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Las polleras

¿Podrían haber salvado al mundo?

24 enero de 2014

(Columna de Nicolás Manes, especialista en finanzas, escrita en el marco del seminario de Economía y Medios de la Universidad de San Andrés)

No es poco frecuente que se escuche en una mesa de amigos comentarios que relacionan a la verborragia, la insensatez, la pasionalidad y las reacciones desenfrenadas con el sexo femenino. De hecho, en el recinto de la Bolsa de Londres, donde sólo el 1,5% de los agentes bursátiles son mujeres, los comentarios y conductas sexistas probablemente sean muy frecuentes.

Sin embargo, según John M. Coates, profesor de la Universidad de Cambridge y ex agente de Bolsa del Deutsche Bank y Goldman Sachs (entre otros), no hay nada más alejado de la realidad. Es que este neurocientífico investiga sobre el rol de las hormonas en la toma de decisiones financieras. Su experiencia como agente de Bolsa durante la burbuja de las “punto com” lo llevó a notar las siguientes dos regularidades: primero, durante la burbuja sus colegas actuaban distinto, mostrando síntomas propios de las manías; segundo, estos cambios en el comportamiento inducidos por el contexto adverso eran propios de los hombres.

Más tarde, en sus años de investigación (en los que utilizó métodos previamente aplicados a animales y a deportistas) llegó a descubrimientos realmente interesantes como, por ejemplo, que mayores niveles de testosterona están asociados a niveles mucho más altos de toma de riesgo, a una mayor habilidad para detectar oportunidades, a mejores reflejos físicos y eventualmente a más ganancias (al punto de que el nivel de testosterona que un agente tiene a la mañana es un predictor preciso de sus ganancias de la jornada).

También descubrió que la cantidad de andrógenos presentes en la sangre en el momento de la gestación de un futuro corredor de Bolsa afecta a los niveles de riesgo que éste estará dispuesto a tomar una vez inmerso en el mundo bursátil (ya que la mayor presencia de estos andrógenos aumenta la sensibilidad del cerebro a la mencionada testosterona).

Lo anterior nos lleva a pensar que tal vez sea el efecto de la testosterona sobre las pasiones lo que hace más popular al fútbol, al básquet y al tenis masculino que a sus versiones femeninas. Por otra parte, los corredores con más experiencia mostraron mayores niveles de andrógenos al momento de su gestación, lo cual parece indicar una especie de “selección natural bursátil”. A su vez, si bien la testosterona parece ser la propia de los momentos de “boom”, el cortisol (que es otra hormona) se asocia mejor con los momentos de “crash”: esta última, que se genera en momentos de estres, pérdidas, dolor, incertidumbre y volatilidad económica y financiera, envía al cerebro señales vinculadas al pesimismo y la desazón, por lo que luego de que una burbuja financiera explota, la recuperación puede verse enlentecida por el alto nivel de cortisol en la sangre de los agentes de Bolsa.

En conclusión, las neurociencias nos muestran de nuevo cómo los modelos económicos clásicos nos mienten una y otra vez: no existe un “agregado homogéneo de agentes unidimensionales” tomando decisiones estrictamente racionales y objetivas, y tal vez para resolver los problemas financieros de Europa y Estados Unidos ayudaría invitar a los corredores de Bolsa y a los gerentes de bancos y fondos de inversión a unas tranquilas vacaciones en el Caribe y poner mujeres en su lugar.

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