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¡Viva la patria!

Imaginemos que quisiéramos encontrarnos a festejar alguna de las fechas patrias que se suceden por estos días. ¿Quiénes estarían?

09 junio de 2017

Por Gonzalo Guilardes Economista

Imaginemos que los argentinos quisiéramos encontrarnos a festejar alguna de las fechas patrias que se suceden en esta época del año (la Revolución de Mayo, el Día de la Bandera o el Día de la Independencia).

Como no podemos estar los 44 millones, imaginemos que invitamos al azar a un grupo de argentinos en función de las estadísticas del Indec vinculadas al mercado de trabajo, las proyecciones de población y las condiciones de vida.

La mesa argentina

Imaginemos la escena. Nos reunimos en una de las tantas casas chorizo que pueblan el conurbano, de esas que tienen un limonero al fondo y paredes levantadas por  más de una generación. Estamos en el living. Hay dos mesas con platos colmados de tortas fritas y medialunas. En la más grande, hay diez adultos representativos de lo que se denomina la población económicamente activa, comparten dos termos, uno con agua caliente para el mate y el otro con café. En la mesa más chica y de mantel colorido, hay seis niños, vasos de plástico, bebidas cola y risas tímidas. En un costado, sentados sobre un sillón estampado, hay tres argentinos mayores, jubilados, miran un televisor encendido, hablan entre ellos, toman té.

Los perfiles

En la mesa de los adultos, uno de ellos está desempleado. Uno de cada diez argentinos de la PEA está en esta condición. Janet tiene veinte años, el secundario completo, vive con sus padres y busca trabajo desde hace un año. Las mujeres de hasta 29 años son el grupo por edad y género con mayor porcentaje de desempleo.

Junto a ella hay un hombre de unos treinta años. Sergio es correntino y hace trabajos de plomería, aunque también se las rebusca como albañil. Desde que terminó de trabajar en la construcción de un edificio el año pasado, no tiene un empleo fijo y hace changas.

Claudia, frente a él, trabaja en un comercio en Munro, doce horas diarias, tiene un feriado rotativo por semana, un lunes o un martes casi siempre, separada, dos hijos. La asignación universal de los chicos la gasta en las cosas de la escuela y los dos colectivos que toma su madre para venir hasta su casa y cuidarlos. Sergio y Claudia trabajan en negro. Forman parte del 33% de los asalariados cuyo empleador no les realiza los aportes jubilatorios. El comercio, la construcción y el servicio doméstico son las actividades con mayor informalidad laboral.

Jorge tiene un kiosco, es monotributista, ayer le llegó la boleta de luz, cinco veces más que hace dos años. Por la baja de ventas, desde febrero, viene comiéndose el capital, todos los meses un poquito y así paga el alquiler. En algunos estantes, el faltante de mercadería se nota.

Mirta trabaja en una pizzería en Palermo. Se encarga de los rellenos y los repulgos de las empanadas. En los días lluviosos, la artrosis en las manos se siente. Los dueños la valoran mucho. Es la única empleada que tiene franco los domingos. Aprovecha para coser ropita para los nietos y visitar a sus hijos. Jorge, Claudia, Sergio y Mirta, son ocupados con ingresos netos menores a diez mil pesos por mes. Según el Indec, a diciembre de 2016, el 50% de los ocupados tenía ingresos inferiores a ese monto.

Completan nuestra mesa imaginaria representativa de la PEA: Daniel, quien trabaja en un taxi y alquila la licencia. Le puso gas al auto porque convenía para trabajar (ya no). Masculla bronca porque mañana debe ir al mecánico y sabe que arreglar cualquier cosa es una semana o dos de laburo. Figura como empleado de la mandataria que le alquila la licencia.

Al lado, están Romina y Fernando, empleados públicos: ella docente, él empleado municipal. Están en pareja. Tienen ganas de dejar de alquilar. Los créditos en UVAs son una opción. Están dudando. Embarcarse en un crédito a veinte años que ajusta por inflación es todo un desafío. El suegro les cuenta de la “1.050 de Martínez de Hoz” y cuesta decidirse.

En la cabecera está Juan, empleado de un banco, es el único de los asalariados presentes con un ingreso neto superior a los $20.000 (gana $25.000 en mano para ser exactos). Según el Indec, pertenece al privilegiado 10% de mayores ingresos.

Junto a él, está Osvaldo, otro privilegiado, autónomo, dueño de una pyme de seis empleados (entre los que figuran su hija y un sobrino). Fabrica muebles para cocinas. Tiene la intención de sumar una máquina italiana que le aumentaría la producción a un menor costo y con mejor calidad. Lo tiene pendiente desde el 2011. Lo postergó por el cepo en el 2012, por la prohibición de las importaciones en el 2013, por la recesión en el 2014, por las elecciones del 2015, por la recesión en el 2016 y por las elecciones de este año. Ningún banco lo financia. “La plata de los bancos está en Lebac”, le explica Juan. Debe financiar la compra de la máquina con todos sus ahorros y el préstamo de un familiar (¡en dólares!). Va a seguir esperando hasta que aclare. En la mesa de los adultos, se habla poco. Algunos revisan el celular con impaciencia, todos se preguntan a qué hora termina el “festejo”.

Los pibes

En la mesa de los chicos, el clima es diferente. El transcurrir de las horas aumentó la confianza y las risas y los gritos. De los seis menores, tres viven en hogares considerados pobres (según el Indec, el 45% de los menores de 14 años vive en hogares pobres). Forman parte de las muchas familias argentinas que deben elegir con mucha angustia si compran leche o carne, o peor, si es el almuerzo o la cena. En los detalles se notan las diferencias. Si se mira de lejos, no. Por suerte, están allí. Justifican la reunión. En breve, cuando llegue el momento de la torta celesta y blanca, serán el grupo más ruidoso.

En el sillón, están los abuelos. Las dos mujeres cobran $6.394 por mes. El 70% de los jubilados cobra la mínima. Hablan de la suba de los medicamentos de los últimos meses. De fondo, en el televisor, Mirtha Legrand le pregunta al Presidente sobre la mínima. Afortunadamente, el televisor está sin volumen.

Imaginen la escena. Elijan los rostros que prefieran, conocidos o no (un vecino, un amigo, un familiar). Es difícil tener ganas de festejar. No siempre fue así. Hubo abuelos que vivieron en esta tierra y con orgullo le contaron a sus nietos: “Soy de la generación de los que poblaron el país, o lo construyeron, o conquistaron los derechos de los trabajadores o consolidaron la democracia o  lograron una educación pública con tres premios Nobel en ciencias...”.

Por supuesto, tenemos a quién echarle la culpa. “A Menem, al neoliberalismo, a la dictadura, a los chorros de los K, a los empresarios, a los gordos de la CGT, a los impuestos, a los garcas que la fugan y viven en Miami, al funcionario corrupto, al que paga la coima...”. Sirve para hacer catarsis. No mucho más.

Cuesta ver el vaso medio lleno. Tal vez sea el invierno. Tras las fechas patrias, se vienen las  elecciones. El Gobierno y parte de la oposición van a volver a hablar de la grieta, la lista de culpables y de finales felices y de villanos muy malos. Después de octubre, la vida va a seguir  parecida. Pasará otro año. Volverán, otra vez, los festejos de la patria. Bastante igual que ahora. Seguiremos con nuestros problemas de siempre. Haciendo mucha catarsis. Sin hablar del presente ni de futuros posibles. La patria duele. ¿Viva?

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