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“El desafío de Donald Trump es gigantesco”

15 noviembre de 2016

Entrevista a Jorge Argüello, Fundación Embajada Abierta

Jorge Argüello fue embajador de Argentina ante Estados Unidos entre 2011 y 2012 (antes, fue Representante Permanente del país ante ONU) y, además, hace poco publicó un libro sobre la primera potencial del mundo (“Historia Urgente de Estados Unidos”, editado por Capital Intelectual). Además, hoy preside la Fundación Embajada Abierta. En diálogo con El Economista, plantea los desafíos de Donald Trump, el impacto de su victoria en Europa y los riesgos que plantea para Argentina. Hoy, precisamente, participará en un seminario, organizado junto al Banco Ciudad, sobre el nuevo escenario para la negociación entre el Mercosur y la Unión Europea (UE).

El Gobierno apoyó a Hillary Clinton y, además, no entabló diálogos, aunque sea informales, con el campo republicano porque nunca pensó que Donald Trump ganaría. ¿Eso tendrá costos?

En los últimos años, hay una cierta tendencia de parte de algunos gobiernos de involucrarse opinando en los procesos electorales de otros países y eso nunca tiene un resultado positivo. No es algo grave y se puede arreglar y recomponer, pero son tensiones innecesarias que no permiten comenzar de la mejor manera la relación. Insisto en que no es grave, es algo remontable. El Gobierno tiene que hacer lo que está haciendo: tomar contacto directo y personal con el nuevo equipo. Es una prioridad para Argentina definir una relación madura y estable con Estados Unidos. Hay mucho comercio y mucha inversión en juego.

El Gobierno venía avanzando en su agenda bilateral con Estados Unidos y estaba cerca la posibilidad de que Argentina sea incluida en el Sistema General de Preferencias y firmar un acuerdo de intercambio de información. ¿Qué futuro tiene eso?

Hacen falta dos para bailar el tango. Nosotros tenemos en claro cuál es el interés nacional respecto a esas dos cuestiones. Ahora debemos esperar a la nueva gestión y habrá que destrabar lo antes posible el diálogo directo bilateral con la nueva Casa Blanca. Además, observo un cierto retraimiento, incluso desde antes de la victoria de Trump, en la vocación del mundo para avanzar en acuerdos de libre comercio. Ahí tengo la sensación de que Argentina puede estar ligeramente en offside.

Usted fue embajador ante Portugal y escribió un interesante libro sobre la actualidad del Viejo Continente (“Diálogos de Europa”). ¿El triunfo de Trump es un impulso para los candidatos más euroescépticos y proteccionistas?

Pienso en Marine Le Pen en Francia, entre otros? Están en sintonía. Son la expresión de una misma ola antisistema, que está sacudiendo al mundo desarrollado. Lo que está en crisis en Europa es su Estado de Bienestar, así como en Estados Unidos está en crisis el sueño americano. Uno puede mirar otras latitudes del planeta, como la India o China y decir “pero ahí no pasa lo mismo”. En realidad, no pasa lo mismo porque estos países están una fase anterior. Están en la tarea de recoger a millones de personas para subirlos a la clase media mientras que los países más desarrollados están en estas crisis producto de este malestar que está generando la globalización en las economías más desarrolladas. Todos esos líderes, como Le Pen o Nigel Farage del UKIP en el Reino Unido, están expresando el agotamiento del sistema político tradicional de esos países y el hartazgo frente a la globalización.

¿Cómo ve el tema social y político en Estados Unidos? Hay marchas importantes en algunas ciudades y varios propuestas de Trump pueden generar reacciones?

Es un país que tiene muchos problemas. Los argentinos están acostumbrados a mirar una sola cara de Estados Unidos y van mucho a Nueva York Miami. Van poco a Mississippi, donde la pobreza es ciertamente alarmante. Es un país que creció en desigualdad social. La suma de ricos y pobres da más que la clase media estadounidense. La movilidad social ascendente está congelada. Hay un profundo descontento y malestar, sobre todo el núcleo duro de Trump, que son las clases medias blancas y empobrecidas, que han sido o excluidas del sistema o sienten la amenaza de caerse. Hay un proceso de cambio, que viene de la mano de la globalización, que no sólo es consecuencia de la erradicación de las empresas estadounidenses en Oriente. También hay un proceso de automatización y un cambio en la matriz productiva que necesariamente cambia la naturaleza del empleo. Y ahí quedaron descolocados millones, que no encuentran un nuevo lugar en el nuevo esquema del país. La certeza del sueño americano ha sido reemplazada por una gran incertidumbre y esto posibilitó la aparición de outsiders, como el propio Trump y Bernie Sanders. Hillary Clinton fue la expresión del establishment y de lo que ya no quieren la mayoría de los americanos.

No será fácil reconstruir la movilidad ascendente...

A Trump le espera un desafío similar al de todos los gobiernos de los países desarrollados: ser capaces de dar las nuevas respuestas que la nueva realidad está demandando. Y que esas respuestas sean contenedoras, que garanticen el empleo y la producción nacional y, a la vez, que eso no sea como consecuencia del aislacionismo, cerrar las fronteras, disminuir la circulación de personas o bienes. Con eso tendrán que lidiar todos los gobiernos, y fundamentalmente los de los países desarrollados.

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