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Arranque y combustible

Carlos Leyba 25 noviembre de 2016

por Carlos Leyba

¿Cuándo arranca? Esa es, sin duda, la pregunta más repetida por los amigos del actual Gobierno. ¿Cuándo arranca esta economía harto deprimida? Acostada. Desvanecida. En la que no hay signos de que esté por despertar.

Sin embargo, la pregunta implica suponer que el vehículo está preparado para funcionar, que el motor está en orden, que tiene combustible, que el sistema eléctrico está en condiciones y sólo falta que alguien ponga la marcha y acelere. Por eso, esa pregunta, por definición, es una pregunta amigable.

Nadie que no creyera que el aparato económico está en condiciones de ponerse en marcha la haría. Por eso, es una pregunta de esperanza. Una esperanza en expectativa. Justamente es lo que dicen las encuestas acerca de la opinión pública y la relación con el Gobierno.

Muchas encuestas, por lo que valgan después de la cadena internacional de desaciertos, estiman que el 40% de los argentinos considera que las cosas no las están haciendo mal, aunque no vean los resultados esperables y prometidos. El Indice de Confianza en el Gobierno, que realiza mediante encuestas la Universidad Torcuato Di Tella, viene derrapando desde comienzos de 2016, pero aún se encuentra en niveles superiores a los correspondientes a los últimos cuatro años. Muchas cosas han empeorado. Pero la confianza se mantiene. Un dato.

Márgenes en baja

El Gobierno, entonces, goza todavía de un clima de esperanza en expectativa. Son muchos los que le ofrecen a este gobierno esa actitud positiva de espera. Según las encuestas, esa actitud suscita la opinión de más personas que las que votaron a Mauricio Macri en la primera vuelta. Se capitalizó. Aunque no es menos cierto que ese capital se va reduciendo y no rinde intereses: el fuego amigo es una señal evidente que ha comenzado a disminuir. Las palabras del presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, son elocuentes.

A pesar de que nada auguraba en Macri y su equipo habilidades políticas, no le ha ido mal en esa materia. Por ejemplo, suman muchas leyes propuestas y votadas siendo minoría en ambas cámaras.

Pero, mientras algunos creyeron que “el equipo” estaba en condiciones de manejar la economía de manera eficiente, es decir, lograr resultados ?con economía de recursos? para salir del tobogán en que se ejercitaban la actividad y los parámetros del estado de salud de la economía. La realidad los ha desmentido. Nada de economía de recursos (déficit fiscal y endeudamiento externo) y eficacia cero: estancamiento, inflación y problemas de empleo, como mínimo, subsisten. Seguimos en el tobogán y no hay ?a pesar de la insistencia de los funcionarios? signos positivos de los parámetros de salud. Signos que todos deseamos.

¿Cómo seguimos?

A pesar de que despectiva y groseramente, Macri llamó “libre pensador” a Alfonso Prat-Gay por sostener, con razón, que si hubiera habido un acuerdo social la inflación sería menor y la actividad mayor, antes de visitarlo a Francisco, puso en marcha la mesa de concertación entre trabajadores y sectores de la producción. Una decisión sensata más allá de lo que Macri espere de la mesa.

El movimiento obrero y la CGT unificada es la representación que más apuesta al potencial de respuestas que esa Mesa puede producir.

La cultura del encuentro y de la concertación, la cultura del argumentar y pactar, que es la vitalidad de la democracia, desde siempre ha sido el eje de la vinculación del movimiento obrero con el poder político. Lo contrario es la cultura de la imposición por imperio de la mayoría circunstancial.

Macri, o sus funcionarios, cometieron los mayores errores de su gestión económica por el vicio de la imposición. Por ejemplo, la cuestión de las tarifas de gas o el pago de las escandalosas ganancias de la timba del dólar futuro.

Ambas medidas han tenido, y tienen, costos enormes e injustificables, y los funcionarios no han argumentado acerca de ellas y en consecuencia no han pactado. No han argumentado porque la conversación principal la tuvieron con los concesionarios de energía o banqueros que, mal que les pese, son concesionarios.

Juan J. Aranguren se negó a dar a conocer públicamente el costo del gas en boca de pozo y esa negativa informativa denota la ausencia de argumentos. De la misma manera, el pago de $50.000 millones a los que recibieron gratis de manos del kirchnerismo el billete premiado del dólar futuro: solo hablaron con los banqueros.

¿En que mesa de concertación, de consenso, se podrían haber “pactado” ambas decisiones? Imposible. No hubiera habido argumento para sostenerlas. Ambas son medidas poco transparentes. Ambas suponen una transferencia escandalosa de recursos.

Ambas han generado más inflación y menos actividad, intereses y costos de la energía. Tenía razón Prat-Gay. Y tiene razón el movimiento obrero en sostener la mesa. Es cierto que la oferta de debate del Gobierno se refiere al largo plazo. Pero es obvio que el largo plazo empieza por lo que estamos haciendo ahora. Nadie en su sano juicio se propone viajar a Tierra del Fuego encarando el viaje en dirección a San Salvador de Jujuy. Las decisiones del largo plazo no están desvinculadas de las decisiones del presente. Es más: las del presente van condicionando el largo plazo.

Como vemos, esa mesa de concertación del trabajo y la producción, creada por decreto, ha dado lugar esta semana a una declaración de la voluntad de que no haya despidos por cuatro meses. La declaración evidencia que hay problemas de empleo, más allá de las cifras oficiales.

Una oportunidad

La mesa de concertación ?que se demoró un año en alumbrar? es un reconocimiento tardío del PRO de que la democracia real supone “argumentar y pactar”. No lo hizo ningún Gobierno desde 1983 a la fecha.

Es una oportunidad para el movimiento obrero en un escenario de enorme complejidad. La mesa tripartita es un escenario en el que la cultura del lobby se neutraliza. El enorme poder de los concesionarios del sector público, los que viven del Presupuesto, los que ejercen, por delegación del Estado, decisiones de impacto general, todos ellos que conforman la “oligarquía de los concesionarios”, no tienen compromiso con el país productivo. Y ejercen su enorme poder de lobby en beneficio de pequeños sectores. La Argentina que hoy sufrimos es hija de esa enorme distorsión del bien común promovida por los concesionarios.

Los dos ejemplos (el gas y el pago del dólar futuro) ponen en evidencia la capacidad de lobby de los concesionarios energéticos y bancarios sobre el poder formal. Nada de eso habría ocurrido si los temas hubieran sido sometidos a la mesa porque no hubiera habido argumento decente para exponer.

Ese es el enorme valor de la mesa que con tanto ahínco defienden los sindicalistas. Que exista es una buena noticia y una oportunidad.

Una oportunidad para aprovechar el clima de esperanza y expectativa de muchos ciudadanos. No son la mayoría abrumadora pero sí una masa crítica aprovechable para el gobierno si entra en la tesitura de argumentar y pactar. Porque lo necesita y lo necesitamos todos.

Si las cosas están mal y la pregunta de cuándo arranca predomina en el escenario, ¿cuál es la razón?

Parafraseando a Jorge Luis Borges, no es la convicción en Macri ni en su equipo lo que abona el clima sino, más bien, el espanto.

Por un lado, el espanto a lo que habría ocurrido si hubiera seguido en el poder efectivo CFK y la corte de los milagros que la acompañaba y, por el otro, la sensación de estar sobre un camino que no nos lleva a ninguna parte o que, mas angustiante, termina en un precipicio.

La esperanza y las expectativas nacen como antídoto al espanto. No hace falta abundar en lo que implicaría, si no se ofrecen alternativas, que el fracaso o la demora interminable de la llegada de los hechos, termine con el abandono de las esperanza o la inversión del signo de las expectativas.

Es cierto que a este Gobierno le juega en contra el cumplimiento de la veracidad de la información. No se dibujan los precios, los pobres, ni el producto. No se construye un relato épico ni se anuncia la inminencia de una revolución imaginaria en cuyo nombre se justificaba la acumulación de las facturas a pagar. No.

El problema es que la verdad no tiene remedio.

Está cumpliéndose el año y los anuncios de resultados, precios, empleo, producto, inversión, consumo, no llegan. Por eso son los amigos los que preguntan cuándo arranca.

“No sé”

El ex ministro chileno Felipe Larraín, según lo relató el ministro de Producción, Francisco Cabrera, preguntó el lunes por la noche cuándo arranca. Una pregunta, como dijimos, amigable. Cabrera le respondió “la verdad, no sé”.

La respuesta no fue sólo a Larraín, en la intimidad de los despachos, sino a las 360 personas que lo escuchaban ansiosamente en Puerto Madero. Todos ansiosamente esperaban las palabras del responsable de la producción, y las noticias de cuándo arranca no llegó. Cabrera respondió categóricamente “no sé”.

Ante tal sinceridad nadie le preguntó si sabe cuál es el motor al que apostaron.

Sabemos que no es el consumo, tampoco lo es la inversión. Porque no hay nada que hayan hecho para que esos motores se muevan. Tampoco lo es el motor de la exportación porque, en todo caso, de los sectores primarios el “gran salto” viene del lado de los términos del intercambio y ahora no estamos a la puerta de un boom como el que la economía internacional le ofreció a los Kirchner. Ese motor es el que puso en marcha el superávit fiscal vía retenciones. Y le recuerdo que no sólo Macri, sino Sergio Massa y Daniel Scioli, propusieron liquidar esa herramienta cuyos beneficios para la estabilidad, el equilibrio fiscal y la promoción de las exportaciones industriales son indiscutibles. Sin retenciones a los productos primarios, la exportación industrial declina cuando aumenta el valor agregado.

Pero la pregunta de cuándo arranca tiene una respuesta optimista entre los consultores y algunos funcionarios. Ellos auguran, para 2017, un incremento del PIB de 2% o 3%. Eso es “volver al pasado” porque retornaremos al nivel del PIB por habitante de unos años atrás. Es arrancar. Aunque suene a marcha atrás.

Se trata del pronóstico del rebote del gato muerto. Es que la economía aterrizada en el piso, un cuerpo aunque muerto, rebota. Y eso es lo que va a pasar en 2017. Nada más. Rebote. Que no es lo mismo que “arrancar”. Es que los mecánicos no se han ocupado de hacer lo necesario para poner en marcha ningún motor.

Mauricio cree que el consumo crece cuando baja la inflación y que la inversión llega cuando cunde la confianza. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Para crecer hay que tener una política de crecimiento.

La gran esperanza es que los funcionarios escuchen en la mesa a los sindicalistas que conocen el mundo del trabajo y la empresa desde adentro. A los motores hay que ponerles combustible. Política económica.

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