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Plan A, sección II

La cuestión es que, antes y ahora, el problema es la ausencia de inversión reproductiva, y esa es la respuesta

05 mayo de 2017

Por Carlos Leyba

En la nota anterior comentamos el consenso PRO acerca del “modelo” estructurante a través del libre comercio (“Plan A, sección I”). En Argentina no es una novedad. El discurso actual repite las mismas consignas que el de ayer en boca de José A. Martínez de Hoz y Domingo F. Cavallo.

Las consecuencias de la implementación de aquellas políticas similares las estamos sufriendo porque nunca hemos vivido un proceso de reversión de las mismas que nos permitiera retomar el desarrollo.

La experiencia no es muy alentadora y, sin embargo, el “modelo” es el que concierta el mayor consenso en los cuadros del PRO.

El debate

Donde sí hay debate abierto es en lo que se refiere a la política macroeconómica. En un lado están los gradualistas que tienen el control de las variables fiscales. De este grupo fueron expulsados los más gradualistas que intentaban trascender a un gradualismo monetario.

El gran perdedor de esa línea fue Alfonso Prat-Gay. Lo reemplazó un operador fiscal gradualista, que es Nicolás Dujovne, dispuesto a aceptar el no gradualismo en política monetaria, y a convivir alegremente con él.

Esos resortes monetarios los tiene apretados Federico Sturzenneger, que no es gradualista, sino todo lo contrario. A pura tasa y planchando el tipo de cambio, trata de ejecutar sus metas de inflación.

Los gradualistas fiscales aspiran a lograr que el crecimiento los ayude a incrementar la recaudación y a bajar el gasto.

Dujovne acaba de anunciar el descubrimiento de “un bosque de brotes verdes” dentro del cual, cree, se multiplican las raíces de la expansión. Por ahora el bosque no se ve.

O mejor, por ahora en el bosque, Dujovne atraviesa por el síndrome de Caperucita Roja que, en el bosque, camino a casa de la abuelita, el “lobo” la convenció de tomar el camino más largo. El camino más largo o el camino lleno de obstáculos que no se remueven. No remover obstáculos es alargar el camino.

Los “acelerados monetarios” aspiran a lograr el cumplimiento de las metas de inflación. Pero por ahora las metas de inflación están distantes.

Mientras la inflación baja, pero no tanto, la economía no da señales claras de revivir. Veamos el contexto.

El bosque real

El déficit fiscal es un cociente que vincula el exceso de gasto por sobre los ingresos públicos en relación al total del PIB.

Hablar de la dinámica del déficit fiscal sin tener en cuenta la dinámica del PIB, es decir, la trayectoria de la actividad económica, es un error y no solamente una simplificación extrema.

Cuando la actividad económica declina o se estanca, lo más probable es que la recaudación tributaria mengue.

Cuando la economía se atasca o se pone en reversa, lo más probable es que aumenten el gasto público social, compensatorio de la escasez de empleo, que deriva de la parálisis económica. Y que además aumente el empleo público como consecuencia de la presión social que se hace sentir en toda la administración desde el municipio a la Nación.

La caída del PIB y su consecuencia natural de caída de ingresos y la no menos natural demanda social de más recursos, supone un natural aumento del déficit fiscal.

Este fenómeno se hace de mayor intensidad cuanto mayor es el tiempo de crisis transcurrido.

La presión del gasto crece por la mayor demanda social (empleo, ayuda) derivada de los procesos de expulsión rural (sojización, tecnología) o búsqueda de oportunidades, todo lo cual redunda en creciente urbanización que, a su vez, significa mayor demanda de empleo y de ayuda por disminución de contención familiar.

Decir “aumentó el déficit fiscal” exige aclarar si lo hizo como consecuencia de la disminución o estancamiento del PIB, o bien como consecuencia de una pura y simple expansión del gasto discrecional no vinculado ni al otorgamiento de empleo o de recursos compensatorios.

Si se tratara de un aumento del déficit con crecimiento del PIB ?que no es nuestro caso? podría ser que el producto crezca como consecuencia de una mayor demanda del sector público que impulsa la producción local. En este caso se trataría de un déficit provocado para crecer. Sería un déficit keynesiano.

Dada la existencia de capacidad ociosa y desempleo, el gasto produce, en ese caso, una recuperación de la actividad y del empleo.

Esa expansión generará los recursos tributarios que permitirán, en la segunda iteración, bajar el déficit cuando la expansión del gasto deje de ser necesaria.

Nosotros estamos en el caso de capacidad ociosa y desempleo, en la que este nivel de gasto deficitario no opera como impulso al crecimiento.

¿Por qué?

Primero porque el gasto por asistencia, computado individualmente, apenas compensa las necesidades básicas individuales y no apunta a presionar por la ocupación de la capacidad instalada del sector urbano.  Y por lo tanto no genera empleo privado.

Sabemos que tenemos 30% de personas bajo la línea de pobreza, que no son consumidores, y 35% de las personas que trabajan en el área urbana lo hacen “en negro” con muy bajos salarios y muy baja productividad, y el empleo público ?que creció enormemente en la década pasada? adolece de una bajísima productividad.

Estamos en una economía estancada con un amplio sector de consumo básico y baja demanda urbana, con un porcentaje muy elevado de la fuerza de trabajo de baja productividad. La consecuencia es baja recaudación y gasto público compensatorio creciente.

En esas condiciones el diagnóstico de la causa del déficit es muy importante. Y, más importante, la manera de reducirlo.

No sería malo si sirve para crecer y genera, con el crecimiento, su amortización. En ausencia de estrategia de crecimiento no es este el caso.

Este, el actual, es un déficit a “la defensiva”: un déficit para evitar males mayores. Lo dicen con toda claridad los funcionarios del Gobierno cuando defienden el “gradualismo” ante los ortodoxos que les reclaman que lo terminen de un saque. “Bajen el gasto, los subsidios y las plantas de personal”, dicen unos. Y el Gobierno responde “nos matan”.

Se trata de un déficit “a la defensiva”. No lo empezó Mauricio Macri y tiene su origen en la ausencia de una estrategia de crecimiento que se refleja en la baja participación de la tasa de inversión en la demanda global.

¿Existe un déficit a la ofensiva? Sí. Es el déficit propio de una estrategia de crecimiento. Ese déficit se sustenta a si mismo una vez que la economía se pone en marcha.

El orden de los factores altera el producto. El déficit ofensivo aplicado a crecer genera recursos que lo compensan. El déficit a la defensiva lleva al estallido ya que si la economía no crece (y el gasto público defensivo no la hace crecer porque no se aplica a la inversión) el déficit no genera retorno.

En esa lógica aparece el segundo capítulo de estas políticas. Como el déficit es inevitable ante la amenaza de la crisis, entonces, se acude a la deuda. ¿Qué deuda?

El déficit fiscal se puede monetizar mediante crédito de la banca pública o privada, que expulsa al sector privado del sistema bancario. El sistema es minúsculo y efectivamente la demanda publica absorbería gran parte del crédito.

Hoy el crédito al sector privado está en 16% del PIB. Si el déficit es 6% y si la banca lo financiara, el crédito privado se desplomaría y la caída del PIB sería mayor, y mayor el déficit.

La alternativa 2 sería la emisión pura y simple mediante créditos del BCRA. Esa situación genera expansión monetaria y, en una economía con metas de inflación muy estrictas, lleva a esterilizar la emisión mediante aumentos de la tasa de interés.

El efecto sobre la economía está ponderado por el hecho que el crédito es escaso y el efecto sobre el crédito, si bien importante, le pega a un factor que solo pesa el 16% del PIB. Es recesivo pero escaso. De cualquier manera otra vez impacta al PIB negativamente.

La tercera vía es el crédito externo. Los dólares se monetizan y se expande la cantidad de dinero y con metas de inflación, otra vez, aumenta la tasa de interés para neutralizar el efecto de la expansión monetaria en la demanda.

La tasa de interés, sin política cambiaria activa, incita al ingreso de dólares para el pedal financiero. Eso baja el dólar y genera disminución de exportaciones y aumento de importaciones y cae el PIB, aunque aumente la demanda global.¿Cuál es la respuesta?

En este contexto, el ministro de Trabajo ha generado una propuesta muy positiva como es la de utilizar los subsidios públicos a las personas con falta de empleo como aporte para su incorporación al empleo formal. En 1995, cuando comenzaba el proceso de desempleo, por indicación del ministro de Interior, le aportamos, junto con Julio Bárbaro, una propuesta similar a Jorge Triaca (padre) que, por consejo de Roberto Alemann, la desestimó porque “tenía impacto fiscal”. ¿Es lo mismo prevenir que curar?

La cuestión es que, antes yahora, el problema es la ausencia de inversión. Esa es la respuesta. Sin ella, el empleo y el crecimiento son efímeros.

En este contexto, el Frente Renovador ha propuesto, bajando impuestos, abaratar ciertos alimentos. La eliminación de impuestos baja costo privado y aumenta costo público. Es redistributiva.

Pero en nada contribuye a combatir la inflación. La propuesta Triaca baja el costo de contratar y la propuesta FR el costo de consumir. Pero ninguna de las dos apunta al origen del problema que es la tasa de inversión reproductiva.

Sin políticas de promoción de la inversión y con la amenaza del “modelo PRO” de largo plazo, que incluye atraso cambiario como coordinador de la política macro y el “modelo”, no resolveremos ni el déficit fiscal, aunque reemplacemos gradualismo por velocidad. Ni la tasa de inflación, aunque reemplacemos talibanes por administradores civilizados. No hay tal cosa como política económica “integradora” sin políticas de promoción de inversión.

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