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El segundo semestre de Donald J. Trump

Como tantos otros antecesores, su primer semestre deja un saldo algo más deslucido de lo que esperaban sus votantes. ¿Qué le depara el futuro?

Héctor Rubini 10 julio de 2017

Por Héctor Rubini Instituto de Investigación en Ciencias Económicas de la USAL

En pocos días se cumplirá el primer semestre del mandato de Donald J. Trump como presidente de EE.UU. Como tantos otros antecesores, su primer semestre deja un saldo algo más deslucido de lo que esperaban sus votantes, e inclusive sus adversarios demócratas.

Tanto sus objetivos, como instrumentos para avanzar hacia una agenda nacionalista, con ingredientes de aislacionismo selectivo, que todavía no ha sido bien digerido dentro ni fuera de EE.UU.

El rol de EE.UU. en el escenario exterior no ha cambiado demasiado, pero se observa una mejor convivencia con el Gobierno de Rusia, cierto tira y afloje -sin resultados aparentes- con la República Popular China, el visible deterioro de las relaciones con la Unión Europea, y el “dejar hacer” al régimen de Corea del Norte que mes tras mes muestra nuevos progresos armamentísticos, cuyo financiamiento sigue siendo objeto de no pocas sospechas.

El hecho más evidente lo constituye la negativa de Washington a suscribir los acuerdos de París para el Cambio Climático, algo por demás evidente en el cierre de la última reunión del G20 en Hamburgo.

La canciller Angela Merkel confirmó que, efectivamente, la administración Trump fue abandonada por los 19 gobiernos restantes del bloque que han avalado la irreversibilidad de lo firmado en París para comenzar a reducir las emisiones de carbono y prevenir una catástrofe ecológica de alcance mundial. Esto bien puede interpretarse como un evento que incrementa el peso propio de Europa, y en particular del Gobierno alemán en la política mundial, aunque en materia de política comercial, el “America First” de Trump sigue en pie.

El presidente estadounidense ha amenazado sin rodeos con establecer aranceles a las importaciones de acero, algo que fue respondido por una amenaza contra EE.UU. en igual sentido por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Algo que reaparecerá en las próximas cumbres del G20 a celebrarse en Argentina el año próximo, y luego en Japón en 2019 y en Arabia Saudita en 2020.

Aun así, algo parece aflojar el “rebelde” Trump. Luego de las polémicas restricciones migratorias, fundamentalmente a países musulmanes percibidos como “no amigos”, ahora la administración Trump ha anunciado que aportará  US$ 639 millones al Programa de las Naciones Unidas para la Alimentación en el Mundo, para combatir las hambrunas que padecen no menos de 30 millones de personas en Sudán del Sur, Somalia, Nigeria y Yemen. También, realizará un aporte de U$S 50 millones a un fondo del Banco Mundial (BM) para ayuda a mujeres emprendedoras.

A Trump no parece por ahora preocuparle el qué dirán, pero su reputación también cae en picada dentro de las fronteras. Desde mayo de este año, la mayoría de las principales encuestadoras reflejan una mayoritaria desaprobación de su gestión en las mediciones de las últimas dos semanas: desde 53% de los encuestados por YouGov/The Economist a 57% según Gallup e Ipsos.

En cuanto a la economía, el núcleo de sus reformas económicas muestra pocos avances. Para sus críticos, esta es una excelente noticia, dado que de esa forma se habría evitado una fuerte desaceleración del crecimiento económico.

Sus aparentes objetivos prioritarios parecerían haber sido el de cerrar selectivamente la economía estadounidense, reactivar el mercado interno con una política fiscal expansiva (vía obras de infraestructura, desregulación del mercado de salud y una reforma tributaria), y una priorización de objetivos de seguridad interior y exterior.

Operativamente no le será fácil aprobar la reforma al sistema de salud. Para cumplir con sus promesas electorales, está empeñado en eliminar al Obamacare por ley del Congreso, pero varios legisladores le han advertido que dejará sin cobertura a partir de 2026 a millones que votaron a Trump: en realidad, no menos de 22 millones de personas según la

Congressional Budget Office.

Desde su propio partido ven esto como necesario para avanzar hacia la reforma tributaria y una rápida aprobación del presupuesto para 2018. No le será fácil sin embargo sostener un programa de ese tipo, ni defenderlo ante la opinión pública. La reforma tributaria en menta sigue focalizada en reducir la carga tributaria sobre empresas, y fundamentalmente a las personas de más altos ingresos. La eliminación del Medicaid significaría la derogación del impuesto específico del 3,8% sobre los ingresos de inversiones por más de U$S 250.000, pero dejará sin cobertura médica a individuos de bajos ingresos, ancianos y discapacitados. Esto ha generado una división entre legisladores del partido Republicano que podría profundizarse luego del fracaso del Partido Republicano en aprobar la reforma del sistema de salud antes del receso de verano iniciado el pasado 4 de julio.

Tarde o temprano esto va a caldear el debate sobre reformas que todavía siguen empantanadas. Según Trump, y su equipo, la economía estadounidense ya estaría creciendo a no menos de 4% anual. La mayoría de economistas de Wall Street, no estima un crecimiento tan alto, ni tampoco para todo 2017: en el mejor de los casos entre 3% y 3,5% en 2017. Las estimaciones de la Reserva Federal son en cambios, menos generosas. El Banco de la Reserva Federal de Atlanta espera un cierre del 2° trimestre a un crecimiento interanual de 2,7%, pero la Fed de Nueva York ha estimado un crecimiento interanual de 1,9%, y de 1,6% respecto del primer trimestre.

¿Podrá aprobarse el recorte a los gastos en salud si la economía sigue sin crecer a “tasas chinas”? El estilo de Trump ayuda poco y nada, pero si algo es claro, es que aun con buenos números -mejores a los esperados por Republicanos y opositores- la economía no está creciendo tanto como para “digerir” una reforma fiscal altamente controvertida, y una rápida “normalización” de la política monetaria, con tasas de interés en rápido aumento. Algo también difícil de digerir en una economía en la que la tasa de ahorro de las familias en 2005 era de aproximadamente 2,2% del ingreso disponible, y hoy es de 5,5%, y con un estancamiento en los pagos de impuestos de individuos desde 2015 hasta el presente -indicador inequívoco de una persistente debilidad del ingreso personal disponible-.

Todo indica, en definitiva, que los potenciales cambios en la política fiscal y monetaria de Trump serán más graduales y de menor impacto que lo esperado a principios de año. De observarse algún rebote, probablemente habrá que esperarlo para bien entrado el cuarto trimestre, o quizás para el próximo año. En este contexto, el escenario interno para Trump probablemente se le empiece a complicar bastante antes que lo deseado. Algo que inequívocamente será tenido en cuenta por la Reserva Federal a la hora de decidir futuras subas en la tasa de fondos federales.

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