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El otro "campo"

Las economías regionales

18 noviembre de 2013

(Columna de Juan Cruz López Barrios y José Anchorena, economista y director de Desarrollo

Económico, respectivamente, de la Fundación Pensar)

Geográficamente, la economía argentina puede dividirse en forma algo esquemática en tres tipos de economía: las grandes ciudades, los cordones de las grandes ciudades o conurbanos y el “campo”.

Las ciudades están basadas, sobre todo, en la producción de servicios, suelen tener buena infraestructura, niveles de vida relativamente altos y una inserción mundial destacada, tanto en comercio como en ideas. La economía del conurbano tiene dos componentes: la producción de bienes y la de servicios de bajo valor agregado. La primera suele necesitar de cierto proteccionismo para subsistir, sea medio de un tipo de cambio subvaluado y/o aplicando restricciones a las importaciones. Los servicios del conurbano, desde el comercio hasta la venta ambulante, presentan una gran heterogeneidad pero todos suelen tener un grado de informalidad importante. Se trata de una economía que necesita y al mismo tiempo sufre el aislamiento con respecto al mundo, tanto en comercio como en tecnología. Aquí están los mayores desafíos económicos y sociales de nuestro país.

Los “campos”

El “campo”, el interior rural y de ciudades pequeñas es una economía basada en recursos naturales y capital humano. Incluye la producción de bienes primarios, pero también la elaboración de esos bienes: la mitad de la industria argentina tiene base en recursos naturales. Posee eslabonamientos hacia atrás y hacia adelante. En general, se encuentra bien insertada en el mundo en cuanto a tecnologías y comercio. Sin embargo, el “campo” puede dividirse a su vez en dos grandes sectores: el de productos tradicionalmente pampeanos, como los cereales, las oleaginosas, la carne y la leche, y el de productos tradicionalmente extrapampeanos, llamados comúnmente economías regionales.

La diferenciación geográfica pampeano vs extrapampeano ha perdido algo de sentido por dos motivos. Primero, por el desplazamiento de la frontera agrícola de productos pampeanos hacia Cuyo, el NOA y el NEA. Segundo, por la expansión de productos regionales a la zona pampeana, tales como el maní en Córdoba. En nuestra opinión, la característica fundamental que distingue a los dos tipos de producción del “campo” es la uniformidad tecnológica con la que se producen los primeros (sea en Buenos Aires o en Salta) en contraste con la heterogeneidad con que se opera dentro de las economías regionales.

La dimensión

¿Qué tamaño tienen las economías regionales? Basándonos en datos de Roberto Bisang, otros de la Cepal y en fuentes complementarias, hemos calculado el valor total de la agroindustria argentina. Consideramos como tal todo lo relacionado a recursos naturales no mineros, por lo que también incluimos a los sectores forestal y pesquero. Así, mientras que la agroindustria argentina representa cerca del 27% del PIB del país, alrededor de US$ 130.000 millones, el valor de las cadenas de economías regionales (incluyendo la vid, el arroz, el algodón, la caña de azúcar, el sector frutihortícola, el té, el tabaco, la yerba, etcétera) representa cerca del 17% del valor agroindustrial, algo más de US$ 22.000 millones.

Agroindustria argentina. Indicadores principales por sector. Fuente: Elaboración propia.

Es interesante comprobar que una importante porción de las exportaciones agroindustriales provienen de este sector, también cercano al 18% del total agroindustrial (alrededor de US$ 8.500 millones).

A esto se suma el hecho de que cerca del 60% de esas exportaciones son de productos elaborados. Y, más que nada, el peso del sector es importantísimo en cuanto a empleo, representando 46% del empleo total agroindustrial con más 1.1 millón de empleados. La contracara de ese alto nivel de empleo es la baja productividad laboral, lo que implica salarios bajos y alta informalidad. Así, mientras que la productividad laboral promedio de la agroindustria es cercana a US$ 52.000 por empleado (y la del sector de cereales y oleaginosas de US$ 163.000 por empleado), la productividad laboral en las economías regionales es de sólo US$ 20.000 por empleado.

Al igual que muchos sectores productivos, las economías regionales sufren las consecuencias de la alta inflación, la devaluación del tipo de cambio oficial, el desdoblamiento cambiario, la apreciación real del tipo de cambio, altos niveles de presión tributaria y altas tasas de interés. Los tres primeros factores generan un importante aumento de costos y reducción de la rentabilidad. Tomemos el caso de la actividad olivícola: los principales insumos (mano de obra, energía, gas-oil y urea) tuvieron entre 2005 y 2012 incrementos superiores al 200% mientras que el precio de la aceituna aumentó alrededor de 100%, por aumentos cercanos a 50% tanto del precio internacional como del tipo de cambio.

Por otro lado, los altos niveles de presión tributaria, que incluyen derechos de exportación del 5%, resultan determinantes para el sector. Finalmente, las altas tasas de interés desincentivan la inversión en tecnología, la cual podría mejorar considerablemente la situación de los productores y de los consumidores.

Sumado a problemas coyunturales producto de la mala administración de la macroeconomía, las economías regionales sufren una variedad de problemas propios debido, en gran parte, a la heterogeneidad que existe dentro de cada una de las producciones. En cada sector conviven grandes empresas eficientes, exportadoras, líderes a nivel local y en algunos casos a nivel internacional con un gran número de pequeños productores, que utilizan poca maquinaria, técnicas de producción tradicionales, poco competitivas y con bajo nivel de capital humano.

Un claro reflejo de esto es la producción azucarera. En Tucumán, el 91% de los productores cuenta con menos de 50 hectáreas, mientras que en Jujuy el 78% cuenta con más de 50 hectáreas. El 60% de la caña procesada por los ingenios en Tucumán proviene de productores independientes, quienes utilizan mano de obra familiar y maquinaria de una edad mayor a 20 años. En Salta y Jujuy, los ingenios son propietarios de 90% de la materia prima que procesan, utilizan poca mano de obra concentrada en la plantación y obtienen un diferencial de rendimientos superior al 20%.

Otro de los problemas que enfrentan las economías regionales está relacionado con la calidad del empleo. En primer lugar, existe una gran informalidad en la contratación de trabajadores. Dada la dificultad en el control, los trabajadores aceptan condiciones de informalidad a cambio de recibir un salario levemente superior al acordado por la UATRE. Esto los deja desprotegidos, sin los beneficios laborales de la formalidad ni los aportes que le permitirían gozar de una jubilación. Este entorno de informalidad también se refleja en las condiciones de trabajo. En muchos casos no gozan de niveles mínimos de higiene para los trabajadores y, en consecuencia, para los consumidores que compran los productos. En segundo lugar, debemos destacar el trabajo infantil como uno de los problemas urgentes a resolver. El uso de mano de obra familiar hace que los jóvenes comiencen con las tareas a muy corta edad.

Estadísticas del sector yerbatero nos ilustran esta problemática: las jornadas laborales duran entre 9 y 12 horas, los jóvenes de entre 11 y 17 años representan el 10% de los trabajadores y el 50% de los tareferos se inició en la actividad entre los 5 y 14 años.

Más impulso

Creemos que las economías regionales tienen el potencial para mejorar su producción y dar trabajo de calidad a un número creciente de trabajadores. Pero, para ello, es necesario que puedan invertir, los productores en capital físico (maquinarias y tecnología) y los trabajadores en capital humano (capacitación). De esta manera, las economías regionales, incluyendo a los pequeños productores, lograrán la competitividad necesaria para no depender de medidas coyunturales sino de su propio trabajo y esfuerzo innovativo. No sólo eso: se trata de la plataforma necesaria para permitir que muchas familias salgan de la pobreza rural.

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