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¿El bono del siglo o el bono del sigilo?

No deberíamos evaluar la emisión en forma aislada sino como una estrategia general porque en Finanzas no dan puntada sin hilo

21 junio de 2017

Por Miguel Zielonka Director Asociado en Econviews

Al despertar del día lunes pasado el gobierno anunció que estaba planeando la emisión de un bono a 100 años de plazo.  A la tarde de ese mismo día se anunció oficialmente que se habían colocado US$ 2.750 millones con vencimiento en 2117, a un precio de US$ 90 la lámina de 100, con un cupón de 7,125%.  Llamó la atención lo inmediato de la emisión y provocó revuelo y confusión.  La grieta y la intencionalidad política no ayudaron a calmar las aguas.  En las líneas que siguen compartiré algunos pensamientos en voz alta sobre este tema.

Alargar los plazos de emisión de deuda es, normalmente, una táctica conservadora o defensiva (sigilo es precaución).  En general, las curvas de tasas tienen pendiente positiva. En criollo, es más barato emitir a corto plazo y renovar la deuda.  Pero a veces lo barato puede salir caro.  Si al momento de renovar la deuda el interés subió o los inversores desaparecen, ir por el camino más corto no termina siendo el mejor recorrido.  Los emisores de deuda deben evitar la concentración de vencimientos.  Así, logran diversificarse.  En el saber popular, diversificarse es no meter todos los huevos en la misma canasta.  Punto para el Ministerio de Finanzas.

Ahora bien, ¿era necesario emitir un bono a 100 años?  En mi opinión, si se juzga la necesidad por esta emisión aislada, no lo era.  Pero es diferente si se piensa a la República Argentina como un emisor que va a participar activamente en el mercado de deuda por un período de transición medianamente prolongado.  En ese caso, hay que escuchar la opinión de los acreedores, sus preferencias y atender sus requerimientos.  Es muy probable que hayan sido inversores del exterior con carteras de muy largo plazo quienes hayan “requerido” este plazo. Acceder a este pedido puede ser una señal de debilidad o una jugada estratégica en términos de quid pro quo.  ¿Y si por “meter” un bono a 100 años se agiliza una mejora en la nota crediticia que redunda en un menor costo sobre todo el monto de deuda? Si estamos frente a una jugada maestra de ajedrez, otro punto para el Ministerio de Finanzas. Si no, el punto va del otro lado de la grieta.

Hablemos de la tasa de interés. El precio por pedir prestado. El cupón que pagaremos por el próximo siglo será de 7,125% por cada lámina de 100. Como el bono se vendió con un descuento, la tasa que efectivamente pagaremos es 7,91%, ya que recibimos en caja solamente US$ 90. La deuda en sí no es buena ni mala. Lo que da etiqueta de bondad o maldad es el uso que se de a los recursos obtenidos con el crédito. Si los fondos se aplican a proyectos que rindan más de 7,91% entonces la capacidad de repago de la deuda al vencimiento habrá mejorado. La deuda es sostenible. La discusión intergeneracional desaparece. Sin embargo, es difícil encontrar proyectos que rindan esa tasa, y sobre todo que generen esos rendimientos en promedio y a lo largo de 100 años de manera continua. Además, “fijar” el cupón de interés por un plazo tan largo es contradictorio con la visión de este Gobierno de trabajar para ue el riesgo de hacer negocios en la Argentina sea mucho menor. Si esperamos una baja del riesgo país, ¿para qué “congelar” el costo del crédito en un nivel que nos parece alto? Confieso que estoy tentado de dar el punto a los grietenses. Si en los próximos días se confirmara que los bonos tienen una cláusula de precancelación a favor del emisor y que le permite recomprar la deuda en condiciones establecidas a partir de una fecha, entonces estaremos frente a otro animal. Si mejora el acceso al crédito de la República por una baja del riesgo país estaremos en condiciones de “matar” este pasivo caro reemplazándolo por otro más barato.

Volvamos al bosque y no nos quedemos tanto en el árbol.  La estrategia macroeconómica de gradualismo fiscal, que es la columna vertebral de esta administración, pide a gritos que el financiamiento externo no encuentre ningún obstáculo. En eso no podemos fallar. No hay margen de error. Confiemos en los pilotos que manejan el avión que hasta ahora lo han hecho muy bien.  No deberíamos evaluar la emisión en forma aislada sino como una pieza dentro de la estrategia general. En el Ministerio de Finanzas no dan puntada sin hilo. Espero que en un futuro próximo lo estemos confirmando nuevamente.

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