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Corrupción: de dónde venimos y hacia dónde vamos

10 enero de 2017

Punto de vista: Carlos Rozen

Luego de que una olla a presión gigante cargada de hechos de corrupción se destapara en Argentina, la sociedad se está tornando cada vez más intolerante (en el buen sentido de esta palabra) frente a este tipo de delitos. Y a buena hora, porque parecía que la “viveza argentina”, le ganaba por varios cuerpos a lo correcto.

El actual Gobierno viene pregonando que la Argentina debe alinearse con los requerimientos y buenas prácticas solicitadas por la OCDE respecto de múltiples temas y la lucha contra la corrupción es uno de ellos. Por lo pronto Argentina se sigue destacando entre los países más corruptos, en la posición número 107, de los 167 países que están mapeados en el ranking elaborado por Transparencia Internacional en su versión 2015 (última publicada a la fecha). Durante los próximos meses se publicará la versión 2016 y se espera una mejoría, pero tan leve como intrascendente.

Y también hemos tenido recientes visitas de evaluadores de la OCDE. Es más que probable que su percepción mejore. Y no podría ser de otra manera, ya que las conclusiones de anteriores visitas durante la última década fueron entre pésimas y lamentables.

Hasta ahora fue muy atinada la aproximación del actual Gobierno respecto del tema corrupción. Al menos desde el mensaje, el cual ha sido claro y recurrente. Sin embargo en esto de “ser y parecer” no se termina de recorrer la última milla. Se encuentra presentado el proyecto de ley sobre responsabilidad penal de las personas jurídicas para delitos de corrupción, cuya eventual aprobación podría ser “bisagra” para condenar a organizaciones si no fuera posible hacerlo con personas físicas. Este es un elemento cuya sola elaboración será muy bien visto por los evaluadores de la OCDE. Y en un momento en el cual la sociedad toda debería conocer la iniciativa, pero la inmensa mayoría de la misma todavía no está al tanto.

El país tiene desafíos inmensos respecto de incrementar la transparencia y atacar la corrupción. Se trata de reunir a los talentos locales (los hay y muchos), y aplicar todo el conocimiento y capacidad de innovación, creatividad, metodología, tecnología para prevenir, disuadir, detectar y actuar frente al fraude.

No repitamos las viejas recetas que jamás han dado sus frutos en la Argentina. No nos conformemos solo con pedir declaraciones juradas o poner canales de denuncia, si no estamos dispuestos a aplicar las mejores herramientas en materia de “gestión de cambio”. No esperemos que la ley más dura sirva de elemento disuasivo si la Justicia no la va a aplicar con la rigurosidad que ha tenido el delincuente para quedarse con lo ajeno. Es importante entender que temas tales como la lucha contra la corrupción conllevan la complejidad de un profundo y necesario cambio cultural que demanda décadas de trabajo persistente. Se trata de cambiar comportamientos muy arraigados, de educar en uno de los valores más grandes que tenemos como sociedad: la libertad. La libertad de decidir entre sí y no. De decir entonces que “no” cada vez que frente a nosotros se presenta la oportunidad de hacer algo incorrecto, y como decían algunos antiguos filósofos, de ser feliz diciendo “no”, “no lo hago”, que equivale a hacer lo correcto, comportarse virtuosamente, pensar en todos y no solo en uno. Pero también es la oportunidad de decir “sí”; lo denuncio, porque lo que hizo tal funcionario o tal privado, o ambos, nos daña gravemente.

Dejemos pasar esta histórica oportunidad que tenemos hoy, dejemos de involucrarnos, y les puedo asegurar que la probabilidad de que veamos una Argentina mucho mejor en algunos años, es menos que probable.

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