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Pruebas PISA

Algunas reflexiones

21 diciembre de 2013

(Columna de Silvana Melitsko, economista de la Fundación Pensar)

Dos semanas atrás el tema de la calidad educativa estuvo, como sucede muy de vez en cuando, en la tapa de los diarios. Fue con motivo de la publicación de los resultados de PISA, la evaluación que compara el desempeño de estudiantes de quince años en pruebas estandarizadas de lengua, matemática y Ciencias en 65 países o regiones. Podemos señalar tres hechos destacables.

En primer lugar, promediando las tres disciplinas, siete de los diez primeros puestos de la comparación internacional fueron ocupados por economías asiáticas, mientras que los alumnos de varios países occidentales industrializados, incluyendo Estados Unidos, empeoraron su desempeño relativo.

El segundo hecho significativo es el bajo puntaje obtenido por los alumnos latinoamericanos: los ocho países de la región que participaron de las pruebas se ubicaron en los últimos quince puestos.

El tercer hecho significativo es el retroceso en el ranking de los alumnos argentinos, que figuraron en el puesto 59, no sólo muy por detrás de las economías asiáticas y del mundo desarrollado, sino también de Chile, Brasil, México, Uruguay y Costa Rica.

Queremos reflexionar en esta nota sobre algunos condicionantes de los resultados observados y evaluar la posibilidad de avanzar en materia de calidad educativa. Durante el lapso que los medios se hicieron eco del anuncio se escucharon excusas, justificaciones y aprovechamiento político. Abundaron críticas al oficialismo centradas en el supuesto fracaso que implica incrementar de manera significativa la inversión en educación, ciencia y tecnología, que hoy supera el 6% del PIB, sin lograr mejoras acordes en indicadores de calidad.

Por el lado del oficialismo y los gremios afines, se cuestionó la relevancia de las pruebas internacionales, señalando al mismo tiempo los avances en materia de inclusión: si bien no mejoraron los indicadores de calidad, hay más alumnos asistiendo a clase.

¿Inclusión, habilidades o incentivos?

Según los dos últimos censos nacionales de población, el número de adolescentes de quince años asistiendo a establecimientos educativos pasó de 570.427 en 2001 a 652.781 en 2010. Esto implica un salto en la cobertura del 86% al 91% respecto a la población de referencia, con un saldo neto de 82.354 nuevos alumnos incluidos en el grupo evaluado por PISA. En paralelo, observamos que entre 2000 y 2012 el puntaje promedio obtenido en las pruebas de lectura pasó de 418 a 396. Si forzamos la hipótesis de que el desempeño de los alumnos “originales” o equivalentes se mantuvo y la caída fue resultado del pobre desempeño de los 82.000 nuevos incluidos, un simple cálculo aritmético nos lleva a concluir que éstos obtuvieron un puntaje promedio 42% por debajo del que obtuvo el grupo original. Esto implica un estancamiento relativo de la mayoría y una inclusión de carácter rudimentario para los “nuevos”.

En segunda instancia, para contextualizar adecuadamente los resultados obtenidos y los desafíos pendientes, hay que referirse a los incentivos económicos y socioculturales que afectan el desempeño escolar y exceden las virtudes y defectos del sistema educativo. En este sentido, podemos pensar que la industrialización tardía y acelerada de los países asiáticos generó una demanda creciente de profesionales y empleo altamente calificado.

Por otro lado, hay que enfatizar los incentivos extraeconómicos que se originan en la familia y en los distintos procesos de socialización. En Estados Unidos se ha generado un intenso debate acerca de las virtudes y defectos del modelo de crianza “asiático” en oposición al occidental o, más precisamente, norteamericano. Suele afirmarse que mientras el primero pone énfasis en la disciplina, el esfuerzo, la competencia y los logros individuales, el segundo es menos exigente y apunta a fomentar la autoestima, la libertad y la creatividad. Los estilos y valores diferentes y su transmisión intergeneracional podrían explicar, en alguna medida, que los jóvenes inmigrantes de origen asiático y sus descendientes nacidos en suelo norteamericano tengan un desempeño académico superior al de sus pares norteamericanos de origen caucásico.

Ninguna de estas circunstancias, esto es, la posibilidad de producir bienes cada vez más sofisticados desde el punto de vista tecnológico ni el contexto sociocultural contribuyen en nuestro país a fomentar el desempeño académico. Esto se acentúa por la tendencia, a lo largo de la última década, hacia la caída de los retornos a la educación (esto es, la brecha entre el ingreso promedio de individuos con distinto nivel educativo), un fenómeno que se observa en toda América Latina y algunos comentaristas atribuyen a que el boom de los commodities llevó a una mayor demanda relativa de trabajo no calificado.

Las propuestas

Queda abierto el interrogante de si es posible mejorar los resultados a partir de cambios en el sistema educativo. Propuestas en este sentido se escucharon en las jornadas organizadas por CIPPEC bajo el lema “La Hora Educativa”. Las que mayor consenso generan son de carácter “incremental”, apuntando a aumentar la cantidad de horas de clase aplicando de la doble jornada, la educación temprana y el control del ausentismo docente. Si bien todas ellas son, sin lugar a dudas, necesarias e importantes, no hay que soslayar que las pocas horas de clase se explican también por la cantidad de feriados y paros, y que los estudiantes argentinos lideran el ranking de ausentismo.

Propuestas más sustantivas que implican modernizar planes de estudio y modalidades de enseñanza, eliminar el sesgo enciclopedista y apuntar a la formación y adquisición de habilidades de complejidad creciente suenan más esperanzadoras, pero chocan con los desafíos que implica lidiar con una burocracia gremial que nuclea alrededor de 800.000 docentes en todo el país. Finalmente, se mencionó de manera reiterada la necesidad de jerarquizar la carrera docente. Dejamos como tarea para el hogar calcular el esfuerzo fiscal que significaría equiparar, por ejemplo, el sueldo de la planta de la provincia de Buenos Aires al salario promedio de un chofer de camiones, no digamos de un ingeniero.

Una última cuestión apunta al liderazgo y el discurso político. Hemos sostenido que los resultados educativos reflejan valores de una sociedad y éstos no se alteran fácilmente. Sin embargo, los líderes políticos están en inmejorables condiciones de cambiar, inspirar y encauzar dichos valores. No es impensable una dirigencia que transmita entusiasmo por el conocimiento y el progreso personal por medio del esfuerzo que requiere sobresalir en alguna actividad intelectual. Así como se ha revalorizado la figura del militante en los últimos años, podemos pensar que hay algo de militancia en la labor de figuras como Federico Leloir o Bernardo Houssay, que contra todos los pronósticos, y en ocasiones desafiando al poder político, generaron descubrimientos científicos de carácter revolucionario.

Los valores no son inmutables, y modificarlos no tiene costo económico, aunque no implica que sea fácil.

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