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Los modelos en las crisis y la crisis de los modelos

El Modelo Macro Estándar (MME) está siendo objeto, desde hace tiempo, de fuerte críticas. ¿Qué dicen los críticos y por qué debemos escucharlos?

27 septiembre de 2016

por Pablo Mira

Las autoridades económicas y monetarias están muy seguras de cuál es el recorrido teórico que consideran tienen que perseguir para lograr la estabilización macroeconómica y las condiciones para recuperar el crecimiento. En esencia, la estrategia consiste en seguir los preceptos de la economía ortodoxa de libre mercado. Estos preceptos involucran una serie de recomendaciones de política que se están poniendo en marcha sin hacerse demasiadas preguntas.

La base moderna de estas ideas es el modelo macroeconómico neoclásico que es el centro del análisis macro ortodoxo desde hace varias décadas. Se trata de una construcción que asume idílicamente que los individuos son agentes hiperracionales, que los mercados son completos y funcionan eficazmente dejados a su arbitrio, y que la economía por sí misma no puede generar desequilibrios, a menos que estos desequilibrios estén inducidos por malas decisiones de política. En una palabra, el Modelo Macro Estándar (MME) asume que el sector privado y el libre mercado aseguran por sí solos un buen funcionamiento macroeconómico.

Las críticas

Sin embargo, el MME está siendo objeto desde hace tiempo de fuerte críticas, que han reverdecido con mucha agitación en los últimos años. La profundización del ataque es una reacción natural a un hecho que preocupa a los economistas de habla inglesa: la crisis de 2007/2009 debilitó a las economías de los países desarrollados a tal punto que hace diez años que prácticamente no crecen. El ingreso per capita de Europa pasó una década sin crecer; Japón continúa experimentando enormes dificultades para retomar el dinamismo de sus buenas épocas; y Estados Unidos, si bien se recuperó, lo hizo a costa de un empeoramiento marcado en la distribución del ingreso. El escaso crecimiento mundial que nos queda es provisto por China, una economía que difícilmente podríamos catalogar como “de libre mercado”. El resto de los grandes países emergentes tampoco presenta buenas perspectivas: Brasil sufre una de las recesiones más serias de su Historia y Rusia fue muy golpeado por culpa de la caída del precio internacional del petróleo.

Varios de los economistas teóricos más importantes han levantado su voz contra el MME. Paul Krugman y Joseph Stiglitz seguramente son los más conocidos para el público común, pero hay muchos más, y entre los que últimamente se han mostrado más enojados está Paul Romer, un destacado economista que hizo aportes decisivos a la teoría del crecimiento económico.

Aporte escaso

Si bien algunos reproches son un poco técnicos para discutir aquí (como el dudoso ejercicio de la calibración, o la suavización de los modelos para permitir su tratamiento), la preocupación principal es que estos esquemas no nos dicen mucho sobre cómo se alertan las crisis o qué hacer cuando se desencadenan. La limitación principal del MME es que no sirve para atender los problemas macroeconómicos, y solo funciona razonablemente cuando las cosas andan bien. Desde luego, esta es casi la definición de un modelo inútil.

A los hechos

Dos ejemplos bastarán para entender por qué el MME es debe repensarse. Uno se refiere a los resultados globales esperados ante la fuerte caída de los precios del petróleo. Dado que se trata de un shock de oferta positivo (los precios bajaron anticipando un incremento en la producción mundial) el modelo predice que, en promedio, la economía global se debería beneficiar en gran medida gracias a estas noticias. Sin embargo, los países exportadores de petróleo fueron afectados negativamente más de lo que se beneficiaron los importadores, y todas las previsiones basadas en el modelo tradicional debieron ser revisadas a la baja.

El otro ejemplo atañe a nuestro país. Argentina es un país con problemas macroeconómicos muy relevantes en muchas dimensiones. Descansar en el libre funcionamiento del mercado para su solución automática es una apuesta demasiado riesgosa ya que, como dijimos, el MME se comporta razonablemente únicamente cuando se aplica a circunstancias macroeconómicas más o menos normales. En economías que presentan un alto grado de estabilidad y regularidad, las políticas que surgen del MME pueden no resultar nocivas, pero en economías inestables y volátiles como la nuestra, la respuesta intelectualmente más honesta es que no lo sabemos.

El hecho de que los economistas más destacados (incluso algunos neoclásicos) hayan salido públicamente a expresar su desacuerdo con el MME es además un acto de humildad a los que los teóricos de la economía no nos tienen demasiado acostumbrados. Para ellos, el estado de la teoría macro deja hoy mucho que desear y esto debería alertarnos sobre las posturas ideológicas que describen al funcionamiento macroeconómico como gobernado por presuntas leyes inmutables que nos depositan automáticamente en estados de equilibrio, y que nos permiten crecer sin pausa y con inclusión social.

(*) Economista

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