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Todavía hay que esperar para una macro estable

Se acercan las elecciones, y la promesa de desacelerar la inflación se junta con la necesidad política de incrementar los salarios reales.

29 agosto de 2016

por Ramiro Albrieu (*)

La macroeconomía argentina está transitando un camino complicado. Cualquier indicador de mediados de año que compare el panorama actual con el vigente hace exactamente un año atrás daría cuenta de una economía en recesión y con una inflación minorista acelerada en casi 20 puntos porcentuales.

Un clima recesivo con inflación acelerada era en alguna manera esperable dados los desafíos que enfrentaba el Gobierno actual. En efecto, el panorama complejo surge del intento por parte del oficialismo entrante de corregir los dos desequilibrios básicos de la macroeconomía kirchnerista: las brechas externa y fiscal.

Durante los sucesivos gobiernos de Cristina de Kirchner, el manejo de las políticas salarial, cambiaria y tarifaria hizo que los precios de los servicios públicos y el tipo de cambio se rezagaran marcadamente. Además, durante el segundo Gobierno se ensayaron políticas para reducir la tensión externa (el cepo) y fiscal (el financiamiento monetario del déficit) que sólo profundizaron los problemas preexistentes.

La gestión actual se inauguró con una fuerte devaluación a fines del año pasado, a la que meses después le siguió un ajuste tarifario al comienzo del segundo trimestre del presente año. Mirando la Historia argentina, nada nuevo: es lo que siempre llamamos ajuste (o sinceramiento) macroeconómico. Además, se comprometió a remover el cepo cambiario y a cortar la dominancia de la política fiscal sobre la política monetaria.

Preguntas y desafíos

Dos preguntas surgen naturalmente. La primera, si había manera de ajustar pagando menores costos macroeconómicos y sociales. La segunda, en qué medida se avanzó con la corrección de los desequilibrios macroeconómicos. Sobre lo primero ya hemos escrito en otras ocasiones. Pasemos a lo segundo. ¿Qué ocurrió con los precios relativos: se encuentran en un sendero estable?

Comencemos por el tipo de cambio. La devaluación de diciembre mejoró instantáneamente la competitividad 40% y llegó a ganar otro 8% en el primer trimestre de 2016. En el segundo trimestre, el panorama cambió radicalmente y el tipo de cambio perdió más de la mitad de lo ganado en los meses previos. A partir de allí la competitividad mejoró, pero persiste la volatilidad. En suma, el tipo de cambio real multilateral ganó 20 -25%, con una gran ayuda de un Brasil más apreciado (con respecto a China, por ejemplo, la ganancia apenas supera el 10%).

¿Qué ocurrió con las tarifas? Allí el ajuste es incierto y lo poco que se sabe apunta a un panorama dispar. La incertidumbre se deriva de la judicialización del ajuste en el gas, pero también de cómo ello afectará a las tarifas eléctricas. La disparidad se debe a que en el precio del gas ajustará de todas maneras muy por encima de otros servicios, como el transporte público.

El interrogante es mayor si se piensa en prospectiva. El primer semestre de un Gobierno es el más propicio para dar las malas noticias. Ahora, pasados ocho meses de la asunción de Mauricio Macri, ya estamos en temporada de elecciones. En este contexto, la promesa de desacelerar la inflación se junta con la necesidad política de incrementar los salarios reales. Todo conspira entonces para volver a utilizar al tipo de cambio y a las tarifas públicas como anclas para la inflación y dejar para más adelante la tarea de corregir los desequilibrios macroeconómicos que dejó la administración anterior.

Si efectivamente se dejan atrás el cepo cambiario y el financiamiento monetario al fisco, las cuentas pueden cerrar con financiamiento externo ?donde parece haber oxígeno suficiente para un tiempo?.

Si esto ocurre podemos tener de aquí en más un año relativamente benévolo, pero el ajuste será materia obligada de fines de 2017 o principios de 2018. Para una macroeconomía estabilizada, en tanto, habría que esperar un tiempo más largo.

(*) Investigador del CEDESU

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