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Consumo de bienes privados vs. consumo de bienes públicos

Mientras la opinión pública exprese las inquietudes de los sectores más altos, seguirá el deterioro de los servicios que provee el Estado

28 abril de 2017

Por Alberto Veblen Economista

Podemos distinguir en el sistema de economía de mercado dos universos de bienes: los bienes y servicios provistos por el sector privado por un lado ? bienes privados -  y los que son provistos directamente por el Estado o por concesiones que éste otorga al sector privado y que denominamos como bienes públicos.

Los primeros se caracterizan por venderse en el mercado, poseen un precio, su consumo es impulsado por la publicidad, en muchos casos  ofrecen imagen o status a los consumidores que los adquieren y cuentan en las economías de mercado con una agenda de política económica que sirve de soporte a la posibilidad de que puedan ser adquiridos de manera creciente. Son ni más ni menos que la respuesta que brinda el sistema productivo al proceso de creación de necesidades que el mismo sistema provoca en los consumidores.

Desequilibrados

Pero estos dos universos de bienes y servicios señalados no se encuentran en equilibrio. Por el contrario, se verifica un desequilibrio creciente en favor de los bienes privados y en detrimento de los públicos, lo que nos aleja de la idea de lo que J. Galbraith denominaba la necesidad de un “equilibrio social” entre bienes privados y públicos. Son varios los factores que han provocado un corrimiento de la frontera a favor del universo de los bienes privados.

En primer lugar, los bienes públicos no contribuyen a mejorar el posicionamiento del individuo en la sociedad, no aportan ni imagen ni prestigio al que los adquiere o consume. Por el contrario, son la antítesis de ello ya que, en general, son de alcance y cobertura universal a todos los consumidores y se alejan de los intereses del paradigma individualista.

En segundo lugar, los bienes públicos carecen de publicidad y del marketing que les hagan ver a los consumidores su importancia. Sin ellos no se podría vivir. Sólo aparece su importancia en la opinión pública cuando se carece de los mismos o cuando sus costos de adquisición aumentan para los consumidores.

En tercer lugar, no se adquieren en el mercado a través de una opción y de un precio como ocurre con los bienes privados. Ello significa que al no ser “adquiridos” por los consumidores en el mercado tienen, por ello, una menor valorización para estos. En la economía de la sociedad de consumo los bienes valen más si tienen un precio y son “elegidos” en el mercado por los consumidores. Por el contrario, muchos de los bienes públicos no tienen precio ni se adquieren en el mercado. Su “precio” es para los consumidores una suerte de detracción que a través de impuestos el Estado le hace a los ingresos de los consumidores. Y toda detracción de los ingresos en general es percibida por los consumidores como algo negativo a sus intereses. Lo mismo podríamos decir de las tarifas que se pagan por algunos servicios.

En cuarto lugar, si uno de los rasgos de la política económica moderna es la baja de impuestos para poder aumentar el ingreso disponible de los consumidores o subsidiar tarifas de servicios a efectos de liberar recursos que les permita utilizarlos en la adquisición de bienes privados, ello ocasiona limitaciones crecientes en la calidad de los bienes y servicios públicos lo que conlleva a que estos sean sólo consumidos por los sectores sociales de menores ingresos.

Cambio de hábitos

Por el contrario, los sectores de medianos y altos ingresos cada vez más consumen bienes que son de naturaleza pública pero provistos por el sector privado. La educación privada y la salud privada son ejemplos de lo señalado. El avance de lo privado sobre lo público mediante la transferencia creciente de actividades a la primera esfera a partir del deterioro de la oferta de bienes públicos termina reforzando la agenda de política económica tendiente a reducir los impuestos sobre los sectores que tienen una mayor capacidad de consumo ya que son estos los que permiten mover la rueda de la generación de nuevas necesidades y la satisfacción de las mismas por parte de la producción.

Surge espontáneamente en amplios sectores sociales la pregunta de por qué pagar impuestos por bienes públicos que al ser de mala calidad no consumo y que he reemplazado por la oferta privada. Convengamos que subyace este razonamiento en los sectores sociales que pueden acceder a bienes de naturaleza pública provistos por el sector privado. En la medida que la opinión pública exprese las inquietudes y demandas de los sectores de medios y altos ingresos que ya han optado por la utilización de bienes públicos provistos por el sector privado, ello significará un deterioro creciente de los bienes públicos provistos por el Estado que se destinan a los sectores de menores ingresos cuyas demandas no tienen influencia en la opinión pública. La escasa trascendencia que tiene la cuestión salarial de los trabajadores de la educación y la salud pública, y la dificultad de estos para justificar su papel en la sociedad, es reflejo de la escasa influencia que tienen estas actividades en la agenda pública.

Y es que los bienes públicos provistos por el Estado se encuentran presionados por un lado por la fuerza del universo de los bienes privados que demanda menos impuestos/tarifas para poder aumentar el consumo de estos y por la fuerza del universo de bienes públicos provistos por el sector privado de mejor calidad que empuja a los usuarios de los mismos a reclamar menos impuestos que financian los bienes públicos provistos por el Estado que no utilizan.

Este cuadro de situación supone una ruptura del contrato social y que en términos dinámicos termina degradando cada vez más la importancia de los bienes públicos. La grieta no es más que la rebelión de los sectores medios y altos que pagan impuestos por bienes públicos que no consumen Lo señalado refleja una profunda fractura entre quienes consumen bienes privados y quienes sólo pueden consumir bienes públicos.

Frente a este escenario de creciente disparidad entre lo privado y lo público, el “sistema político” se ha mantenido desde la restauración democrática prescindente y esta prescindencia no ha significado una posición neutral.

Por el contrario, su prescindencia ha contribuido a que la brecha entre ambos universos de bienes se profundice que es lo mismo que decir que se profundice la brecha en las posibilidades de desarrollo de los distintos colectivos sociales: un esquema de dos sociedades con diferentes velocidades de progreso, expectativas y mejora de su calidad de vida. Un ensanchamiento de la brecha social mientras el sistema político mira para otro lado.

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