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La economía necesita políticas anticíclicas

01 septiembre de 2016

por Pablo Mira

Uno de los aspectos más criticados de la política económica de los últimos años del Gobierno anterior (y también de otros gobiernos de América Latina en general) fue la ausencia de una estrategia anticíclica. Más aún, se ha afirmado que la política macroeconómica fue procíclica, generando desajustes agregados de magnitud.

La política anticíclica, inspirada en las recomendaciones de John Maynard Keynes en su “Teoría general del empleo, el interés y el dinero”, refiere al simple hecho de que en las épocas buenas debe ahorrarse para luego usar esos recursos en los años malos. En Argentina, la forma que adopta esta política es la de acumular reservas cuando, por ejemplo, los precios internacionales son inusualmente elevados, para utilizar esas reservas en épocas de vacas flacas. Básicamente, en una economía no desarrollada y dependiente del sector externo para funcionar, los buenos tiempos se asocian con una posición externa cómoda, y los malos con la operación de la restricción externa.

Un obstáculo importante del Gobierno anterior para poner en funcionamiento una política anticíclica eficaz fue que algunas de sus políticas propiciaban la fuga de capitales. Los períodos de atraso cambiario con tasas de interés negativas, si bien eran políticas que podían ser defendidas porque mejoraban el salario en dólares y contribuían al crédito a las pymes, creaban también incentivos para comprar dólares “baratos”, acelerando la pérdida de divisas. Por ende, esa estrategia que quería favorecer con rapidez a los sectores rezagados, obligaba paradójicamente a una política anticíclica más drástica, lo que implica menores posibilidades de sostener algunas políticas sociales.

En el cuadro de situación actual, hay dos aspectos relacionados con la política anticíclica que vale la pena remarcar. El primero es que si efectivamente la economía hacía cuatro años (en promedio) que no crecía y los números de empleo no eran suficientemente buenos, no hay razón para pensar que la economía enfrentaba algún tipo de “recalentamiento”. Indudablemente, el problema no era haber alcanzado la restricción externa por alto crecimiento sino por una exacerbación de la fuga de capitales. Siguiendo esta lógica, si se considera que la economía hoy logró recomponer el problema de la demanda de dólares, lo correcto desde la teoría de la política anticíclica sería que las políticas fiscal y monetaria fueran expansivas, ya que la economía estaría funcionando en la parte baja del ciclo. El problema que intercede este objetivo, por supuesto, es la inflación, que el Gobierno pretende reducir a cualquier precio. La tesis, muy arriesgada y hasta ahora con resultados poco alentadores, es que mientras haya inflación la economía está viviendo por encima de sus posibilidades.

Lo segundo es que no hay nada en la idea original de la teoría de la política anticíclica que indique cuales son los sectores sociales que deben ahorrar durante las épocas de acumulación, ni los que deben ser compensados en las épocas malas. Concretamente, si el diagnóstico es que hoy la economía necesita un ajuste, no hay razón para pensar que el costo deba ser enfrentado por los sectores beneficiados durante la administración anterior. Se pueden elegir políticas para que estos costos recaigan sobre los que más espalda (riqueza) tienen. Las retenciones, y los impuestos a la riqueza y a los ingresos tienen ese objetivo, de modo que la reducción de su importancia en la recaudación produce un resultado inequitativo mientras dure el proceso de ajuste que, de acuerdo a las autoridades, la macroeconomía necesita.

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