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Pedro Sánchez, la peor pesadilla del socialismo

El exsecretario general del PSOE, Pedro Sánchez, volverá a liderar el partido tras derrotar Susana Díaz, la favorita de las élites

29 mayo de 2017

Por Javier Cachés Politólogo

Este chico no sirve, pero nos sirve”. Se dice que Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía, habló en estos términos de Pedro Sánchez a mediados de 2014, cuando la cúpula del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) decidió promover al joven economista como candidato a secretario general de la organización. El objetivo, entonces, era frenar el avance de Eduardo Madina -ascendente parlamentario que representaba una amenaza para el establishment socialista- poniendo en el trono de Ferraz a un dirigente sin territorio ni peso propio. En una jugada de ajedrez, Díaz aguardaría en su feudo de Sevilla el momento oportuno para acceder a los resortes de poder de Madrid.

El desenlace es conocido. El flamante líder socialista se reveló más insumiso y ambicioso de lo que los notables del partido presumían. No se limitó a ser un gris secretario general: se allanó el camino para transformarse en candidato a presidente del Gobierno. Tras la saga electoral de 2015-2016, el aparato forzó su dimisión, pero no su retiro político. El domingo 21 de mayo, la interna partidaria tuvo otro capítulo. A través de elecciones primarias, Sánchez retomó el sillón de conducción del PSOE, con el apoyo masivo de las bases militantes. Se impuso nada menos que ante Susana Díaz, la favorita de la élite del partido.

Como sea, el resultado tendrá efectos inevitables tanto dentro como fuera del socialismo español. La victoria de Sánchez supone un drástico realineamiento en la relación de fuerzas, pero no es el final del conflicto intrapartidario. En política, un partido dividido es un partido derrotado. Para no repetir los errores del último bienio, el secretario general deberá inevitablemente incorporar a parte de los sectores perdedores a su estructura de poder.

La confrontación representa, en cierto punto, algo más que una simple puja de poder. La falta de cohesión escenifica, en el fondo, el poco acuerdo que hay respecto al lugar que el PSOE debe ocupar en el actual contexto de crisis financiera internacional. Es un dilema que se replica en el laborismo británico y en el socialismo francés. Frente a una socialdemocracia domesticada, cada vez más austera y menos social, Sánchez evoca una tradición reformista anestesiada durante las décadas del gran consenso globalizador. Propone, en definitiva, mirar a Portugal (país gobernado por una coalición de izquierdas), y noa Alemania (donde la centroizquierda llegó a acordar con Angela Merkel), como fórmula política para resolver el problema español.

En parte por este motivo, la victoria del comeback kid constituye una mala noticia para Mariano Rajoy. El presidente del Gobierno ansiaba un triunfo de Susana Díaz, una opositora hecha a su imagen y semejanza. Ahora deberá lidiar con un Congreso más hostil que el que hubo durante estos meses: Sánchez ya avisó que los días “del PSOE de la abstención” -postura legislativa de apoyo tácito a Rajoy- quedaron atrás. Los números le alcanzan al Partido Popular para gobernar prescindiendo del socialismo. Pero el hilo es muy fino y su mayoría parlamentaria, exigua. No sería descabellado, ante este nuevo panorama, un llamado a elecciones anticipadas.

Podemos, por su parte, también lamentó el saldo de las primarias socialistas. Una victoria de Díaz hubiese sido todo ganancia para la nueva formación, que habría consolidado su imagen de alternativa real al Gobierno. Con Sánchez están condenados a disputar el mismo electorado de izquierda, pero quizá también a cooperar en algún momento con la pretensión de articular una coalición de nuevo tipo. El voto de censura, un dispositivo institucional casi inutilizado en tiempos de mayorías holgadas, será ahora un fantasma que acompañará a la administración de Rajoy.

Parte de este clima de incertidumbre que pesa sobre la política nacional se debe a que el colapso del bipartidismo español, que comenzó tras las elecciones para el Parlamento Europeo en 2014, aún no encontró un nuevo punto de equilibrio. El PSOE debate cómo adaptarse a este contexto de mayor fragmentación y de disolución del orden implantado por el Pacto de la Moncloa. El modo en que lo haga dependerá en buena medida del chico que le servía a la cúpula del partido y que se terminó convirtiendo en su peor pesadilla.

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