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El costo del camino del BCRA es que la contracción monetaria podría quitarle algo de oxígeno a una recuperación que viene lenta

21 abril de 2017

La suba de las Lebac del martes fue el último paso de un endurecimiento monetario “en cuotas”. El primer paso lo dio el BCRA al comenzar a intervenir en el mercado secundario de Lebac sobre finales del mes pasado, llevando la tasa de interés de 22,54% a 24,26%. El segundo paso lo dio la semana pasada al elevar la tasa de referencia (el centro del corredor de pases a 7 días) de 24,75% a 26,25%. Ello dejó la tasa de pases pasivos (neta de Ingresos Brutos) relativamente bien arbitrada. El tercer y último paso fue el incremento en la tasa de corte de las Lebac en el mercado primario (cerró en 24,25%). Desde hace varias semanas el BCRA mostraba preocupación por la dinámica de los precios minoristas y el desanclaje de las expectativas, a la vez que refrendaba públicamente su compromiso con la meta de inflación (12-17% anual a diciembre). El endurecimiento de la política monetaria ratifica con hechos su voluntad de cumplir con el objetivo.

El sistema debería acusar recibo de esta movida. El incremento en las tasas que controla el BCRA debería traducirse en un mayor costo del crédito, lo que debilitaría la demanda de crédito (en pesos hoy se observa un leve repunte), afectando sobre todo a las empresas. Además, se desalienta la inversión real en desmedro de la financiera.

Así es como la contracción monetaria podría quitarle algo de oxígeno a una recuperación que viene lenta. En efecto, el propio BCRA estima que el PIB se expandió 0,7% trimestral (sin estacionalidad) en los primeros tres meses del año, en línea con cálculos propios (nuestro Nowcast arroja una expansión de 0,6% con datos a febrero). Esta proyección está por debajo de las expectativas del mercado (1,1% según el REM). Para tener una idea de las implicancias, si se confirma la estimación del BCRA el PIB debería expandirse a un promedio de 1,46% trimestral (6% anualizado) para alcanzar el 2,8% que proyectan los analistas, o 1,92% trimestral (7,9% anualizado) para llegar al 3,5% que estableció el Gobierno en el Presupuesto 2017. Todo un desafío, aunque desde el BCRA minimizan el impacto recesivo del endurecimiento monetario y maximizan el efecto de la desinflación. ¿Lograrán que una política monetaria contractiva sea (a corto plazo) expansiva?

Entre suba y suba el BCRA anunció que perseguirá un objetivo de reservas internacionales. Con la intención de ayudar al país a conseguir la categoría de investment grade, la entidad buscará incrementar el stock de reservas del 10% al 15% del PIB, por lo que debería acumular unos US$ 25.000 millones. A pesar de que la institución expresó que la medida no tiene que ver con el tipo de cambio, es esperable que tenga incidencia en el mismo. Sobre todo porque no se dieron demasiadas precisiones respecto a los plazos (1 a 2 años) ni a la instrumentación (habrá compras cuando aparezca una oportunidad “conveniente”), lo que seguramente le dará mayor volatilidad a la cotización. Tal vez este nuevo objetivo sea una forma indirecta de ponerle un piso a un tipo de cambio criticado desde casi todos los sectores productivos. En efecto, el mero anuncio provocó un aumento del dólar, que tal vez se desinfle en las próximas ruedas si el BCRA no respalda sus palabras con acciones concretas. Acaso más importante, el nuevo objetivo de la entidad implica adoptar el régimen de metas de inflación en su versión latinoamericana, en el cual el banco central se preocupa por los precios pero también administra el tipo de cambio (indirectamente en la “variante local”). Habrá que monitorear de cerca las acciones del BCRA para ver si este nuevo objetivo no termina generando cortocircuitos con el interés principal del Gobierno: lograr que la inflación se encuadre dentro de una meta ambiciosa.

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