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Gobernar el presente para tener un futuro

Continuar con una mirada individual y recortada de los problemas sólo hará que sea cada vez más difícil empalmar la incipiente reactivación.

21 marzo de 2017

Salir de la estanflación producto de una macroeconomía insustentable era el dilema medular para el Gobierno de Cambiemos. Mas aún cuando la actividad productiva, el consumo y el empleo estaban detenidos (en un nivel elevado). Se avecinaba actuar en un país “cómodo para la gente e incómodo para los dirigentes”, en palabras de la ex Presidenta.

El Gobierno del presidente Mauricio Macri inició la tarea rechazando realizarla bajo el paraguas de un “acuerdo social” que contuviera y coordinara las demandas múltiples y contradictorias entre si que necesariamente iban a surgir entre los actores afectados por las “medidas correctivas” que se debían adoptar para atacar la insustentabilidad del esquema anterior.

Un punto álgido

A resultas de ello desembocamos en el presente viendo a la actual administración enfrentar en soledad el punto más álgido de conflictividad social desde que asumió el poder.

El núcleo del bienestar percibido por la sociedad es siempre una combinación del estado de la actividad económica, empleo, inflación y pobreza. El Gobierno se encuentra actualmente con escasos o nulos resultados “presentes” para ofrecer en cada uno de ellos (con excepción quizás de la inflación).

Esta es la razón de gran parte de la conflictividad social que aumenta por estos días. Se equivocan los dirigentes oficialistas que “abusan” de la explicación “motivos políticos” como respuesta generalizadora a la irrupción de las demandas y puja distributiva (aunque no se pueda descartar en algún conflicto puntual).

En la imposibilidad o ineficacia para ofrecer y transmitir “resultados” reside el atolladero en que se desenvuelve el oficialismo en la actualidad. Se ha abusado demasiado en explicar la realidad en forma bascular, desde “la pesada herencia” para luego ir sin solución de continuidad hacia el extremo de un “futuro de prosperidad” que ya estaría por llegar.

Expectativas en baja

Dicha estrategia tenía como aliado fundamental, hasta hace unos meses, el clima de expectativas, donde prevalecía el optimismo en la mirada hacia el futuro, tanto a nivel personal como del país. Este ya no es un recurso disponible. El deterioro de aquel clima desde diciembre de 2016 a la actualidad es más acelerado y hoy el pesimismo sobre el futuro le gana al optimismo. A lo que se agrega un salto discreto en el deterioro tendencial que venía trayendo la imagen y gestión del Presidente.

Ahora la realidad

La cuenta regresiva que plantea el escenario electoral lo lleva al Gobierno a tener que atender el clima social delicado y también la mediación con los sectores “perdedores” que están elevando la voz de sus reclamos (asalariados públicos y privados sin paritarias nuevas, empresarios del sector transable, Pymes y economías regionales). Cada uno puja por lo suyo provocando una especie de fuerza centrípeta que empuja al Poder Ejecutivo a tener que dialogar con el eje de la realidad en el corto plazo. Ya no es tan fácil quedarse oscilando entre el pasado y el futuro como respuesta a los problemas del presente.

En este punto parece que la respuesta oficial se despliega en dos escenarios. En el político (se vio en la Asamblea Legislativa), con la búsqueda de un tono mas inflamado en lo discursivo. Con esto se busca transmitir mayor firmeza hacia adentro (#NoAflojemos) y hacia afuera (no hay rectificación de rumbo).

El segundo escenario pasa por económico, donde la respuesta es el fin de la recesión y el comienzo de un sendero de reactivación con mejora del empleo. Es cierto que ya hay numerosas variables y sectores en una tendencia positiva como para reafirmar el aumento del PIB del último trimestre de 2016, y así dejar atrás el piso de la caída de la actividad. Pero ello es tan cierto como el hecho de que aún no se percibe en los bolsillos y, por ende, no alcanza para cambiar el humor social.

Algunos funcionarios están planteando esta recuperación como un tren que se empezó a mover con un impulso más sano y de mediano y largo plazo porque esta tirado por las inversiones y exportaciones. El problema es que sin el vagón del consumo la población siente que se queda mirando en la estación.

Dilemas y tiempos

Aquí se encuentra un dilema típico entre el corto plazo y mediano-largo plazo. Para lo primero se requiere darle mucho más énfasis a la reactivación que a la inflación durante el 2017. Y para ello hay que sumar rápido al consumo, que es el que mas impulsa el tren (70% del PIB).

Ello conllevaría permitir que el ingreso real de los asalariados mejore sacando el freno de mano de muchas paritarias donde directa o indirectamente el Gobierno influye para que no empiecen con 2 (ejemplo, 24% o 25%) sino con un 1 (17% al 19%).

Como señal a otros sectores que mencionamos como perjudicados (manufacturero exportador y todo el entramado Pyme que compiten con importaciones), la política monetaria y cambiaria tendría que intervenir para moderar el persistente atraso del dólar y las elevadas tasas de interés.

Claro que esta actuación no es consistente con la rigidez del programa de metas de inflación. Dicho de otra forma: si se persiste en la búsqueda por todos los medios de una inflación techo del 17% anual para 2017, dejando a la actividad y empleo como subsidiarios a aquel objetivo primordial, será mucho mas difícil procesar el conflicto distributivo para que este no dañe la perspectiva electoral del oficialismo.

El énfasis en la mirada de mediano plazo llevaría al Gobierno a sobreactuar el cumplimiento de las metas de inflación para, según su punto de vista, hacer realidad el shock de confianza y derrame de inversiones que movilicen más la actividad desde la oferta y los saltos de productividad que desde la demanda, el mercado interno y la competitividad vía tipo de cambio.

El puente

Resulta posible y deseable, una mirada más realista, ensayar un puente entre los instrumentos y soluciones que requiere el corto plazo para aliviar la situación de vastos sectores que empeorarán cada vez mas si se persiste en el rumbo actual, y las políticas que requiere el mediano plazo.

Para ello se requiere calibrar mucho mejor el gradualismo actual, que se asemeja a una orquesta sin director, donde cada compositor ejecuta la partitura que más le gusta. El BCRA cuida la meta de inflación sin ninguna mirada sobre actividad y empleo. El ministerio de Hacienda intenta cuidar las flamantes metas fiscales para lograr credibilidad y facilitarle la tarea al ministro de Finanzas que debe conseguir cuantiosos volúmenes de deuda para sostener el gradualismo. Mientras tanto el Ministro de la Producción hace lo que puede con intervenciones microeconómicas y segmentadas para atender sectores con problemas (pasa de involucrarse en convenios de productividad con el sector petrolero a atender el sector ceramista que no repunta), pero sin el trazado de una mirada estratégica cuyo norte sea el desarrollo y la productividad inclusiva con equilibrio territorial.

La magnitud de los desafíos (producto de desequilibrios heredados que aun llevarán tiempo enderezar y errores cometidos en estos quince meses de gestión) requieren de un enfoque general y coordinación desde el punto de vista macroeconómico. Continuar con una mirada individual y recortada de los problemas, haciendo equilibrios parciales frente a cada situación compleja que va planteando la realidad, en el corto plazo solo hará que sea cada vez más difícil empalmar la incipiente reactivación con un sendero de crecimiento y mejora social con empleo genuino.

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