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Un juego sin ganadores

30 enero de 2017

por Jonatan Yampolsky (*)

Cuando parecía comenzar a extinguirse en América, el populismo consiguió una nueva oportunidad de gobernar. Donald Trump se alzó con una victoria en las elecciones presidenciales de Estados Unidos apelando a un discurso xenófobo en lo social, proteccionista en lo económico y nacionalista en lo político. Obteniendo, además, mayoría en las dos cámaras. Su incorrección política, honestidad brutal y discursiva nacionalista y contrario al statu quo logró llegar a las masas ya disconformes con la política actual. Más aún, supo polarizar contra una candidata que representaba la continuidad de una conducción que llevó a mucha gente a la pérdida o precarización de sus trabajos y un empeoramiento en su calidad de vida.

En resumidas cuentas, Trump logró entender que los inmigrantes legales son los primeros en discriminar a aquellos que no lo son y que quienes están fuera de la ley, no votan. Finalmente, apostó a una máxima que no suele fallar: “La gente vota con el bolsillo”. La promesa de una fuerte reducción de impuestos que implicaría una mejora instantánea en el poder adquisitivo del ciudadano medio fue lo que pesó más que cualquier otra cuestión a la hora de decidir el voto.

Algo ha cambiado?

Existe una famosa expresión que dice “todo cambio genera una oportunidad, incluso si este cambio parece ser malo”. Y así lo entendió Wall Street, que se disparó luego de la victoria del magnate mientras que el dólar se fortaleció frente a casi todas las monedas. La causa es que el mercado está descontando un aumento en la producción nominal futura del país, basándose tanto en las promesas de campaña como en los primeros actos de gobierno.

Trump plantea un proteccionismo acompañado de una baja de impuestos a personas y corporaciones y un incremento en el gasto de infraestructura que incentive el consumo y la inversión. Asimismo, afirmó que buscará una desregulación del sistema bancario que teóricamente generaría mayor liquidez (comenzando a delinear un mundo con capitales yendo unilateralmente hacia EE.UU.). En este modelo, todo el desahorro fiscal se financiaría con deuda y repatriación de capitales.

Es importante destacar que las políticas para incrementar la demanda son de efecto instantáneo (baja de impuestos y aumento del gasto), pero no así las de creación de oferta (a la que se suman restricciones a importaciones). Así, mayor demanda de productos (más dinero en la calle), con igual o menor oferta, parece tener un destino inflacionario.

Es decir, el 2017 verá un Estados Unidosmás cerrado al mundo, con fuertes estímulos al consumo y la inversión, una creciente inflación interna, desahorro fiscal e incrementos en los ratios de deuda.

¿Y más allá?

Argentina, por su parte, apostó al financiamiento externo para cubrir su cada vez más abultado déficit fiscal, con la idea de robustecer al BCRA y priorizar su modelo de metas de inflación. Pero la irrupción de Trump en la escena política, sus medidas proteccionistas y su idea de repatriar capitales generaron, por un lado, un incremento de la tasas de interés de EE.UU. (tasa libre de riesgo) y, por el otro lado, incertidumbre y temor respecto de la economía mundial, incrementando consecuentemente el riesgo emergente.

Así, con la idea de cubrir los compromisos de 2017 y ante el temor de una restricción de capitales internacionales, el Gobierno ha optado por emitir nuevamente deuda en los mercados globales, que se tomó a altas tasas (5,625% a 5 años y 7% a 10 años, similar a las tasas griegas). Estas emisiones, además, han sido un factor clave en la apreciación del peso, ya que gran parte de los bonos en moneda local fueron suscriptos con dólares, engrosando las reservas.

De este modo, la fortaleza del peso ha generado fuertes pérdidas de competitividad en un escenario donde los principales socios comerciales vieron depreciarse sus monedas. Entretanto, una devaluación correctiva dispararía la inflación, que no termina de llegar a los niveles pretendidos por el Gobierno (1,5% mensual). Sumándose esto a las trabas que se esperan en el comercio internacional (ya se ha suspendido temporalmente la venta de limones a EE.UU.), queda dibujado un panorama comercial sombrío para el país. En suma, un EE.UU. cerrado anima a pensar un proteccionismo creciente en el mundo y, a su vez, eso augura una caída del PIB global.

En conclusión, se prevé para el corto plazo una Argentina con deuda creciente y tomada a altas tasas, un peso apreciado y menos competitivo respecto de los principales socios comerciales, una caída en el comercio internacional y un constante incremento en el déficit fiscal y cuasifiscal intentando conseguir un repunte de la actividad económica. En definitiva, podría decirse: “United States first, America last!”.

(*) Economista (UBA) y Magíster en Finanzas (UdeSA)

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