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Cómo ganar competitividad...

... sin bajar salarios

16 julio de 2013

(Columna de Ariel Coremberg, profesor de Teoría y Medición del Crecimiento Económico -UBA- y coordinador del proyecto ARKLEMS+LAND Source of Growth, Productivity and Competitiveness Database)

La economía argentina, luego de la recesión del año pasado, se encuentra ante el desafío de un nuevo escenario macroeconómico dado por la posible reversión de los vientos de cola que impulsaron el crecimiento y la necesidad de resolver las distorsiones que genera la inflación acumulada. Nuestro país necesita enfrentar definitivamente un viejo dilema no resuelto por décadas y que resulta clave para su crecimiento futuro: un sistema económico que permita incentivar la competitividad y el crecimiento, al mismo tiempo que acrecentar y sostener los salarios reales sin recurrir a devaluaciones abruptas que atentan contra su poder adquisitivo y la distribución del ingreso.

Un incremento de los salarios por encima de la inflación confiablemente medida presenta beneficios y costos para la economía argentina. Por un lado, aumenta la capacidad de compra de los trabajadores y el consumo, pero al mismo tiempo suben los costos laborales de aquellos sectores que demandan trabajo para producir bienes y servicios, competir con importaciones y exportar, afectando negativamente su competitividad.

Esta nota se refiere a esta última disyuntiva: cómo ganar competitividad sin afectar el poder adquisitivo de los salarios.

El desafío

Primero, tal como nos enseñara Alberto Fracchia, notable economista fundador de las Cuentas Nacionales en la Argentina y América Latina: la calidad y consistencia de los números para el diagnóstico. De acuerdo a nuestras mediciones alternativas basadas en series confiables y métodos tradicionales que realizamos en el marco del proyecto ARKLEMS+LAND (Source of Growth, Productivity and Competitiveness of Argentina), en coordinación con la Universidad Harvard, el poder adquisitivo del salario del conjunto de los trabajadores asalariados de todos los sectores de la economía argentina alcanzó uno de los mayores niveles de las últimas cuatro décadas, tal como lo presenta el gráfico.

Un logro de esta década es que el salario real, medido por índices confiables, recuperó la perdida generada por la devaluación del 2002 y, en 2012, se encontraba 20% por encima del año 1998 (máximo nivel del PIB de la década del '90) y del 2001 y sólo 15% por debajo de los máximos niveles del salario real de los años 1973-1974, aunque debe decirse que resultaron, ex post, transitorios dado el efectivo aunque insostenible congelamiento de precios y posterior caída por efecto del Rodrigazo.

Los últimos años

A pesar de la aceleración de la inflación a partir del 2006, los salarios de los trabajadores formales lograron crecer por encima de la inflación confiablemente medida (con gran heterogeneidad sectorial), impulsadas adicionalmente por una mayor registración de la mano de obra asalariada. No obstante, los ingresos de los asalariados no registrados siguen aún por debajo del promedio de la década de 1990. Más aún, cuando se incorpora a esta medición a los trabajadores cuentapropistas, que en la mayoría representan “relaciones salariales informales” no sólo en el sector privado sino incluso en el sector público, la recuperación de sus ingresos fue mucho más lenta, impactando en una recuperación más moderna del poder adquisitivo de los ingresos laborales del conjunto de los trabajadores, con ingresos laborales promedio similares a los de 1993.

Sin embargo, cuando se enfocan los salarios como el costo laboral incurrido para la producción de bienes y servicios (deflactando salarios y contribuciones patronales por los precios al productor y tomando en cuenta la evolución de la productividad laboral) el panorama que se presentaba como un éxito para los trabajadores, y que se desea sostener, se transforma en un “dolor de cabeza” para la competitividad de la economía argentina. Los costos laborales, habiendo llegado al mínimo en décadas a partir de la devaluación del 2002, recuperaron su nivel hasta ubicarse, en el 2012, 16% y 12% por encima de los años 1998 y 2001, respectivamente. Este doble juego de pinzas que funcionó hasta el 2011 se produjo como consecuencia de que los aumentos salariales fueron parcialmente compensados por mayores traslados a precios que por ganancias de productividad laboral.

Los mayores costos laborales son uno de los componentes sustanciales de la competitividad precio de una empresa, sector o país, reflejando una pérdida de competitividad de la economía argentina que se manifiesta en el reducido tipo de cambio real que, en su versión multilateral, se acerca peligrosamente, dado el contexto inflacionario, a niveles de la convertibilidad. Ello tuvo un claro impacto negativo sobre la actividad económica, que se desaceleró fuertemente desde 2007 (inclusive cayendo en recesión, como la del año pasado), al igual que el crecimiento del volumen físico en todos los rubros de nuestras exportaciones.

Si bien debe reconocerse que parte de este efecto se debió a la desaceleración de la economía mundial, los efectos negativos fueron mucho más marcados en la Argentina que en el resto de América Latina.

¿Cómo se logra?

Ampliando la taxonomía de Alfredo Canavese, insigne economista argentino especializado en macroeconomía y crecimiento económico, se proponen algunas de las posibles soluciones coyunturales y estructurales al dilema planteado de ganar competitividad y sostener, al mismo tiempo, el poder adquisitivo de los salarios:

1. Soluciones coyunturales: incrementando la competitividad- precio

Devaluación de la moneda nacional: ante la inflación existente, y un desempleo relativamente más bajo que hace diez años, significaría un “pass-through” (traslado a los precios) acelerado, afectando inmediatamente el poder adquisitivo de los trabajadores y erosionando rápidamente la mayor competitividad aparente inicial.

Un aumento en los precios de exportación: no sólo agrícolas sino también de los productos manufacturados. Sin embargo, este escenario posiblemente no se mantendría en el futuro cercano aunque su notable duración nos produzca la “ilusión” de tomar el auge de precios de las commodities como permanente; ello termina acentuando la dependencia de la economía argentina a cuestiones no controlables internamente, tendencia que resultó históricamente peligrosa.

2. Soluciones estructurales: incrementar la competitividad no precio

Ampliando la escala del mercado: el aumento del poder adquisitivo de los salarios y, por lo tanto, del consumo permite ampliar el mercado interno. Los acuerdos de integración con nuestros socios comerciales, especialmente el Mercosur, permiten ampliar la escala del mercado y pensar en términos globales. Una ampliación de la escala de producción producto de la expansión de mercados permite reducir costos fijos medios, incrementando la competitividad sin devaluar. Sin embargo, los presentes desacuerdos comerciales con los socios de Mercosur y la falta de una clara estrategia comercial dirigida a Asia y el resto del mundo emergente están afectando la posibilidad de ganar competitividad por esta vía.

Inversión: una mayor inversión permite aumentar el stock de capital disponible y, en especial, en infraestructura, reduciendo los costos fijos medios del transporte, los energéticos y otros costos relevantes referidos a la competitividad. Sin embargo, tal como probamos en otros estudios (en conjunto con Daniel Heymann) el incremento del stock de capital (especialmente de infraestructura) durante la última década fue insuficiente como para sostener el ritmo del crecimiento a largo plazo.

Productividad: una mayor eficiencia en la organización productiva, así como la innovación tecnológica incorporada en mejores bienes de capital o generadas endógenamente por el aparato productivo, permiten ahorrar costos e incrementar la productividad (sinónimo de la competitividad no precio). No obstante, de acuerdo a nuestras estimaciones del proyecto ARKLEMS, las ganancias de eficiencia e innovación (resumidas en la variable Productividad Total de los Factores) fueron escasas y el nivel de eficiencia de la economía argentina se encuentra aún por debajo de lo alcanzado en la década pasada.

Conclusión

La presente coyuntura internacional permite avizorar una suavización de los vientos de cola que hasta el año 2011 permitieron impulsar el crecimiento de América Latina y de la Argentina. Por primera vez en décadas, la economía argentina podría enfrentar el cambio de escenario internacional sin entrar en una profunda crisis social y económica.

La posible reversión negativa de los términos de intercambio afectará mayormente a aquellas economías latinoamericanas especializadas en commodities energéticas y metálicas, y no necesariamente a las agrícolas(cuyos precios tienenbaja probabilidad de retornar a niveles previos al auge pero también de caídas extremas). Los desequilibrios acumulados en términos de inflación, cuentas fiscales, balanza comercial, tarifas y costos no son de una magnitud extrema como los enfrentados durante los años 1974- 1975, 1982, 1989-1990 y 1998-2002.

Sin embargo, dichos desequilibrios, en la medida en que no se ajusten y se acumulen, pueden llegar a tener un impacto mayor sobre la capacidad productiva y ser más sensibles a cambios en los parámetros internacionales que afectan nuestra economía. La dinámica de conflictos distributivos que está generando la inflación y el agotamiento de los “colchones” macroeconómicos heredados de la megadevaluación del año 2002 incentivan la necesidad de recurrir a soluciones estructurales.

Ya no hay tipo de cambio real competitivo, posibilidad de financiamiento de inversión y capital de trabajo por utilidades retenidas (y gran reducción de los costos laborales y participación de los asalariados en el ingreso nacional) ni superávit fiscales y externos, y se destruyó la credibilidad en la política económica mediante la intervención del sistema estadístico. Reconstruir la credibilidad del sistema estadístico, reducir lo inflación y mejorar la previsibilidad de la política económica es clave.

De otra manera, incentivar la inversión en el actual contexto de inflación e incertidumbre significa recurrir a mecanismos distorsivos para garantizar rentabilidades siderales en contra de los salarios y el empleo.

La propuesta de esta nota, entonces, es: mayor énfasis de las políticas públicas y económicas en la estabilidad macroeconómica; credibilidad del sistema estadístico; incentivos macroeconómicos a la inversión y productividad en un contexto de baja inflación y una estrategia de inserción en el comercio internacional para ganar escala y mercados. Estas son las claves que permitirían ganar competitividad sin recurrir a devaluaciones abruptas, sin afectar el poder adquisitivo del salario e incrementar y sostener el crecimiento económico en el largo plazo.

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