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La derrota electoral K

Una explicación comportamental

16 septiembre de 2013

(Columna de Martín Tetaz, economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana -IIL- y del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales -CEDLAS-. Twitter: @martintetaz)

Furiosos se encendieron los motores de los acondicionadores de aire esta semana, cuando el verano nos regaló un cálido adelanto. La amenaza de una mayor cuenta de electricidad en la próxima factura se mostró infructuosa en su intento de frenar la corrida hacia el botón de encendido en las oficinas, las universidades y en los departamentos.

Exactamente lo que predice que sucederá el experto en economía del comportamiento Dan Ariely, dado que en tanto y en cuanto exista una separación temporal entre el momento del disfrute de un bien y el momento del pago, el consumo no se hará de manera responsable porque en el proceso de la maximización de la utilidad, el placer de encender el climatizador se procesa en la corteza frontal orbital, junto con el núcleo accumbens, pero la contabilidad de la consecuencia (la desutilidad del pago), correrá por cuenta del área del cerebro encargada de lidiar con las consecuencias futuras de nuestros actos (la corteza prefrontal dorso lateral).

Este doctor en psicología de la Universidad de la Universidad de Carolina del Norte comprobó su hipótesis de manera experimental, ofreciéndole a un grupo de sus alumnos una porción de pizza prepaga mientras que a otro grupo le cobraba por cada mordisco que le daba a la de mozzarella. Sistemáticamente, los que debían pagar en el momento de morder terminaron comiendo menos y reportando una menor satisfacción que aquellos que ya tenían la comida pagada por adelantado. Imagine el lector el uso que le daría al aire acondicionado si funcionara como una máquina expendedora de bebidas a la que hay que meterle monedas para que nos venda quince minutos de frescor.

Imagine, en cambio, que puede consumir libremente, no ya el ambiente climatizado, sino cualquier bien o servicio por el que recién tendrá que pagar mucho más adelante. ¿Se siente mejor, verdad?

Ariely cree que existe un “dolor de pagar” que funciona como una especie de impuesto moral que nos carga de culpa, restándole utilidad a nuestros consumos de modo que siempre se puede aumentar el placer de gastar si uno logra separar temporalmente el disfrute del bien de la experiencia desagradable del pago, máxime cuando este se hace de manera automática, debitándose de nuestra cuenta bancaria sin que siquiera lo notemos. Por esta razón resulta mucho más placenteras unas vacaciones que se han pagado por adelantado, o que se abonan en cuotas luego del viaje, mientras que el mejor modo de arruinar la experiencia es pidiéndole al turista que pague toda la cuenta el día de su regreso.

La Argentina

El efecto emocional negativo asociado al “dolor de pagar”, en rigor, fue descubierto por el profesor Zellermayer en 1996, pero no se me había cruzado por la cabeza como factor explicativo de la derrota electoral del oficialismo. Hasta que, recientemente, almorzando con Luciano Román, me comentó que mucha gente que conocía estaba ahogada con la tarjeta de crédito al tope del límite de financiamiento.

Me resultaba obvio, hasta entonces, que la causa principal de la derrota habíasido el establecimiento del cepo cambiario en noviembre del 2011, a todas luces la peor medida económica tomada por el kirchnerismo en estos diez años. Expliqué en su momento que el cepo, al alterar el normal funcionamiento del mercado cambiario, había introducido una notable incertidumbre respecto del dólar, y que en la memoria episódica de los argentinos los problemas con el dólar están grabados emocionalmente como síntomas de crisis económica, de modo que la anormalidad había encendido las luces de alarma incluso de quienes ni siquiera habían pensado en comprar un dólar.

Los números

Pero luego del comentario de Luciano se me ocurrió mirar la evolución de los préstamos a usuarios de tarjetas de crédito y, efectivamente, los mismos aumentaron 103,4% entre julio del 2011 y mismo mes del 2013. Más aún: la cantidad de usuarios de tarjetas, según el último informe del BCRA, subió 31,98% en el ínterin. Los créditos personales, por su parte, escalaron 78,53% Paradojas de una década ganada en la que el stock de créditos hipotecarios se multiplicó nominalmente por 3,95 al tiempo que el financiamiento a tarjetas lo hizo por 32,81, anabolizando el consumo.

Es evidente que si el tipo de cambio alto fue la locomotora del crecimiento entre el 2002 y el 2006, mientras que los espectaculares términos de intercambio dieron cuenta del avance de la economía entre 2006 y el 2009, el boom del consumo en cuotas fue el factor explicativo clave del retorno de las tasas chinas en 2010 y 2011. Pero, claro, mientas los consumidores agotaban los saldos crediticios de sus tarjetas, todo era éxtasis a tal punto que la felicidad de los argentinos, medida por las encuestas de Gallup, pasó de 7,78 a 8,01 entre 2006 y 2011.

El problema es que las tarjetas (y los créditos personales) tienen un límite, y puesto que la masa de ingresos de la población (según la Encuesta Permanente de Hogares) sólo ha crecido 64,88% en los últimos dos años, el aumento del stock de préstamos por encima de ese nivel implica una carga de deuda mayor que hay que abonar y que genera sin dudas una caída de la felicidad, puesto que el disfrute del consumo quedó atrás, y ahora se siente de lleno el “dolor de pagar”.

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