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Ajuste fiscal: recesión, inflación y ciclo político

La dinámica macroeconómica presenta una combinación explosiva que recién podrá comenzar a “desarmarse” una vez pasadas las elecciones

09 mayo de 2017

Por Eliana Scialabba  (*)

El clima económico en los últimos tiempos se encuentra claramente marcado por la protesta social materializada en el último mes. Entre los diversos motivos que la fundamentan, resalta la solicitud hecha al Gobierno para que revierta las políticas de ajuste que, de acuerdo a los trabajadores, se han llevado en desmedro de los grupos más frágiles.

En ese sentido, el propio ministro de Hacienda anunció en el Foro Económico Mundial, llevado a cabo en Buenos Aires, que el ajuste fiscal “no es un slogan” y “es un compromiso no negociable”.

En este escenario, resulta interesante analizar la magnitud del ajuste en cuestión, y reflexionar sobre el clima económico. ¿Se basa en realidad en una reducción de las erogaciones del Estado o, por el contrario, son reacciones a una virtual “sensación térmica”?

Algunos puntos

Uno de los asuntos más candentes en torno al ajuste ha sido la unificación del mercado cambiario, con el consecuente “salto” de la cotización del dólar oficial (aunque por debajo del valor del mercado paralelo) de finales de 2015. Por la estructura agroexportadora del país, automáticamente se dispararon los precios de los alimentos, lo que sumado a la quita de retenciones ha producido un fuerte efecto contractivo en la restricción presupuestaria de los consumidores, más aún en los de menores ingresos, que destinan mayor porcentaje de ingresos a consumos de primera necesidad.

La actualización de las (muy) retrasadas tarifas de los servicios públicos, generaron (aun tratándose de un aumento relativamente pequeño respecto a su atraso) un impacto considerable en las erogaciones de las familias, que han debido sustituir opciones de consumo de su canasta para poder afrontar tarifas más adecuadas a los valores reales de dichos servicios. Por último, aparece el apretón monetario, que a sido reforzado durante las últimas semanas. Si bien el aumento de las tasas de interés ha impactado negativamente en el crédito, así como también la reducción de los saldos reales, generando una caída en la demanda agregada, es la menos  perceptible para el común denominador de la sociedad, dado que no se traduce en un efecto ingreso negativo directo de las familias.

Antes del ajuste, el desajuste No obstante, los impactos negativos mencionados previamente derivan de un sostenido proceso inflacionario, producto del uso de la emisión monetaria como fuente de financiamiento del déficit fiscal, que ?durante la gestión anterior? ha sido combatido con cepos nominales (congelamiento de tarifas) o restricciones cuantitativas (control de cambios, restricción a las importaciones), razón por la cual, a los efectos de recuperar una economía estable y sustentable en el tiempo, debían ser sincerados: ni el dólar valía $9 ni las tarifas podían mantener a los irrisorios valores fijados hace más de 10 años.

Concentrándonos en el aspecto fiscal, el 2016 ha sido un año dominado por política fiscal “a la Keynes” (aunque en un contexto inflacionario) o contracíclica, en un año de recesión: el gasto corriente se incrementó 42,8% interanual, con una suba de las prestaciones sociales (que representan casi el 40% del gasto, con la característica de ser inflexibles a la baja) del 37,2%. Este último ítem, asimismo, absorbió el año pasado el 75% de los ingresos tributarios, que se expandieron por debajo del gasto (37,8%).

¿Y 2017, año de elecciones?

Para 2017, la política fiscal mantiene el mismo sesgo (las erogaciones corrientes primarias aumentaron en el primer trimestre 34,7%, explicado principalmente por el gasto social, el cual en el mismo período se incrementó 42.6% y representan el 61% del mismo, e i insumen el 64% de los ingresos tributarios) potenciada además por el condicionamiento del ciclo político. Evidencia de esto es el “estallido” de obra pública llevado a cabo en los primeros meses del año, que volvió a impactar fuertemente en el déficit del sector público, de acuerdo a datos del Ministerio de Hacienda, aun cuando se cumplieron las metas de déficit primario del primer trimestre (gracias a los ingresos derivados del blanqueo).

En lo relativo al tipo de cambio, este año se ha estado experimentando el proceso inverso. El masivo ingreso de dólares provenientes del financiamiento externo ha generado la apreciación de la moneda local, derivando en la reducción de algunos precios en productos regulados, como el combustible.

En efecto, se hace evidente que un ciclo político de tan corto plazo supedita los esfuerzos fiscales a las estrategias eleccionarias, que aún teniendo en cuenta los acuerdos de “responsabilidad fiscal” con las provincias, exhibe una fragilidad en el discurso oficial, que de acuerdo a la evidencia de las cuentas públicas, difícilmente rompa su carácter de slogan.

Por lo tanto, debemos esperar un 2017 con un mayor déficit, financiado con endeudamiento interno y externo, ya que el BCRA se está esforzando en mostrar (o al menos intentarlo) su independencia; con una inflación a la baja, pero por encima de las metas de inflación, exclusivamente por el férreo control monetario del ente emisor, y la actividad estancada o con un leve repunte, afirmada en el consumo del Gobierno y las exportaciones. En resumen, la dinámica macroeconómica presenta una combinación explosiva que recién podrá comenzar a “desarmarse” una vez pasadas las elecciones.

(*) En colaboración con Leandro Moro

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