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Analistas coinciden en que la apertura con dólar atrasado es una amenaza

30 enero de 2017

por Mariano Cúparo Ortíz

Un fantasma recorre Argentina: el de la apertura de importaciones con tipo de cambio atrasado. Y un mundo con exceso de stocks por colocar. La semana pasada, el ministro de Producción, Francisco Cabrera, contradijo sus palabras de septiembre, cuando en pleno (candente) debate con el diputado massista José de Mendiguren dijo que el proyecto productivo del Gobierno no incluía la apertura. Ahora, en cambio, afirmó que, en caso de que sea necesario para disciplinar a los precios rebeldes, “se va a incentivar la competencia mediante la apertura y el incentivo para que se compita con artículos importados”.

Las palabras del ministro no despertaron mucha discusión de base teórica sino más bien cierto consenso respecto a que semejante camino implicaría un grave costo. En general, economistas de las más variadas orientaciones, en un abanico que incluye a ortodoxos y heterodoxos, liberales y proteccionistas, parecen coincidir: en un contexto como el actual, con dólar estable y presuntamente atrasado (al menos en términos relativos se puede decir que se va atrasando), un hipotético incremento de la apertura comercial sería nocivo. Eso, tanto en términos de destrucción del tejido productivo local, con destrucción del empleo incluido sino también desde la sostenibilidad externa, por el incremento de las importaciones que generaría.

Lo que a su vez implicaría una mayor dependencia del financiamiento externo. Dos épocas vienen a la mente, cuando se habla de apertura con tipo de cambio atrasado y estable: finales de los '70 (con la tablita) y los '90 (con el 1 a 1).

Además, hay una discusión ocurriendo acerca de si actualmente ya es un hecho que la economía está más abierta a las importaciones o no.

Sostenibilidad externa

El sociólogo y economista Daniel Schteingart le dijo a El Economista que, si bien es “relativamente más acotada que la de fines de los '70 y principios de los '90”, la apertura en sí ya es un hecho. “El año pasado fue anómalo porque tuviste recesión y a la vez una suba de las importaciones medidas en cantidades, cosa que sólo ocurrió cinco o seis veces en el Siglo XX. Y eso es particularmente fuerte en bienes de consumo, lo que es preocupante”, explicó. Pero matizó: “Hoy tenés más o menos el mismo PIB que en 2011, con el mismo nivel de apertura. En ese sentido, no es tan grave”.

Respecto a las palabras de Cabrera, Schteingart opinó: “No cabe duda de que abrir la economía, encima con atraso y estabilidad cambiaria, como se proyecta, va a disciplinar precios. El tema es el trade off que eso genera. A la inflación la podés bajar de ese modo y listo. Pero las experiencias de apertura de finales de los '70 y de los '90 terminaron con un tremendo en deudamiento externo producto del auge de las importaciones. No sólo con la destrucción del tejido industrial nacional y el empleo, sino con problemas graves de sostenibilidad externa”.

Y aclaró: “También hay que pensarlo junto con otras variables conjuntamente, como el tipo de cambio, como las políticas de compras públicas, de tasa de interés, etcétera. Las experiencias de principios de los '70 y de los '90 fueron todas negativas para la industria. Habría que ver ahora cómo se daría esa combinatoria de cosas”

Destrucción de empleo

El analista de Estudio Bein (EB) Federico Furiase aclaró a El Economista que, desde su punto de vista, el análisis de esta posibilidad implica más un ejercicio teórico sobre un futuro hipotético que una visión de algo que ya esté ocurriendo actualmente. En ese sentido, afirmó: “Un esquema potencial de atraso cambiario y apertura comercial intentaría alinear los precios de los bienes nacionales con los internacionales, pero con costos en términos de una caída en la producción y el empleo en los sectores que compiten con los bienes importados, presionando además sobre el déficit de la balanza comercial y dependiendo del ingreso de los capitales para financiar el proceso”. El rango de analistas preocupados por una posible apertura en el contexto actual es amplio. El economista José Luis Espert, autodeclarado y afamado militante del libre comercio, twitteó hace pocos días: “Argentina es un país suicida. Dice que abrirá la economía para bajar precios habiendo atraso cambiario”.

Menos llamativas resultaron las palabras de De Mendiguren, quien ya protagonizó varios cruces con Cabrera respecto al tema y en su momento había dejado en claro que su posición es que la apertura en bienes de consumo ya es un hecho. En este caso, dijo: “Importar no baja los precios, porque las distorsiones no están en la producción. La importación no garantiza precio, sí desocupación”.

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