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Se va Obama y llega Trump

19 enero de 2017

Barack Obama deja la Presidencia mañana con altos niveles de popularidad, pero su Gobierno tuvo luces y sombras.

El aspecto más destacado de su gestión es haber sacado al país de una de sus crisis económicas más profundas. Durante su administración, la economía de Estados Unidos fue la que tuvo el mejor desempeño entre las desarrolladas. Deja la Casa Blanca con una baja tasa de desempleo (4,7%) y habiéndo creado casi 15 millones de puestos de trabajo durante sus ocho años en la Casa Blanca. Luego de muchos años, los ingresos reales de amplios sectores de la población, mejoraron. También amplió derechos, tanto en materia de asistencia médica como en su apoyo al matrimonio igualitario. Comprometió a su país en causas globales como el Acuerdo de París frente al cambio climático, y no involucró al país en nuevos conflictos militares aunque durante su mandato hubo muchos atentados terroristas en todo el mundo y Trump llegó a decir que ISIS es una creación de Obama. Pero está claro que se está frente a un desafío global que excede los recursos con los que cuenta el presidente de Estados Unidos, cualquiera que fuere. El fin de la Guerra Fría trajo, precisamente, la emergencia de algunos conflictos que están sumergidos debajo de la confrontación principal.

Pero en el terreno en el cual más se observan las sombras del Gobierno de Obama es en el político. Su campaña en 2008 se basó en un mensaje de reconciliación de la sociedad estadounidense. Se consideraba la persona más adecuada para hacerlo dada su edad, que lo alejaba de las peleas ideológicas de los '60 y ´70, y su condición de hijo de un matrimonio mixto. Pero las divisiones son profundas y durante el Gobierno de Obama no se moderaron sino que se exacerbaron. Por eso, la última campaña electoral de Estados Unidos fue tan confrontativa. Claramente, en ese terreno, Obama no tuvo éxito y que, luego de sus ocho años, llegue Trump a la Casa Blanca es, en buen medida, un fracaso. En 2008 se suponía que se iniciaba un nuevo ciclo y que habría discursos, actores e ideas que no volverían, pero no fue así y ahora se asiste a un retroceso. Está claro que los procesos políticos no son lineales.

Pero el gran aporte de Obama, que trasciende a Estados Unidos, es que el suyo fue un Gobierno libre de corrupción y escándalos. Y que se puede gobernar teniendo el necesario pragmatismo pero defendiendo principios. Por estas razones, Obama será una fuente de inspiración para quienes se dediquen a la actividad política en todo el mundo.

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El mundo entrará mañana en un terreno desconocido. La mayor potencia mundial será gobernada por alguien que nunca desempeño un cargo público. Muchos de sus colaboradores están en la misma situación. Como candidato fue resistido por la mayoría de los dirigentes de su partido, que hicieron todo lo posible para evitar su candidatura y casi ningún integrante del círculo rojo creía posible su triunfo. Muchas de sus propuestas son conflictivas y, si no se concretan, no será por falta de voluntad de Trump sino por los límites que le pueden poner la propia sociedad, el resto de los países y hasta los legisladores republicanos que son mayoría en ambas cámaras del Congreso. Los procesos políticos son más complejos de lo que suponen los populistas como Trump, que suelen proponer medidas sencillas para enfrentar problemas que no lo son.

Estados Unidos es una sociedad políticamente polarizada desde hace mucho tiempo. Obama se propuso atenuar la confrontación pero no lo logró. Y Trump parece, en principio, la persona menos adecuada para acercar a los sectores que tienen visiones diferentes.

El mundo está expectante frente al cambio. Los países relevantes, con la excepción de Rusia, tienen una visión negativa de lo que puede ocurrir. China está en alerta y, curiosamente, su máximo líder se ha convertido en el abanderado de la globalización. En América Latina, la preocupación es mayor que en cualquier otra parte del mundo.

Muchas iniciativas globales, como las referidas al cambio climático, se detendrán. Estados Unidos ya no puede imponer su voluntad al resto de los países, pero ninguna medida que requiere de la cooperación internacional puede tener éxito si el país con más recursos no se involucra.

En el terreno económico, las apuestas son más variadas. Los mercados financieros reaccionaron muy positivamente al triunfo de Trump y hubo un rally alcista para el dólar y las acciones porque se supone que habrá más crecimiento económico. Pero el optimismo inicial se moderó y todo indica que la reducción de impuestos y la puesta en marcha de un programa de infraestructura, que son los pilares que sostienen la creencia de un mayor nivel de actividad, no se instrumentan de un día para otro. Por lo tanto, el PIB crecerá en torno al 2,5% durante los primeros dos años del nuevo Gobierno, y no entre el 3% y el 4% como sostienen los funcionarios de Trump.

Frente a un nuevo Gobierno, en cualquier lugar del mundo, siempre se abre una expectativa favorable entre los distintos actores. Pero, en este caso, cuesta mucho subirse a la ola.

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