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¿Quo vadis BCRA? (2º Parte)

La tarea del BCRA ha sido extraordinaria, pero es conveniente destacar que la incorrecta fijación de una meta demasiado baja para 2017 ha derivado en una dureza monetaria inusual

07 agosto de 2017

Por Jorge Bertolino Economista (Universidad Nacional de Rosario)

A fin de realizar un diagnóstico de la efectividad y conveniencia de la aplicación del esquema de metas de inflación en la economía argentina actual, así como efectuar algunos pronósticos sobre su evolución futura y sugerir algunas recomendaciones para asegurar su éxito, será necesario explicitar el marco teórico al que se sujetan las ideas aquí expuestas.

El marco

La idea principal es que la inflación es un fenómeno estrictamente monetario y su remoción o disminución requiere la utilización de instrumentos de la misma naturaleza: la cantidad de dinero (oferta monetaria) o su precio (la tasa de interés).

La tasa de inflación converge, en el largo plazo, a la tasa de crecimiento de la cantidad de dinero.

La idea principal es que la inflación es un fenómeno estrictamente monetario y su remoción o disminución requiere la utilización de instrumentos de la misma naturaleza

Más estrictamente, a la diferencia entre las tasas de incremento de la oferta y la demanda del mismo. Pero como, sobre todo en los países con poca historia inflacionaria, la demanda de dinero suele ser estable, evolucionando paralelamente a la tasa de incremento del PIB, suele simplificarse el análisis postulando que la tasa de inflación converge a la tasa de crecimiento de la cantidad de dinero.

La curva de Phillips, un modelo simplificado de la realidad, establece una correlación negativa entre la tasa de desempleo y la inflación, en el corto plazo. Como a mayor desempleo, mayor caída de la actividad económica (recesión), podemos establecer que el nivel de actividad económica y la inflación se correlacionan negativamente también.

Por este motivo, bajar la inflación requiere, lamentablemente, enfriar transitoriamente la economía a fin de moderar la demanda agregada, mediante la utilización de los instrumentos monetarios mencionados anteriormente.

El contexto

Existe un amplio acuerdo entre los economistas respecto de los beneficios a largo plazo, en términos de actividad y empleo, de una baja inflación. Pero para llegar a ella hay un costo a pagar.

La tarea del ente monetario rector es compleja. Existe abundante literatura sobre los instrumentos y su modo de utilización, pero ésta es sólo una parte de la historia: la de la ciencia. Dicho esto porque se considera que su accionar requiere no sólo ciencia sino también arte. Arte para comprender la función de reacción de la sociedad y adaptarse a ella. Entendemos por función de reacción social, a la valoración (menor o mayor) del sacrificio a que está dispuesta la misma sociedad para disminuir la inflación.

Bajar la inflación requiere, lamentablemente, enfriar transitoriamente la economía a fin de moderar la demanda agregada, mediante la utilización de los instrumentos monetarios mencionados anteriormente

La política antiinflacionaria se asemeja a un angosto sendero en medio de una ciénaga. Hacia uno de los lados se encuentra la inflación. Hacia el otro, la recesión. Cuánta recesión es tolerable para disminuir la inflación es una pregunta que debe ocupar permanentemente la mente del policy maker, a fin de no exceder lo socialmente tolerable y perjudicar políticamente a su gobierno.

La génesis de la inflación no es instantánea. Una inflación alta y persistente se ha incubado en varios años o quizás décadas. No es razonable, entonces, pretender derrotarla instantáneamente. Las soluciones de shock generalmente reprimen la inflación en sus efectos en lugar de disminuirla genuinamente. Son soluciones transitorias que derivan luego en un rebrote, muchas veces más virulento, del fenómeno inflacionario.

Los instrumentos

Los instrumentos monetarios con que tradicionalmente se ha atacado el problema inflacionario son dos  1) bajar la tasa de incremento de la oferta monetaria y 2) incrementar las tasa de interés.

La génesis de la inflación no es instantánea. Una inflación alta y persistente se ha incubado en varios años o quizás décadas

Sin embargo, su utilización no siempre es efectiva. En el corto plazo, su respuesta suele ser insatisfactoria, sobre todo en países pequeños, abiertos y con una larga historia de inconducta fiscal como el nuestro. Esto se debe principalmente a la falta de flexibilidad de la economía para responder a estos estímulos monetarios, debido a la memoria inflacionaria y la indexación de los contratos, que provocan lo que los economistas llamamos inercia inflacionaria. A mayor inercia, mayor deberá ser el remedio monetario para abatir la inflación y mayor el costo en términos de actividad y empleo.

Un ancla nominal permite morigerar la inercia y disminuir su costo asociado. En las tres últimas décadas del siglo pasado se utilizaron como anclas 1) fijar el tipo de cambio o 2) fijar la cantidad de dinero (dejando libre el tipo de cambio). En ambos casos, el resultado fue desalentador.

La ausencia de cambios estructurales que eliminen o disminuyan significativamente la inconducta fiscal, que es el determinante último de la expansión monetaria que, luego, genera la inflación, es una parte de la explicación. La otra parte radica en que el esquema mismo encierra en su interior la semilla de su propio fracaso.  La falta de credibilidad de la autoridad monetaria, sobre todo por la no coordinación con sus colegas encargados de la política fiscal, ha generado desconfianza, expectativas negativas y caída de la actividad económica. Se produce luego una caída de la recaudación y un aumento del déficit. La inflación, la desconfianza y las expectativas negativas se realimentan.

Los ejemplos

A principios de la década del '90, en este marco, Nueva Zelanda, que se encontraba padeciendo una inusual alta inflación (del 17%) y en medio de un programa de cambios estructurales para eliminar gradualmente el desbalance fiscal y dotar de flexibilidad a su economía, implementa un nuevo tipo de ancla nominal: la fijación de una meta explícita de inflación.

La ausencia de cambios estructurales que eliminen o disminuyan significativamente la inconducta fiscal, que es el determinante último de la expansión monetaria que, luego, genera la inflación, es una parte de la explicación

El avance es significativo. En lugar de utilizar el garrote de la política monetaria contractiva, el ente rector, cual un moderno flautista mágico, engatusa a los agentes económicos para conducirlos, engañados, a un sendero de menor inflación. En la literatura monetaria se dice, con más propiedad, que el banco central busca coordinar las expectativas de inflación futuras, a fin de que la indexación de los contratos converja a esta última en lugar de a la inflación pasada, disminuyendo significativamente la inercia, evitando o morigerando el sesgo recesivo y la caída de la recaudación que describiéramos anteriormente.

La tarea del BCRA ha sido hasta aquí, extraordinaria, con las cartas que le tocó jugar. Reconocido esto, es conveniente destacar que la incorrecta fijación de una meta parcial demasiado baja para este año ha derivado en una dureza monetaria inusual, que elimina, parcialmente, el principal beneficio del esquema de metas de inflación. El costo, en términos de actividad, empleo y recaudación fiscal ha sido, hasta ahora, excesivo, sometiendo a la economía a un estado de estrés por momentos desesperante, sobre todo en el interior del país y fuera de las grandes empresas, que tienen más herramientas para aguantar la situación.

La tarea del BCRA ha sido hasta aquí, extraordinaria, con las cartas que le tocó jugar

Con todo, como consecuencia del aumento de la base imponible que ha provocado el blanqueo de capitales, la recaudación fiscal ha comenzado a reaccionar favorablemente y es de esperar que seguirá evolucionando en el mismo sentido en los próximos meses. Es crucial que el Gobierno no aumente el gasto público gastando esta nueva recaudación.

Si lo hace, echará por la borda todo lo construido esforzadamente hasta ahora. Si no lo hiciera, existen dos alternativas 1) disminuye el déficit fiscal, allanando el camino de la desinflación y  2) mejor todavía, disminuye la presión impositiva, generando menores costos, más actividad, más inversión, más consumo, más empleo, más salario. En fin, un círculo virtuoso que permitirá crecer alegremente algunos años. Luego será el turno de las reformas estructurales para hacer permanente el crecimiento y convertirlo en desarrollo. Pero eso escapa al alcance de esta nota.

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