espontáneamente un cambio hacia productos y procesos más capital intensivos. Al principio tuvo sentido importar e imitar algunas tecnologías con un cierto grado de obsolescencia de los países centrales. La innovación es altamente intensiva en capital, y requirió un proceso de aprendizaje previo antes de alcanzar magnitudes importantes como para aspirar a un desarrollo autónomo, no dependiente de tecnologías extranjeras.

En la primera década del proceso descripto, la Inversión Extranjera Directa (IED) provino de inversores chinos, principalmente radicados en el exterior. En una segunda etapa, partir de la década del '90, China decide fomentar la IED en la fabricación de productos de alta tecnología, abriendo paso a un proceso inversor más diversificado, pero en el cual tuvieron mucha importancia las multinacionales más importantes del mundo desarrollado. Desde entonces, los sectores de baja tecnología crecen menos que los de alta tecnología, indicando que la economía se está moviendo hacia arriba en la cadena de valor.

En 1980 se establecieron cuatro Zonas Económicas Exclusivas (ZEE), en las ciudades de Shenzhen, Zhuhai, Shantou y Xiamen.   En ellas se ofrecían incentivos a los inversores extranjeros:  bajas tasas impositivas y otras ventajas tales como preferencias cambiarias, reglas de empleo más flexibles, menor burocracia  y mayor inversión estatal en infraestructura, para contribuir a la disminución de los costos de las empresas, favoreciendo de esta manera la existencia de rentabilidad suficiente como para permitir la elaboración de altos volúmenes destinados a la exportación.

Los gobiernos locales fueron incentivados a generar iniciativas que promovieran la acumulación de capital en sus respectivas jurisdicciones, estimulándose el crecimiento industrial en mayor medida en las regiones capaces de promover los intereses económicos por sobre los objetivos políticos de más corto plazo.

Las exportaciones de los sectores intensivos en mano de obra, de bajos costos laborales como ventaja comparativa, fueron los que dominaron la escena al comienzo. La importancia relativa de las industrias intensivas en capital aumenta con el tiempo. Luego de un período de aprendizaje mayor a veinte años, se produjo finalmente un aumento importante de las exportaciones de alta tecnología, que alcanzan una participación mayor al 30% en la actualidad.

A todo lo largo de este proceso, el continuo crecimiento de los salarios fue incrementando el consumo popular, generando un mercado interno dinámico y creciente. De esta manera, las principales multinacionales del globo comenzaron a sentirse atraídas a disputar este interesante nuevo mercado, ampliándose la economía mundial en la cuantía que lo hacía el mercado chino. No solo se desplazó la producción mano de obra intensiva desde occidente a China, sino que como efecto quizá no buscado originalmente se modificó de una vez y para siempre el tamaño de la economía mundial.

Previamente, China había desplazado a Japón, Corea y Taiwán del sitial de exportadores de mano de obra barata. Allí también los incrementos salariales generaron interesantes mercados de consumo popular.  Ahora, China está siendo desplazada por Camboya, Myanmar, Vietnam, Filipinas y Bangladesh. El resultado será similar. Quizá sea el

turno, luego, de Africa y América Latina. No todos los países serán favorecidos por este proceso inversor. Por tal motivo es importante recrear localmente las condiciones que generaron el éxito en los países que lo lograron.

Las cadenas globales de valor (CGV) representan en la actualidad el 80% del comercio mundial. Una CGV comprende actividades como investigación y desarrollo, diseño de productos, fabricación de diferentes piezas y componentes, montaje y distribución.

La moderna teoría del comercio internacional, a fin de industrializarse más rápidamente, recomienda integrarse a estas redes internacionales de producción, en lugar de construir integradamente toda la cadena productiva. La fragmentación y la especialización están permitiendo a las naciones participar en los mercados mundiales sin la necesidad de dominar todos los aspectos que intervienen en la producción de los diferentes artículos objetos del comercio.

Descriptos los rasgos principales del fenómeno chino, extraigamos algunas lecciones útiles para el inicio de un proceso exitoso de crecimiento y desarrollo acelerado de la industria argentina.

La inserción en las CGV, especializándose en todo tipo de actividades para las que hayamos desarrollado en el pasado alguna ventaja comparativa es fundamental para el éxito inicial de la estrategia. Somos muy competitivos en todo lo concerniente a la cadena agroindustrial y también en el sector servicios, sobre todo en actividades conocimiento-intensivas. Proveyendo un marco adecuado de bajas tasas impositivas, equilibrio macroeconómico, burocracia facilitadora y alta inversión en infraestructura, la calidad de nuestros emprendedores, reconocida en el mundo entero, será la encargada de encontrar los nichos adecuados para crecer aceleradamente.

Con el marco descripto anteriormente, serán los capitales locales, al igual que en el caso chino, los que aportarán el empujón inicial.  La oleada de inversiones de capital extranjero sólo se producirá una vez lanzada la economía y siendo palpable la irreversibilidad del proceso. No debe esperarse ilusoriamente que los

más volátiles capitales internacionales sean los iniciadores del despegue argentino. En nuestro país sobran capitales. Se invertirán productivamente sólo si las reglas son adecuadas y se perciben irreversibles.

Las ZEE de la economía china pueden ser suplidas por una sana competencia entre las distintas provincias y municipios, otorgando incentivos, preferencias y ventajas a las empresas, para que estas puedan florecer, crecer y crear empleo con mayor facilidad.

Es necesario aprender a caminar antes que correr. No será conveniente exigir inicialmente la inserción exitosa en los nichos de más alto valor o tecnológicamente más elevados. La premisa de los primeros años debe ser crear empleo y salario para toda la población, desplazando empleo público y planes sociales hacia actividades productivas para agrandar la torta que luego permitirá un reparto más generoso, que con una política de ingresos adecuada multiplicará varias veces los salarios en pocos años. Debe permitirse e incentivarse la acumulación de experiencia y capacidades hacia el interior de las empresas para luego ir escalando progresivamente en las CGV. En este punto, la experiencia China es invalorable y digna de ser emulada. Es necesaria una mirada de largo plazo en lugar de la urgencia y el cortoplacismo característico de nuestro país.

Debe abandonarse por anacrónica la dicotomía exportación/ mercado interno. La inversión y las exportaciones crearán empleo y salario, y estos últimos desarrollarán un genuino y potente mercado interno, basado en el trabajo y la producción en lugar de la dádiva y el clientelismo.

Como nota final, es destacable el paralelismo entre el auge y la decadencia de ambas economías.  El declive chino comenzó en el Siglo 19 y el argentino, en el Siglo 20. China comenzó la recuperación en 1978. ¿Podremos los argentinos emular rápidamente este último  fenómeno?  O será necesario esperar, con paciencia china (el juego de palabras es deliberado), ¿cincuenta años más?

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