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“El instinto político de Trump lo llevará a tensar la cuerda”

18 enero de 2017

Entrevista a Pablo Pinto, profesor de la Universidad de Houston

Pablo Pinto es argentino, doctor en Ciencia Políticas y Asuntos Internacionales y profesor de la Universidad de Houston. En diálogo con El Economista desde la mítica ciudad petrolera del Texas, ofrece su visión sobre los planes comerciales de Donald Trump y dice que, si juega a fondo, terminará perjudicando tanto a la economía como el empleo.

Se habla mucho de la necesidad de recuperar el empleo en EE.UU., reabrir las icónicas fábricas del Midwest, Trump quiere ser “el mayor creador de empleo que Dios haya creado” y demás. Sin embargo, la tasa de desempleo allí es muy baja: fue apenas 4,7% en diciembre, según el BLS. ¿Hay un problema de empleo en EE.UU. o no?

Hay tres condiciones del mercado laboral estadounidense que tuvieron una fuerte impronta en la campaña presidencial: la tasa de participación; la caída del empleo industrial y las persistentes diferencias en las tasas de desempleo entre regiones. El nivel de participación laboral (similar al de los '70) tiene como contracara el incremento del empleo temporal. La caída del empleo industrial (del 30% en 1950 al 9% en 2014) es atribuida al ingreso de China y otros países en desarrollo al régimen multilateral de comercio y al cambio tecnológico. Este impacto fue mayor en el Midwest, donde se concentraba la actividad manufacturera. La recuperación del nivel de empleo en esta región luego de la crisis ha sido también más lenta. La evidencia sugiere que la persistencia de estos shocks negativos es consecuencia de la menor movilidad de los trabajadores de la región. Trump supo interpretar la frustración de estos votantes con una agenda proteccionista que resultaría en la recuperación del empleo industrial. A estas promesas electorales responde el énfasis proempleo en el discurso del Presidente electo y su presentación de las bases rudimentarias de un plan económico que tiene elementos inconsistentes. El programa fiscal anunciado por el equipo de transición (baja de impuestos, y aumento del gasto), por ejemplo, tendría un efecto expansivo en el corto plazo. Pero esta expansión fiscal no se condice con las acciones de la autoridad monetaria, quien al elevar la tasa de referencia interpreta que la economía se encuentra en situación de pleno empleo, y manifiesta su preocupación por el sobrecalentamiento y la suba de precios, al tiempo que advierte que los indicadores económicos no justifican estímulo fiscal alguno. Es de esperar, entonces, que en el mediano plazo las necesidades de financiamiento público y la presión inflacionaria tendrán un efecto negativo en la actividad económica, y consecuentemente en el empleo.

Trump hará mucho hincapié en el onshoring y en que “los empleos vuelvan a EE.UU.”. Una herramienta para lograrlo, o para evitar que siga el drenaje, va a ser “un gran impuesto transfronterizo” para las empresas que quieran irse de EE.UU., producir más barato en otro país y luego abastecer al enorme mercado estadounidense. Lo anunció en la conferencia en la Trump Tower el jueves pasado. ¿Instrumentalmente puede aplicar eso, qué dirá la OMC y qué riesgo de retaliación por otros países hay?

La otra parte del programa económico de Trump está centrada en proteger a la industria nacional, recuperar el empleo industrial, y disminuir el déficit comercial. La mayoría de los americanos apoyan la apertura comercial, a la que asocian con acceso a bienes y servicios de mejor calidad y menor precio. Pero la apertura comercial también genera perdedores. Previo a las elecciones comentábamos que el candidato republicano había encontrado un discurso movilizador de esos votantes desencantados por las pérdidas de los empleos manufactureros, y por la decadencia americana. Este discurso no es nuevo. La diferencia es que en este ciclo electoral la propuesta proteccionista encontró su caja de resonancia en un electorado golpeado por la crisis y frustrado por la falta de respuesta de la élite política. Estos votantes están concentrados en estados sobrerrepresentados en el sistema electoral. El instrumento elegido por Trump para promover el “onshoring” (el retorno de empleos) es un impuesto de ajuste fronterizo (border adjustment tax o BAT). Este impuesto tendría una tasa del 35%, y su objetivo es fomentar la sustitución de importaciones, y promover las exportaciones reembolsando a las firmas exportadoras los montos pagados por los insumos importados. La expectativa es que la sustitución de importaciones y la promoción de exportaciones ayude también a disminuir el déficit comercial e incentivar la demanda local. La efectividad de esta iniciativa es dudosa. En primer lugar, el nivel de empleo está relacionado con el nivel de actividad económica, que responde más a la política monetaria y fiscal que a la política comercial. Eso no significa que la política comercial sea inocua, ya que tiene un impacto en la asignación de recursos y sobre todo la distribución del ingreso. Segundo, el efecto directo del impuesto fronterizo es el aumento de precios de los productos y servicios importados. El equipo económico de Trump alega que este impacto negativo en los términos de intercambio sería atenuado con el aumento de exportaciones por la devolución del gravamen a las firmas exportadoras, y con la apreciación del dólar. Sin embargo, la apreciación del tipo de cambio afecta el precio de las exportaciones e importaciones, negando el impacto en la balanza comercial que el impuesto busca promover. En tercer lugar, el efecto esperado en la demanda de empleo menos calificado es bajo. La revolución tecnológica de las últimas décadas hace que la expansión de la actividad manufacturera generada por la sustitución de importaciones sea abastecida por menos trabajadores con mayor capacitación. En cuarto lugar, la economía global está poblada por redes globales de producción, dominadas por empresas multinacionales: el 50% del comercio internacional de Estados Unidos es intrafirma y el 90% de ese comercio tiene a una casa matriz o filial de empresa americana como comprador o vendedor. El impacto del BAT en la competitividad de las multinacionales americanas reduce los incentivos de usar el mercado local como plataforma exportadora. En quinto lugar, el BAT tiene un efecto regresivo, impactando directamente a los sectores de menores ingresos. Por último, el BAT resultará en conflictos comerciales en la OMC, NAFTA y otros TLCs, ya que su aplicación es discriminatoria, favoreciendo a productos locales en detrimento de productos extranjeros cubiertos bajo la cláusula de nación más favorecida, uno de los pilares de los acuerdos internacionales de comercio. Una salida compatible con la OMC sería implementar un impuesto al valor agregado aplicado a todo el consumo interno, pero esta iniciativa no tendría el efecto sobre onshoring que busca promover Trump. En consecuencia, la implementación del BAT, o restricciones similares, llevará a una caída del ingreso, transferencia de recursos de consumidores a productores, conflictos comerciales y represalias.

¿Hay casos de éxito de onshoring a gran escala en el mundo y cuáles han sido los incentivos para lograrlo? Me refiero a países que han logrado recuperar una porción importante del empleo y la producción que eligió otras latitudes?

El ejemplo más cercano sobre el impacto de este tipo de impuestos en las estrategias de subcontratación de las firmas (incluyendo onshoring, offshoring and outsourcing) es Japón. La implementación del impuesto al valor agregado en 1989, y los sucesivos aumentos en 1997 y 2014, tuvieron un efecto mínimo en el onshoring de las firmas japonesas. La evidencia sugiere que los movimientos del tipo de cambio fueron más importantes. El motivo de que el efecto de la política no sea mayor es sencillo: es muy difícil nadar contra la corriente. Las decisiones de sourcing dependen mucho más de condiciones tecnológicas, sectoriales y específicas a las firmas participantes en el mercado, que de las intenciones de los agentes políticos.

La última vez que hablamos, unos días antes de las elecciones, me dijo que “Trump puede causar una recesión global”. ¿Sigue firme ese pálpito y, teniendo en cuenta las limitaciones y las conveniencias, qué cree que terminará haciendo Trump con la economía de EE.UU.?

En nuestra conversación antes de las elecciones especulaba con tres escenarios en una potencial administración de Trump: una recesión global como resultado de una guerra comercial abierta; escalada de conflictos comerciales bilaterales con China y México y renegociaciones de tratados comerciales en los que todas las partes reciben crédito político por jugar duro pero evitando conflictos mayores. Basado en el perfil de su equipo de gobierno y los anuncios recientes podemos imaginar un programa económico que combina elementos de Ronald Reagan y George W. Bush: fuerte baja de impuestos, aumento del gasto público (en defensa e infraestructura), desregulación, y una política comercial activa con énfasis en acceso a mercados, promoción del comercio justo (fair trade), reducción de dumping, y sanciones a la manipulación del tipo del cambio. El instinto político de Trump lo llevará a tensar la cuerda, pero la necesidad de compatibilizar sus políticas con el Congreso, y el riesgo de desatar una recesión global que descarrile el programa económico, y afecte las chances electorales republicanas en las elecciones del 2018, llevarán a Trump a una política más conciliatoria, y más tradicionalmente republicana.

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