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¿Joven y sano o pobre y enfermo?

Lo más importante es que seamos conscientes de que toda regulación es un costo: pensemos cómo desregular porque los argentinos queremos poder innovar y crecer

17 julio de 2017

Por Diana Mondino Economista de UCEMA

Empiezo por lo obvio: es mejor ser joven, sano y con trabajo que viejo, enfermo y desempleado.  Las personas nos adaptamos lo mejor que podemos y nada impide que un país también lo haga. Es cuestión de lograr instituciones que permitan la innovación y el desarrollo dejando a un lado   instituciones esclerosadas y caras. Todos los días hay decisiones que como país nos acercan a la vejez o a la juventud, al despegue o a la decadencia.

Sabemos en Argentina que tenemos un Estado muy grande, ineficiente y caro. Nadie quiere esa  situación, y las peleas ideológicas se dan por cómo  se solucionan los problemas y quien paga los costos de la solución.

Olvidamos que hay muchas cosas simples que se pueden hacer, cambiando o reduciendo  regulaciones que impiden crecer. Doy tres ejemplos “livianos”. Cambiar de trabajo es un costo para el empleado porque pierde derecho a vacaciones o eventual indemnización. Cambiar de domicilio es carísimo y mucho papeleo, ya sea inquilino o propietario.  Tener un seguro para cubrir accidentes o una catástrofe tiene muchos impuestos, los valores quedan desactualizados y hay que probar que no hubo mala intención. Con estos tres simples temas pensemos cómo sería un país ágil y sano.

Ojalá el empleado pudiera cambiar de trabajo si percibe una mejora en su sueldo, carrera o alguna otra condición. Las empresas tendrían entonces que competir por los mejores empleados y los sueldos ?de los mejores- aumentarían. Hoy todos los sueldos son bajos ?de los mejores y de los no tanto- porque la empresa corre grandes riesgos, y el empleado no tiene incentivo a esforzarse por mejorar. Si cambiar de domicilio no tuviera tantos impuestos, escribanos y otros costos, la gente tendría más posibilidad de elegir, mayor movilidad y podría buscar estar más cerca de un mejor trabajo o de su familia.

Muchas regulaciones son innecesarias y perjudiciales. Fueron pensadas para otra tecnología y, a veces, vienen de la época de la colonia. Ejemplos minúsculos: una escritura es más cara si es más larga, porque antes el papel sellado era caro. Los naipes tienen impuestos especiales porque antes eran artículos de lujo. Los menores no pueden estar en el lugar de trabajo de sus padres y el horario de protección al menor es ridículo en la era de Internet. Para presentarse a un trabajo hay que  fijar un domicilio en el que  se puedan recibir notificaciones (¡en la era de los celulares!) y los documentos deben estar firmados con tinta azul. La lista es innumerable. Son trivialidades que encarecen, dificultan y demoran que seamos productivos.

Por supuesto hay muchísimos temas de mayor importancia. Por ejemplo, el Estado debe dejar de regular decidiendo ganadores y perdedores, o subsidiar sine die. Lo más importante es que seamos conscientes que toda regulación es un costo: seguramente algunos pocos se benefician y muchos se perjudican. Pensemos cómo desregular. Los argentinos queremos poder innovar y crecer.

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