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La verdad (o casi) siempre es buena

Reflexiones tras el no pago del Cupón

28 marzo de 2014

(Columna de Carlos Leyba)

Dilema criollo. Si digo la verdad identifico mis problemas y, además, logro ahorrar. Y podría, con esos recursos, contribuir a resolver esos problemas que la verdad me revelaría. Si miento, es obvio, oculto y no identifico mis problemas y, además, lejos de poder ahorrar, resulta que estoy obligado a pagar.

¿Qué tal? Cualquiera, en la opción, diría “lo mejor es la verdad”.

Este es un típico dilema argentino de los últimos cuarenta años. Siempre, con distintas ideologías, los gobiernos optaron por la peor de las opciones. La consecuencia es que los problemas se acumulan y además terminamos pagando. Por ejemplo, los ministros de la “tablita de la dictadura” ocultaban la verdad: las reservas aumentaban menos que la deuda. Ibamos camino al cadalso al grito de “deme dos”. Los ministros de la convertibilidad (que incluye a los de la Alianza que, al igual que sus predecesores, no saben guardar el recatado silencio al que los obliga su trayectoria de estropicios) ocultaban la verdad: la estabilidad de precios y el festival turístico estaban financiados por el crecimiento desbocado de la deuda que exterminaba a la industria y al empleo.

En ambos casos aumentaban la pobreza y en ambos períodos el sistema financiero aplaudía a rabiar. La fiera que se relame frente a la pieza distraída. Todos recordamos lo que pasó al final de cada ciclo fundado en la mentira. La verdad se hizo presente sin avisar.

Abraham Lincoln ya lo había advertido: “Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. Y un proverbio ruso señala las inevitables consecuencias: “Con la mentira se puede ir, pero no se puede volver”.

De la tablita y de la convertibilidad, fundadas en homéricas mentiras, no se pudo volver: hubo que pasar por crisis devastadoras para la vida cotidiana de las mayorías.

Estadísticas mentirosas

Lamentablemente no hemos superado ese dilema criollo y hoy vivimos las consecuencias de la distorsión estadística que se había convertido en el escenario y la protagonista de la mentira. Las consecuencias han ido más allá de la voluntad de los autores. El responsable de la política ganadera en la gestión K supuso, vaya a saber Dios por qué, que el stock vacuno ascendía a setenta millones de cabezas: ni los censos (bastantes fantasmales), ni las proyecciones biológicas, ni las vacunaciones del SENASA, ni el sentido común, avalaban tamaña cifra para el rodeo nacional. Sin embargo, con esa cifra inexplicable, se diseñó la política ganadera que exterminó millones de cabezas, cerró frigoríficos, mandó miles de trabajadores a la calle, redujo las exportaciones de proteínas animales, nos sacó de los mercados de mayor rentabilidad y puso a la carne a los precios de los Estados Unidos, gracias al dólar que atrasaba.

Querían hacer una política y le inventaban los números que la fundamentaban. La base estadística oficial decía la verdad pero como la verdad no justificaba la política, desconocíamos la estadística oficial y dibujábamos números ad hoc.

Otro caso es el de las cifras oficiales de producción de hidrocarburos y del nivel de las reservas que fueron veraces durante la década. Decían que caminábamos a una crisis que nos obligaba a importar por cantidades y valores inimaginables, lo que ha generado un estado crítico del que, haciendo lo mejor, por muchos años no podremos salir.

El primer caso, el del stock ganadero, es el de la decisión de una política ?vaya saber por qué? y la construcción de un número imaginario para fundamentarla. El segundo, el de la energía, es el caso de la negación de la información que produce el mismo que gobierna para sostener una política decidida vaya a saber por qué. En ambos casos la política sin diagnóstico, por ignorar la información, generó una crisis y la pérdida de una oportunidad. La mala praxis del diagnóstico sólo por azar produce buenos resultados. Y en estos casos el azar nos la jugó fulera.

El Indec

Pero, como el lector ya supone, hay un tercer caso. El de las distorsiones informativas producidas en el Indec. En este caso las estadísticas de precios fueron manipuladas para negar la dinámica inflacionaria. La supersubestimación de la inflación produjo la dramática subestimación de la pobreza estructural e inflacionó el cálculo del PIB. No son esas las únicas distorsiones como bien señala la obra “No somos cómplices de la mentira” que elaboró la Junta Interna de los trabajadores del Indec. Los trabajadores, con su lucha, sensibilizaron a la sociedad acerca de las consecuencias de esta falencia estadística deliberada.

Las fantasías

¿Además de los números erróneos y perturbadores para el diag - nóstico, cuáles fueron las consecuencias objetivas de esa manipulación? Negar la pobreza, más allá de la generación de fervor militante que favoreció la convicción de los que creían participar de un cambio revolucionario, impidió diseñar, en una década de términos del intercambio inimaginables hace cuarenta años, una política de reformas estructurales que la reduzca por debajo del nivel heredado de los años '90. No estamos hablando del desastre social de 2001/2002.

La política cambiaria, la política de ingresos, la política fiscal, todas, han estado condicionadas por todas estas distorsiones que han quedado veladas por la mentira que convence a los menos aunque con inmenso fervor. Pero lo que ha cegado a los más es el encandilamiento de la abundancia de dólares de la soja que esta vez, en lugar de la deuda, financió la política de compensaciones sociales, los subsidios, el déficit del boom automotor y el festival de Tierra del Fuego. ¿Consumo generoso de los sectores medios mata problemas estructurales? Sólo los oculta y sólo por un tiempo.

La fotografía de hoy es la de una altísima conflictividad social y violencia urbana. El marco de esa foto tiene de un lado la pobreza estructural y, del otro, la innegable concentración de la riqueza que escandaliza con sus nuevos supermillonarios nacidos de la apropiación de las concesiones o de las empresas del Estado. Algo muy parecido a las oligarquías surgidas a la caída del Muro de Berlín. Todo barro viene de lluvias anteriores.

Frente a la fotografía descripta vale recordar el consejo de Cristina Fernández: “No se trata de fotografiarse con Francisco sino de leerlo”. Veamos. El Santo Padre escribió: “Hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad?será imposible erradicar la violencia”. (Evangelii Gaudium, 59)

¿Cómo revertir la exclusión y la inequidad si el Gobierno nos informa que sólo hay 6% de pobreza y un desempleo de 6,4%? ¿Cómo poner en duda que el crecimiento se ha “derramado” si son esos los resultados sociales? ¿Y por qué preocuparse si la economía para el Gobierno, hasta este jueves, seguía creciendo a un ritmo que no bajaba de 4%? Y si era así, si estaba todo tan bien, ¿cómo no pagar el cupón PIB de la deuda externa que aproximaba a valores equivalentes a US$ 4.000 millones? Hasta ayer los consultores y los financistas, eran los abogados de la mentira. Decían “es preferible mentir y pagar, que decir la verdad y no rifar cuatro mil millones”. Por el interés baila el mono. Y voces amenazantes de “consultores serios” repetían “mientan pero paguen”. ¡Lo que hay que oír!

A pesar de las advertencias tempranas de los trabajadores del Indec, el Gobierno y todos los jefes de Gabinete y ministros de Economía desde 2006 en adelante, eligieron ? por omisión o comisión ? convalidar que el Estado mintiera en las estadísticas de inflación. Las críticas de las universidades convocadas, la presión social, las mediciones de los sindicatos y las organizaciones sociales, las expectativas de los consumidores, las estimaciones de economistas no fanáticamente K, todos, señalaban que “no se puede engañar a todos todo el tiempo” .

La consecuencia de esa mentira sobre la inflación, que duró ocho años, generó que, durante todo ese tiempo, se negara militantemente que la pobreza en la Argentina está clavada en 25% de la población, lo que representa nada más ni nada menos que diez millones de personas. Un cuarto de la población Argentina vive “fuera del sistema”, en una situación preperonista, si es que el peronismo representa la justicia social, y luego de veinte años de gobierno alcanzado gracias a la foto de Perón y Evita.

La ignorancia deliberada de la realidad nos llevó a la crisis de la carne, a la energética y, lo que es peor, a no haber planteado la erradicación estructural de la pobreza que habría implicado, para cualquier pensamiento medianamente heterodoxo, el diseño de una política industrial acorde a la magnitud del problema y un plan de largo plazo sólo posible sobre la base de un consenso social y político amplio y generoso. ¿Si no hay problema, para qué preocuparse? La mentira sobre la inflación ha consolado a muchos por no haber hecho nada estructural por la pobreza “porque no era necesario”.

Mantener la exageración del crecimiento nos habría obligado a “honrar el compromiso del cupón PIB taca taca”. Aunque fuera mentira, para los consultores y financistas, se trataba de ganar “respetabilidad” justo cuando nos comprometemos a pagar por YPF, por el Ciadi y por el Club de París. Y la “respetabilidad”, dicen, ¡nos permite endeudarnos! Los trabajadores del Indec denunciaron “la destrucción de las estadísticas públicas” el miércoles en la Cámara de Diputados. Ese libro se presentó luego de que el Gobierno informó que el ritmo verdadero de la inflación triplicaba el publicado desde la intervención. El denunciado reconoce sin decirlo que había estado mintiendo. “Con una mentira? no se puede volver”.

Y el jueves, con un frenazo a la tasa de crecimiento ? que sigue siendo exagerada?, logramos salir de la trampa del cupón PIB. El Gobierno privilegió el bien común que siempre está cerca de la verdad. Ahora el Gobierno, mejor tarde que nunca, dice oficialmente que los precios crecen mucho más y que el producto crece mucho menos.

Todavía falta sacar algunas capas de la cebolla para llegar al corazón de la verdad y eso hace llorar... y reaccionar. Lo concreto es que no nos hemos rifado US$ 4.000 millones. Y que el Gobierno se evitó un papelón. Aproximarse a la verdad es una buena noticia.

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