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El atraso importa

14 septiembre de 2016

La falta de competitividad limita la capacidad de despegue de las exportaciones al tiempo que acelera la penetración de las importaciones, que empiezan a ganar terreno poniendo en jaque a algunos sectores productivos.

Dado que esta tendencia se acentuaría en los próximos años, el Gobierno debe avanzar en una agenda amplia que apunte a mejorar la competitividad sistémica, saliendo de la recurrente “trampita” de la devaluación o el cierre del mercado. D

esde que el Gobierno esquivó la crisis de balance de pagos con la liberalización del mercado cambiario y la devaluación, la temida restricción externa se alejó. La combinación de mayor superávit comercial y fuerte ingreso de capitales fueron más que suficientes para compensar la mayor demanda de divisas. En este contexto, la aceleración de la inflación derivada de los ajustes de precios relativos erosionó toda la ganancia de tipo de cambio real.

En los primeros siete meses del año, el superávit alcanzó US$ 750 M, cuando en el mismo período de 2015 había registrado un déficit de US$ 500 M, producto de importaciones que cayeron al doble que las exportaciones.

En cuanto a las exportaciones, sin ayuda de los precios de las materias primas y con Brasil atravesando una de las peores crisis de su historia, en los primeros siete meses del año mostraron un desempeño muy pobre, acumulando una caída de 4%.

El comportamiento no fue homogéneo dado que por un lado los productos primarios registraron un salto de 10% gracias al incremento de 20% en las cantidades (especialmente de trigo, maíz y cobre) que más que compensaron la baja de 10% en los precios. Las manufacturas de origen agropecuario prácticamente no tuvieron cambios dado que el alza en los volúmenes igualó la merma en los precios mientras que las manufacturas industriales soportaron una contracción de 15% debido principalmente a la disminución de 10% en las cantidades.

Finalmente, como viene ocurriendo en los últimos años, las ventas externas de combustibles y energía siguieron en franco descenso, marcando una caída de 31% en lo que va del año.

Las importaciones, por su parte, cayeron 8% en valores en los primeros siete meses del año pero aumentaron 6% en cantidades. El dato que alerta es el importante incremento en bienes de consumo y autos, que subieron 20% y 40%, respectivamente, provenientes principalmente de China y resto del sudeste asiático. Distinto fue el caso de los bienes intermedios y de piezas y accesorios que en los primero siete meses del año no aumentaron, síndrome del estancamiento del nivel de actividad.

Puesto en otros términos, preocupa que aún en un escenario recesivo como el actual las importaciones estén ganando terreno. De cara al futuro, con un mercado interno más pujante, las importaciones irán ganando dinamismo.

De hecho, en los últimos cinco años, por cada punto de crecimiento del PIB, las cantidades importadas aumentaron en promedio 3,6 veces (cumple con el patrón histórico, casi idéntico al que tuvieron durante la convertibilidad).

Además del salto en las importaciones de combustibles, cuya elasticidad fue de 9, se destacó la sensibilidad que mostraron los bienes de consumo, cuya elasticidad llegó a 5,5, mientras que las compras de insumos y de piezas y accesorios de bienes de capital mostraron una elasticidad de 1,7.

Estas relaciones ponen en evidencia que la actual Administración se enfrenta a un problema estructural. De hecho, aún con cepo cambiario y todas las restricciones aplicadas durante el segundo mandato de CFK, la dependencia de bienes de consumo importado más que duplico a la de la convertibilidad.

Como lo venimos destacando, creemos que Argentina no tendrá una mejora sustancial en el tipo de cambio real que revierta los resultados hasta aquí obtenido pues “el atraso cambiario llegó para quedarse”.

Para afrontar este problema no necesitamos volver a las recetas que atacan las consecuencias, que tan malos resultados nos han dado. No sirve tomar medidas proteccionistas de corto plazo sin una lógica integral. Las medidas deben atender las urgencias de corto plazo, pero con un enfoque orientado a entender las verdaderas causas de los problemas.

En este sentido, el Gobierno debe enfocar la agenda en la mejora en la competitividad a través de un enfoque integral de largo aliento. Sólo de esa manera el país podrá lograr una mejora en la productividad que le permita competir con el resto del mundo y gozar de los beneficios de la integración.

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