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Corrupción y rebote

La calidad de la Justicia ha provocado que cosas, como la sesión por De Vido, ocurran: no haber determinado la culpabilidad ha implicado el traslado de esta cuestión al Congreso, y eso es grave

Carlos Leyba 28 julio de 2017

Por Carlos Leyba

Al amparo de las evidencias y sospechas de corrupción en el Gobierno K, Cambiemos ha centrado su discurso de campaña en torno de aglutinar, en una votación parlamentaria, de un lado a quienes están en contra de la corrupción (cohecho) y del otro a los que ?dicen en el Gobierno? la apañan.

Los que están contra de la corrupción serían los que votaron por la expulsión de Julio De Vido y los que estarían a favor de la corrupción, los que no votaron por la expulsión. Simplificación peligrosa.

En rigor unos votaron por la expulsión y otros no. Y punto. Los que no votaron por la expulsión podrían sumar argumentos de carácter institucional para no hacerlo y sostener el riesgo de sentar el precedente que, otra mayoría circunstancial a lo Maduro,  expulsara a cualquier legislador.

De Vido ha sido un pésimo ministro por su selección de prioridades, por la mayor parte de las cosas que hizo y por la enorme cantidad que no hizo, habiendo contado con los medios más abundantes que nunca tuvo, esa cartera, en la Historia Argentina.

Mal administrador porque muchos  de sus funcionarios están condenados por la Justicia. En su área se cocinaron personajes como Lázaro Báez o José López. Sobreprecios y pago de obras que no se hicieron. Río Turbio suma todos esos daños en un solo caso.

Los discursos, es bueno que haya ocurrido, lo han aclarado y  condenado. Ha quedado claro que la corrupción es el delito de cohecho y en cada decisión corrupta hay otro lado privado.

Ha quedado claro que la Justicia se negó a actuar cuando De Vido era ministro y sigue sin hacerlo ahora. Todos esos procesos, lo que involucra a los que estuvieron arriba, debajo, al costado, provincias, municipios y empresas, están pendientes. Y urge que la Justicia actúe. ¿Cómo empujarla?

El Parlamento no habría podido hacer culpable a De Vido y tampoco lo que se votó lo hizo inocente.

Y si bien los que votaron por la exclusión lo consideran culpable, no es menos cierto que los que votaron en contra no lo consideren inocente. Al menos no lo dijeron. Convengamos que no es poco.

Algunos votaron por atendibles razones institucionales en un país flojo de instituciones que necesitan respeto para fortalecerlas.

La calidad de la Justicia ha provocado que estas cosas ocurran. No haber determinado la culpabilidad ha implicado el traslado de esta cuestión al Parlamento. Esto es grave.

Porque el Parlamento requiere de otras misiones.

Ideas sueltas

¿Cómo puede contribuir a la Justicia? Por ejemplo, esta mayoría, que lo es para muchas decisiones pero no para la expulsión de un miembro, podría integrar una Comisión Investigadora ?para que la sociedad conozca la verdad y para que la Justicia sienta la presencia del control popular? destinada a revisar la totalidad de las concesiones vigentes en materia de servicios, de energía, de obras públicas, contrataciones, etcétera. Por lo menos a partir de una cifra trascendente de negocios.

Esa comisión podría contar con el concurso de las Universidades Públicas e integrar equipos de calidad capaces de llegar a poner en claro donde se ha instalado y como se ha originado la corrupción que a todos nos preocupan. Podría contar con el aporte de muchos investigadores que han estudiado concesiones recientes de todo tipo. Legisladores provinciales que podrían aportar información. Son muchos los legisladores que han contribuido a esas investigaciones antes de ahora. Incluso algunos que no votaron para expulsarlo a De Vido.

Esa es una manera honesta de aprovechar la fuerza de esta mayoría y de brindarle la oportunidad al Congreso para que realmente apunte contra la trama de la corrupción, a la que sería bueno llamarla cohecho para desnudarla.

Sería triste que esta instalación mediática y parlamentaria quede en una votación sobre una persona como si esa fuera toda la cuestión de la que nos queremos liberar.

Como lo ha dicho Francisco, “muchas veces la misma política es responsable de su propio descrédito, por la corrupción y por la falta de buenas políticas públicas”. Las dos cosas.

La política argentina tiene en el Parlamento, ya que la Justicia pareciera negarse a hacerlo, la gran oportunidad de, al menos, desnudar la corrupción que hubiera en los negocios públicos y qué mejor que comenzar analizando los fundamentos de todas las concesiones ?incluidas las obras públicas vigentes ? con el concurso de esa enorme coalición anticorrupción ?equivocada constitucionalmente o no? que ha surgido en este Parlamento.

Para recuperar el crédito, la necesaria esperanza en la política, es imprescindible realizar este trabajo por la verdad en el Parlamento y darle así la oportunidad a todos del compromiso en la lucha contra el cohecho.

Pero el otro lado, como dice Francisco, es “la falta de buenas políticas públicas” la que desacredita a la política.

Por eso, siguiendo al Papa, está bien instalar en el debate, de este proceso electoral, la cuestión de la corrupción. Pero es necesario no dejarla en discursos, en chicanas, sino que es imprescindible profundizar en los hechos y tratar de regular como el escrutinio público puede controlar la lógica del uso de los recursos públicos.

Confieso que no puedo apartar de mi memoria la respuesta, dada en la Cámara de Diputados, del ministro Juan J. Aranguren, que afirmó no conocer cuál es el costo de producir un millón de BTU de gas, siendo que la matriz energética argentina es gasintensiva y el precio que pagamos por gas en boca de pozo es uno de los más altos del mundo, y el que pagaremos en Vaca Muerta ?según los dichos de Pablo Roca, presidente de Techint? hacen imposible el funcionamiento de la industria. Y que además subsidiamos a las empresas petroleras con un precio mayor al internacional.

Este punto hace converger los dos temas, primero, la necesidad de transparencia en las concesiones ?como la energética? y la necesidad de debatir políticas públicas, también.

La energética es una clave.  Por ejemplo, ¿por qué se ha decidido sin discusión pública la energía nuclear con tecnología y financiamiento chino por US$ 20.000 millones?

El Gobierno, en realidad Jaime Durán Barba, ha decidido ahora centrar la discusión política en “la corrupción” identificada en Cristina Kirchner sumándole, en ella, el miedo al retorno al rumbo Venezuela. La lógica condena, de la inmensa mayoría, a las fortunas tipo Lázaro Báez o José López (son muchas más y algunas heredadas de Carlos Menem) fideliza y suma votos, al igual que lo hace la cantera del terror a la Venezuela que CFK solía ponderar.

Pero esa estrategia pone al desnudo la ausencia de ? al menos ? vocación del partido gobernante, que es el PRO, para proponer y debatir políticas públicas. En realidad contribuye a la orfandad del resto de los competidores para proponer y debatir los ejes estratégicos del futuro argentino. La corrupción es un verdadero drama porque, como ha sido bien dicho, mata y corrompe.

Pero la ausencia de ejes estratégicos, capaces de establecer un rumbo compartido por un espacio mayor que el de una mayoría ocasional, es lo que ? en definitiva ? está detrás de esta precariedad del Estado o de los funcionarios públicos que, sin el compromiso de un plan, están más sometidos a las presiones de circunstancias.

Es cierto: la honestidad no depende de las circunstancias. Pero, decía J. Perón, “el hombre es bueno, pero si se lo vigila es mejor”.

¿Hay plan?

En otras palabras, el Gobierno, sus funcionarios, si gobiernan en torno a un plan pueden ser, no solo medidos, valorados, por los resultados a los que se comprometieron, sino vigilados por lo que han hecho y dejado de hacer. Paul Ricoer ?el filosofo francés? lo decía de esta manera: “El plan es ética en acción”. Si no hay un rumbo establecido, un programa determinado, un plan suficientemente consensuado, el Gobierno torna en arbitrario y no sólo las políticas públicas multiplican desorden, y tienden al fracaso por inexistencia de parámetros, sino que la corrupción encuentra allí las mejores áreas de cultivo.

Para que haya un plan, para que se concrete más allá de lo documentario, hace falta la existencia de propuestas, el debate de las mismas, el análisis de costo ?beneficio, la participación de expertos, la construcción política que no es otra cosa que aclarar las ideas de lo que hay que hacer desde el Estado para construir la Nación deseada.

El kirchnerismo se negó desde el primer día a ofrecer propuestas, a debatirlas, a evaluar costo beneficio, a la participación de expertos, a la construcción de ideas. Y sin Plan el rumbo fue puro volantazo. Veamos.

Aunque no lo pueda creer el lema de Néstor era “Un país en serio” y el ideal de Cristina era “Alemania”. La soja era un yuyito, pero la superficie sembrada en el período se duplicó e ingresamos en la sojadependencia. Venía a “liberarnos de la dependencia externa” y avaló, en los hechos y las normas, la fuga de US$ 100.000 millones. Decía que quería construir “una burguesía nacional” y fue el que mas contribuyó, en la Historia Argentina, a la integra de la “nueva oligarquía perversa de los concesionarios”. Y ató el paquete de la “alianza hiper dependiente con China”.

Se podrá predicar contra la corrupción. Y hacer campaña electoral. Pero sin plan la ética se esfuma, y aparecen las “buenas razones” para seguir la alianza china y profundizar la primarización con toda la secuela de daños de largo plazo que ello ocasiona.

Rebote y brillo

Hasta un gato muerto rebota. Se debe culpar al que lo mató. Pero no tratar de convencerse que el rebote es un signo de vida. Hojarasca. La realidad, el coraje, es saber que ningún brillo ilumina.

Y en el camino obscuro que transita nuestra Patria hace falta mucha claridad para descubrir el rumbo. Que el Parlamento investigue a fondo todos los centros de corrupción y que también abra sus puertas, si no lo hace el Ejecutivo, para debatir el rumbo.

¿Rebota? Ya lo hizo muchas veces antes. Pero 12 millones de pobres no se generan si no hay un sistema que los produzca. Y un rebote no es un cambio de sistema.

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