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Acuerdo y signos del pasado

Carlos Leyba 21 octubre de 2016

Por Carlos Leyba

Hay ciertos signos de nuestro pasado que nos obligan a reflexionar acerca de los males heredados y los pasos a dar para superarlos. Al cantar las estrofas de nuestro Himno Nacional en el Senado de la Nación cuando, a instancias del senador por Catamarca Dalmacio Mera, el cuerpo le otorgó a la Universidad de Buenos Aires el premio Domingo Faustino Sarmiento, por primera vez, me di cuenta que, de los valores de la Revolución Francesa que inspiraban a nuestros próceres, sólo dos compusieron el eje de nuestra canción patria: libertad e igualdad. La noble igualdad.

El tridente Pero la Revolución de 1789 alumbró tres valores: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Este valor, la fraternidad, estuvo ausente en nuestro himno y quizá eso tenga que ver con las pasiones que inspiraron nuestra historia. Como bien sabemos, la libertad sin más, y no sólo en la vida económica, contiene una tendencia a la concentración. Seguramente podría realizarse una correlación muy fuerte entre la libertad plena ?en ausencia de regulaciones ? y la concentración extrema. Y, de la misma manera, sabemos que la búsqueda de la igualdad implica, justamente, la generación de normas y regulaciones que, en extremos, han acompañado la supresión de la libertad y el dominio del autoritarismo. Los ejemplos abundan.

Lo que no es un descubrimiento sino una afirmación fundacional de la Revolución Francesa es que la fraternidad es el único lazo de unión posible para que la libertad y la igualdad marchen de consuno. La fraternidad, dentro de los márgenes del Estado nacional, supone la idea profunda de un proyecto de vida en común en cada momento histórico de los hombres concretos que vivimos cada presente.

Un proyecto de vida en común que se propone avanzar en la realización de la igualdad entre todos los hombres, que es la esencia del ideal democrático y que se lo propone respetando la libertad de todos y de cada uno, porque esa libertad protege la capacidad de crear, innovar y aportar de cada uno según sus dones. Es la esencia del humanismo.

Una democracia humanista es el espacio de libertad en el que se avanza hacia la igualdad que implica, naturalmente, el ánimo colectivo de justicia. Decidir un proyecto y decidir uno de vida en común, como ideal histórico concreto, implica el ánimo de la fraternidad, es decir, sentirnos que estamos hermanados en una nacionalidad que, en uso de la libertad, procura la realización de pasos hacia la igualdad de todos los ciudadanos.

Pues bien, en nuestra historia, podemos rastrear luchas distintas por la igualdad o por la libertad. Muchas fueron instrumentadas sobre el rechazo de la fraternidad y de la vida en común. La fraternidad implica convencer y descarta la idea de vencer. Un proyecto de vida en común nace de convencer. Necesariamente implica acordar.

Un recorrido

No es difícil reconocer en nuestro pasado, y en nuestro presente, esa ausencia de fraternidad, de método de convencer y de vocación de acuerdos que -en palabras al menos- comienza con la omisión, seguramente involuntaria, de nuestro Himno Nacional.

No voy a hacer un inventario de los desencuentros, de las tragedias y del genocidio, pero es fácil argumentar que ?más allá de las banderías por la libertad o por la igualdad? hemos estado flojos y débiles de fraternidad.

No se trata, por cierto, de generar jornadas de abrazos y simpatías. No. No pasa por celebrar el día. Pasa por avanzar en el camino de las realizaciones de un proyecto común.

Un proyecto lo más denso, profundo, y proyectado en el tiempo, que sea posible . Y un proyecto que sea lo más inclusivo, abarcador, y comprensivo de las distintas aspiraciones y demandas de la sociedad que sea posible.

Sabemos que si hay algo de lo que estamos anémicos es de decisiones de largo plazo. La política, en los tiempos que abarcan la vida de la mayoría de los argentinos, ha sido la de la administración del corto plazo.

La institución de la democracia más valorizada ha sido el proceso electoral. Y como las elecciones se producen cada dos años, la política ? todas las políticas ? está condicionada, en ausencia de un proyecto común que lo supere, a la instancia electoral de dos años.

Nada que dure se hace sin tiempo. Y dos años, en una sociedad de crisis profundas que se acumulan como capas geológicas y como capas geológicas se mueven de forma continua generando movimientos y a veces terremotos sociales, se agotan en unos primeros pasos de preparativos y los últimos pasos pre electorales para conquistar los votos más fáciles de acumular.

En ausencia de consensos, acuerdos, proyectos que superen la instancia electoral para las cuestiones densas y profundas de la sociedad, el largo plazo es un elemento postergado para la próxima y así sucesivamente.

La economía

Es simple mirarlo desde la economía. Nuestro país es uno sin inversiones. Es decir es uno que no acumula y la acumulación es la tarea que descubre el futuro. “El futuro no es lo que va a venir, sino lo que nosotros vamos a hacer” (Henri Bergson). No cabe duda que no hay futuro propio si no lo definimos nosotros. Y no hay futuro común si no lo hacemos en conjunto.

La tasa de inversión medida a través de su participación en el PIB desde el comienzo de la democracia, para tomar un período en que la decisión tiene raíz popular, ha sido la mitad de la necesaria para sostener una tasa de crecimiento transformadora. No recuerdo cuántos blanqueos hubo en ese período. Pero sí se lo que se fugó, el patrimonio nacional que se rifó, y el evidente deterioro, gigantesco, de la infraestructura social y económica. El deterioro absoluto y relativo. Destruimos lo que quedaba del sistema ferroviario, perdimos la operación naval de bandera argentina, no podemos controlar las fronteras, los gendarmes y prefectos van y vienen por el territorio tapando agujeros. Para qué seguir. Todo eso es ausencia de inversión y esa ausencia de inversión es ausencia de proyecto.

No hay largo plazo sin consenso. Carlos Menem y Domingo Cavallo y los que continuaron su “no sé cómo llamarlo” creyeron que lo suyo sería eterno. Que habían instalado un sistema definitivo: ganaban elecciones sobre la base del “¡Déme dos!” sostenido por la deuda mientras aumentaba dramáticamente el desempleo, el trabajo en negro, la pobreza y las migraciones internas en busca de lo descartado de los lugares opulentos.

Ese proyecto, más allá de la adhesión a mano alzada de personajes como el inefable Oscar Parrilli ?que lo veremos en todas?, carecía de consenso.

Los pequeños industriales, amplios sectores del movimiento obrero y la oposición política manifestaban, además de la condena a la corrupción que aceitaba las decisiones, su rechazo a las consecuencias del sistema y al sistema mismo.

La provisoriedad de ese sistema, como consecuencia de la ausencia de proyecto, de acuerdo y de largo plazo, hizo que estallara cuando se cortó el caño de oxígeno de la deuda que lo mantenía.

Nada más ejemplificador de su provisoriedad que aquello que lo mantenía que era un incremento sistemático de la deuda.

Consenso?

No hay largo plazo sin consenso. Néstor y Cristina Kichner expresamente manifestaron su rechazo a toda idea de plan. Y a toda idea de acuerdo o consenso. Sólo aceptaban las mesas de adhesión. Y las tuvieron de todos los sectores. Unos que no discernían que los beneficios y ventajas procedían de la coyuntura externa y otros que no discernían que los beneficios y ventajas provenían de transferencias y no de un proceso de crecimiento.

El kirchnerismo, al igual que el menemismo, gobernó con mayorías amplias obtenidas con la cultura de la política gobernada por las elecciones y en ambos casos la inversión transformadora del potencial nacional fue desplazada por la “oportunidad”.

Al igual que el menemismo, que terminó con una tragedia administrada por los que lo desplazaron, el kirchnerismo (o, más bien, su herencia desastrosa) está siendo administrada por los que lo han sucedido.

Herencias generadas por decisiones carentes de consenso y, por lo tanto, sin ninguna connotación de largo plazo.

Llevamos cuatro décadas sin consenso y sin proyecto de largo plazo. Y con administraciones públicas que, particularmente en el último período, han hostigado el disenso con una concepción autoritaria del poder, por otra parte ejercido con el paso a paso, con acción- reacción, es decir, sin rumbo.

La ausencia de proyecto, en el sentido aquí manifestado, es lo que explica la paradoja de un país que no ha incrementado el capital reproductivo y, al mismo tiempo, ha llevado a la pobreza a un tercio de la población, pobreza que es lo único que se ha acumulado de manera consistente en los últimos cuarenta años.

Es habitual en la profesión ponderar la ventaja demográfica argentina de país joven titular, por dos décadas más de un “bono demográfico” que nos permite sostener con población económicamente activa a la pasiva. Pero ese bono hay que calificarlo con la pobreza y marginalidad que arrastramos acumulativamente desde hace 40 años.

Es obvio que no hay proyecto de vida en común, no hay fraternidad, ni largo plazo si no logramos detener ese proceso y revertirlo en velocidad. Y eso sólo se puede hacer si encaramos en primer lugar una acción revolucionaria con respecto a la infancia y una acción revolucionaria con respecto a la inversión reproductiva que genere trabajo de productividad de manera urgente, y nada de eso se puede hacer si el país no tiene un proyecto con un horizonte convincente de largo plazo.

Eso no se conjuga o no se define o no se enriquece, con la necesaria reducción de la inflación y ni siquiera con la imprescindible salida de la recesión. Puede que sean condiciones necesarias pero están a años luz de ser suficientes.

El país necesita, para ser Nación, un proyecto de vida en común, un conjunto de definiciones básicas que componen el programa de desarrollo de las fuerzas vitales de la Nación. Y eso es imposible, lo ha sido y lo será, sin un acuerdo profundo, denso y suficientemente amplio.

No se trata de una mayoría electoral, por abrumadora que fuera. Siempre es efímera o autoritaria. Se trata de una mayoría de consenso con ese programa.

Fuerzas políticas, organizaciones de los trabajadores, empresarios, fuerzas, presencias de la comunidad en diversas expresiones. Pensar el país futuro en conjunto. Intelectuales rescatados de la obsesión por el pasado. Todo eso es necesario.

Las mesas a las que ha convocado el Gobierno y que cuentan con presencia de los trabajadores y el empresariado son un pequeño paso en esa dirección. Su capacidad histórica depende de la grandeza de los que gobiernan. Son pasos en la dirección a valorar la fraternidad que, con pocas excepciones, ha sido la gran ausente desde el Himno para acá. Es un pequeño paso.

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