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Proyecto y pensamiento

Carlos Leyba 27 enero de 2017

por Carlos Leyba

Condiciones necesarias para que un Estado adquiera estatus de potencia: tamaño del territorio, la cantidad de su población y el dominio de la tecnología de la época. Tal vez el concepto esté fuera de moda. Pero ayuda a comprender dónde vamos.

Miremos?

Estados Unidos, potencia de la Segunda Guerra Mundial, tenía el dominio de la tecnología, el tamaño, la riqueza territorial y la dimensión poblacional necesaria. En Occidente, los 30 años gloriosos fueron impresos por el Estado de Bienestar al interior de cada Nación: generó desarrollo en el área de influencia, la periferia, en la que nos alojamos.

BRIC fue la sigla de marketing con que Goldman Sachs quiso instalar un nuevo concepto de potencia multilateral y, por detrás, promover el mercado de inversiones hacia las economías de Brasil, Rusia, la India y China.

Con el vigoroso ?transitorio y dependiente? crecimiento de ellas, la división “Oriente-Occidente” quedaría borrada y el mundo parecería convertirse en uno como consecuencia de la dinámica de las periferias. ¿El mundo plano? Un diseño “novedoso” como si la condición histórica de “centro y periferia” hubiera desaparecido.

El dominio de la tecnología no había cambiado de mano, y no se había disuelto la dinámica de “centro y periferia”. A los cuatro países emergentes, gigantes en territorio y población, les faltaba la condición de plena autonomía tecnológica, lo que implica marcar rumbo, y solo podían participar de los avances tecnológicos a través de las empresas multinacionales, cuyo origen es el de los países titulares del ámbito del desarrollo tecnológico: el mundo desarrollado, el centro y el primer anillo que lo rodea.

Una prueba de esa dependencia es que la inmensa mayoría de las exportaciones chinas de alta tecnología contienen 90% de productos importados. Los números brutos de las exportaciones chinas sobrestiman el valor agregado en el Celeste Imperio. El mundo emergente, los BRIC y los países que fuimos a la cola, crecimos durante años como consecuencia de la expansión china. Fue esa expansión la que llevó a que los precios de las materias primas, y del petróleo, alcanzaran niveles únicos y es lo que explica la expansión del conjunto BRIC.

Y nosotros

Respecto de Argentina, fue la expansión China, creciendo al 10%, la que sopló el viento de cola, directo e indirecto, que bañó nuestras costas, la demanda directa de bienes argentinos y la intermediada a través del crecimiento de Brasil.

China está en el origen de nuestros favorables términos del intercambio y en el de nuestros, por primera vez, superávit gemelos de la década “ganada” o, más correctamente, “la década soplada”. Tanto por el viento como por la idea de “escamoteada” que la calificación implica.

De esto se desprende que la pregunta de mayor interés para avizorar el futuro inmediato es cuál es, o fue, la razón de la expansión china.

Las tasas chinas

Desde 1980 hasta 2015 la economía china se multiplicó por 26 veces mientras que la de Estados Unidos, en el mismo período, no llegó a triplicarse. El Occidente en su conjunto orilló la misma expansión, y los emergentes lo lograron gracias al megasalto amarillo.

La diferencia de velocidades entre el país dominante y China, potencia emergente, ha generado sustantivas transformaciones de la geografía económica y la geopolítica. Vale la pena repensar estos números gruesos para tomar cuenta de lo que han sido estos 40 años de transformaciones planetarias.

¿Qué ocurría? China creció vertiginosamente al tiempo que la economía americana veía expandir su déficit comercial, que era financiado por el ahorro chino. El gran país de Oriente alcanzó una tasa de ahorro de 45% de su PIB mientras que el ahorro americano descendía a niveles miserables. China ahorraba y producía: un país de productores. Estados Unidos consumía y se endeudaba: un país de consumidores. A ese fenómeno Moritz Schularick y Niall Ferguson lo bautizaron “Chimérica”: un continente económico que atravesaba los mares.

La “Chimérica” transcurría, por una parte, mientras los Estados y los trabajadores mantenían su condición de “no deslocalizables”. A estos el profesor Pierre-Noel Giraud los llama “sedentarios” y sufrientes de la creciente inequidad. Y, por la otra, mientras las empresas, su capital y su tecnología (nómades para Giraud), estaban incentivados a la deslocalización.

En otras palabras, los Estados y los trabajadores siguieron siendo nacionales y las empresas, sus capitales y su tecnología tornaron en multinacionales. Eso es la globalización.

Resulta claro que la distancia entre lo que permanece nacional y lo que se internacionaliza, contiene una contradicción interna en el proceso. La contradicción se torna más evidente cuando comprobamos que el 60% del comercio internacional se realiza por el intercambio entre las filiales de las empresas multinacionales. La globalización, entonces, es lo que hace que un producto final sea el resultado del ensamblaje de partes provenientes de distintos lugares del mundo.

Más datos?

Sin embargo, después de la crisis de 2008 algo en los hechos está cambiando. Las importaciones de bienes intermedios disminuyó en China de 72% de las importaciones totales a 65% en 2015; y de 68% a 62% en el mismo período en Asía del Este; y del 44% en Estados Unidos en 2011 a 38% en 2015; y de 51% en 2012 en la eurozona a 49% en 2015.

Al tiempo que estos hechos se producen también hay una relectura. Economistas norteamericanos de la corriente principal, han hablado y advertido. Paul Kurgman ha sugerido “bajar el botón del volumen” de la globalización, Larry Summers llama a “la promoción de un nacionalismo responsable” y, recientemente, Barry Eichengreen acusa haber sentido “el último aliento de la globalización”. En el continente europeo, la política, en las palabras de Manuel Valls, en noviembre de 2016, sostuvo “la mundialización ha hecho mucho daño”. Y su contrincante en la interna socialista francesa, Benoit Hamón, ganador de las primarias, como todos hemos leído ha ido mucho más lejos.

No son estos hombres de la “derecha” ni han sido sometidos ?felizmente? al mote de “populistas” ni simpatizan con Marine Le Pen.

Frente a estos economistas y políticos, no sólo están los barones de las multinacionales de Davos, que legítimamente defienden intereses comerciales, sino también los burócratas internacionales sin responsabilidades ni académicas ni territoriales, como lo es la comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmström, que sostuvo que “los que piensan, en el Siglo XXI, que podemos volver a ser grandes (?) reimponiendo barreras comerciales (?) están condenados al fracaso”. Aclaremos: la frase dice que la opción es libre comercio o fracaso.

Volviendo al principio, la “Chimérica” fue, en última instancia, el motor del movimiento de la economía mundial a través de la “conmoción” china. Ella explica el viento de cola que nos brindó durante una década el boom de las materias primas, los extraordinarios términos del intercambio que resultaron de la lógica de los productos industriales baratos, sea por el avance tecnológico, sea por los salarios paupérrimos de la nueva economía industrial. China, la fábrica del mundo.

Aclaremos que no ha sido menor, al interior de China, el daño ecológico (territorio) que ha provocado la expansión vertiginosa. Daño al que se suma el incremento de la inequidad (población). No olvidar que la democracia es un camino a la igualdad, en libertad y fraternidad. China sí ha avanzado en contagio tecnológico. En Estados Unidos los bienes industriales baratos aplacaron la tendencia inflacionaria del crecimiento del consumo, pero la liquidez abundante del país deudor llevó a la inflación de los activos, la que empujó la crisis de la que aún no se ha repuesto la economía occidental y con la que comenzó la reversión del comercio internacional.

El comercio creció el 1,7% en 2016 mientras entre 1980 y 2007 lo hizo al doble que el PIB mundial.

El meandro oriental

El PC chino se anticipó al improbable sine die de la “Chimerica” y optó por dos vías para superar el escollo.

La primera fue priorizar el consumo interno. Un desafío difícil ya que debe adecuar plataformas productivas diseñadas para la exportación y transformarlas hacia el mercado interno; y transformar el mercado interno incrementando el volumen y nivel de las clases medias capaces de consumir. Una transformación estructural.

La segunda es la búsqueda de nuevos socios que repitan a escala el esquema de la “Chimérica”. Les venden financiados, por ejemplo, trenes y centrales nucleares de origen chino. Mientras China compra para su uso ambos bienes en el exterior. Esa estrategia, lógica para China, es el proyecto ajeno que aquí está en marcha sin que los políticos ?con honrosas excepciones como, por ejemplo, la de Miguel Pichetto? ni la mayor parte de la profesión reaccionen positivamente.

China financia nuestro déficit comercial con ella: una manera generosa de liquidar lo que queda de nuestra industria sin que se note.

En ese contexto hay, dicen, brotes verdes. El Gobierno celebra, con razón, que hay una leve tendencia al crecimiento del empleo privado. Pero debe analizarse en el contexto de que el nivel de noviembre 2016 es menor que el del mismo mes del año anterior. Y celebra que las exportaciones de 2017 serán mayores a las de 2016. Pero estas, la de 2016, son menores a todos los años posteriores a 2009. No son signos de salud sino más bien de convalecencia.

La curva

En el mundo actual las enfermedades viajan con mayor velocidad y también lo hacen las taras económicas. Sus consecuencias son más graves cuando las defensas están bajas y cuando no se practica la prevención.

Defensa y prevención es lo que casi nunca ponemos en práctica porque tenemos una cultura política y económica de traductores. Traduttore traditore. Básicamente porque siquiera traducimos en tiempo real: atrasamos. Aplicamos todo cuando ya no sirve ni como defensa ni como prevención.

Es que nos falta proyecto propio y pensamiento estratégico: el principal bien público.

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