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El Gobierno enfrenta el riesgo político y un trilema

13 marzo de 2017

por Gabriel Caamaño Gomez (*)

Hace poco menos de un año escribimos un artículo donde abordábamos lo que denominábamos el “Lado B” del gradualismo. En el mismo hacíamos hincapié en dos ideas. Por un lado, que para ser consistente y sustentable el gradualismo implicaba ajustar de poco, pero a costo de hacerlo todo el tiempo. Incluso, en años electorales. Por el otro lado, que si el ajuste del desequilibrio macroeconómico básico (déficit) iba a ser gradual, también lo iba a ser el correlato positivo: la recuperación. La última iba a ser necesariamente tan gradual como el ajuste.

En el cierre de dicho artículo, justamente, advertíamos que consecuentemente, el principal riesgo que enfrentaba el plan económico de estabilización gradual elegido por la administración de Mauricio Macri era de naturaleza política. Pues, el gradualismo iba a resultar políticamente antipático y contraproducente.

Lo cierto es que, hasta ahora, el ajuste macroeconómico fue menos agresivo al inicialmente esperado, excepción hecha para el frente monetario. Consecuentemente, el desempeño del nivel de actividad, la recuperación, se hizo esperar más de lo esperado y ya se multiplican los temores que, de seguir ajustando, la última sea también de menor magnitud. También fue mayor la apreciación real inicial (ineludible en cualquier plan de estabilización macroeconómica)

En ese contexto se profundizó y materializó aquel riesgo político. Al punto que se han multiplicado los artículos y opiniones afirmando y/o sugiriendo que existe fastidio oficial con la “estrategia gradualista”. Incluso, hasta algunas voces han intentado patear la pelota fuera de la cancha subrayando que la opción gradualista fue impulsada por actores que ya no forman parte del gabinete nacional.

Las salidas

Desde nuestro humilde punto de vista creemos, sinceramente, que la Administración Macri esta desencantada y encerrada en sus propias decisiones, no por culpa del gradualismo. Sino porque, lamentablemente, acaba de caer en la cuenta que todo este tiempo estuvo detrás de un trilema.

A saber: ajuste macroeconómico muy gradual desde el punto de vista fiscal y de las reformas estructurales, proceso desinflacionario agresivo, y fuerte y rápida recuperación nivel de actividad. Todo eso en el medio de un contexto internacional que, si bien no se corresponde con una tormenta perfecta, tampoco es favorable.

Las opciones entonces son barajar y dar nuevo o corregir en búsqueda de mayor consistencia.

La primera opción implica suspender o suavizar aún más el ajuste fiscal y retrasar las reformas, con el objeto de potenciar la recuperación en el corto plazo, aún a costo de que ese accionar implique un mayor nivel de desvío respecto de la meta inflacionaria y/o un mayor nivel de apreciación nominal. En cualquier caso, habrá mayor apreciación real. Ganar las elecciones, con la ayuda del buen desempeño económico de corto plazo y, luego, aplicar las correcciones necesarias para retomar el gradualismo o converger al shock.

La segunda implica hacer los ajustes necesarios para que no se incremente aún más la inconsistencia dinámica entre la velocidad de ajuste del frente monetario y del resto de los frentes, lo que necesariamente implica un menor nivel de dinamismo del nivel de actividad, pero también un menor desvió de la meta inflacionaria y/o un menor nivel de apreciación nominal. En cualquier caso, el tipo de cambio real tendría una evolución menos adversa.

¿Qué vino primero?

En este punto entramos desde lo discursivo en algo muy parecido al cuento del huevo y la gallina. Por un lado, están quienes señalan que la Administración Macri no puede avanzar de forma más agresiva con los ajustes porque tiene que ganar elecciones de medio término. Pues, justamente, las inversiones no llegaron porque aún existe un riesgo considerable de retorno a lo anterior. Ergo, hay que supeditar todo al triunfo electoral.

Por el otro lado, están quienes señalan que la falta de audacia inicial en términos de las reformas y ajustes fue lo que hizo que las inversiones no se concretaran, dando pie a un desempeño económico por debajo de las expectativas que, combinado con errores políticos y de comunicación, terminó afectando de forma negativa las expectativas electorales del oficialismo. Retroalimentando el proceso.

Ahora bien y más allá de esas especulaciones. Lo cierto es, en primer lugar, que evitar la crisis (ajuste desordenado en forma de shock) no elimina la necesidad de hacer el ajuste. Estabilizar macroeconómicamente a la economía local sin hacerlo, lleva a un nuevo equilibrio insustentable en el largo plazo y sostenible en el corto-mediano a costo de endeudamiento y apreciación real. Es decir, una estabilización transitoria que sólo retrasó el ajuste a riesgo de incrementar los costos del ajuste futuro. Que, cuanto más se retrase, más probabilidad hay que sea de forma gradual.

Y, en segundo lugar, no hay ajuste sin ajustados. El gradualismo permite una mejor gestión de los costos sociales y económicos, pero no los elimina. La única forma de evitarlos totalmente es no ajustar. Y, como ya sabemos, eso no es sustentable y es potencialmente más costoso en el largo plazo.

Sinceramente creemos que el concepto de sustentabilidad está demasiado subvaluado a nivel local. Sí la economía argentina hubiera crecido a un ritmo sostenido de 3% anual desde 2007 en adelante, el PIB de 2016 habría sido 13,5% superior al que finalmente fue y el de 2015 se habría superado a sí mismo en un 8,6%. Más aún si consideramos que ese sendero de crecimiento hubiera sido consistente con un enfoque macroeconómico fiscalmente mucho más austero y, consecuentemente, habría tenido registros inflacionarios mucho más bajos y un menor nivel de apreciación real. Con todo lo que eso implica.

Es decir, resignar ritmo de crecimiento presente (en 2007- 2008 y 2010-2011) por sustentabilidad puede ser un “trade off” poco atractivo para la política, pero igualmente cierto es que “a la no tan larga” paga altos retornos en términos sociales y económicos.

Ergo, sinceramente esperamos que en este 2017 lo urgente no se lleve nuevamente por delante a lo importante.

(*) Socio de Consultora Ledesma

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