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¿Devaluar?

¿O enfocarse en la competitividad sistémica?

26 julio de 2013

(Columna de Diego Giacomini, economista jefe de Economía & Regiones y profesor de Teoría Monetaria de la UBA)

La fuga de capitales de los últimos años volvió a poner a la política cambiaria y al tipo de cambio en el centro de la discusión económica. El cepo, el desdoblamiento y la brecha cambiaria, que surgieron después de esa fuga, potenciaron la discusión. La discusión actual podría ser resumida en forma sencilla.

Hay dos posturas contrapuestas. Por un lado, están los devaluacionistas que sostienen que el tipo de cambio actual está sobrevaluado y atenta contra el nivel de actividad. Según este punto de vista, se necesitaría una devaluación para recuperar la competitividad y la protección pérdidas; esto, dicen, incentivaría las exportaciones, la producción doméstica, el empleo y nivel de actividad.

Del otro lado, está el Gobierno, que sostiene que una devaluación sería inflacionaria y recesiva. Sin embargo, la política cambiaria del Gobierno K contradice su discurso.

La Argentina es el único país de la región cuyo tipo de cambio nominal contra el dólar se ha depreciado durante los últimos años. Punta a punta de la administración K, hay un aumento nominal del poder adquisitivo del dólar del 90%, ya que subióde $2.84 a $5.44 pesos. Es más, el ritmo de devaluación se está acelerando, pasando de 18% (abril), a 21% (mayo) y 23% (junio). De hecho, la Argentina es el único país de la región (salvo Uruguay), cuyo tipo de cambio nominal contra el dólar es actualmente más elevado que en 2001. El tipo de cambio nominal contra el dólar en Brasil (14%); Perú (27%) y Chile (28%) es más bajo que en diciembre 2001.

Esta fuerte depreciación nominal permite que la Argentina sea el único país de la región cuyo tipo de cambio real (ajustado por inflación) contra el dólar se ubique actualmente por encima (5%) del valor de la convertibilidad. Por el contrario, los países vecinos presentan tipos de cambio reales contra el dólar entre 43% y 20% más bajos que en 2001 En pocas palabras, en términos estrictamente macroeconómicos, la competitividad y la protección del actual tipo de cambio real no son malas para la Argentina, porque tenemos un tipo de cambio real (contra el dólar) favorable en comparación con nuestros competidores y socios regionales. Evidentemente, nuestro problema de nivel de actividad debe venir por otro lado.

¿Hacia adónde vamos?

La teoría económica sólo (es poco y mucho a la vez) puede explicar y anticipar los movimientos de tipo de cambio en el largo plazo. Por el contrario, nos puede aportar nada o muy poco sobre el tipo de cambio en el corto plazo. La teoría de la paridad de compra (PPP) es la piedra angular de la teoría económica del tipo de cambio. Según la PPP, en el largo plazo el tipo de cambio entre dos países dependerá del diferencial de inflación entre dichas economías. Es decir, si en el largo plazo la economía A tiene 50% de inflación y la economía B tiene sólo el 10%, la moneda del país A debería depreciarse 40% en relación a la moneda del país B.

Este enfoque debería complementarse con el modelo de Dornbusch sobre tipo de cambio con expectativas racionales. Este modelo explica la trayectoria temporal de los tipos de cambio en relación a los movimientos de política monetaria y fiscal doméstica, así como también el impacto de los movimientos de la tasa internacional de referencia sobre las diferentes monedas. Es decir, nos dice como impactan los movimientos de políticas domésticas y los cambios de tasas de la Reserva Federal sobre los tipos de cambio.

A grandes rasgos, la teoría económica nos dice que si un gobierno genera un shock (anticipado o no) de emisión monetaria, sus tipos de cambio nominal y real experimentarán un fuerte salto y depreciación (overshooting) en el corto plazo (la Argentina en el 2002). No obstante, este mismo modelo nos explica que si luego de la devaluación, la economía comienza a crecer fuertemente, lo más probable es que surjan presiones de apreciación nominal (la Argentina 2003/2005).

Sin embargo, este modelo de Dornbush también explica que evitar la apreciación nominal con emisión monetaria es inflacionario y convierte la apreciación nominal en apreciación por inflación (la Argentina del 2006 en adelante). A su vez, Dornbush nos explica que si la tasa internacional de referencia se reduce y los países (Chile, Brasil, Uruguay y Perú, por ejemplo) reciben financiamiento de cartera y/o IED proveniente del mercado internacional, sus tipos de cambios nominales y reales se aprecian En pocas palabras, la teoría económica nos predijo que Chile, Brasil, Uruguay y Perú experimentarían una apreciación del tipo de cambio real por apreciación nominal y la Argentina registraría una apreciación por inflación con depreciación nominal del tipo de cambio.

Es más, la teoría nos muestra que los tipos de cambio se apreciarán hasta que la tasa de referencia del mercado internacional suba. Según este enfoque, cuando la FED comience a subir la tasa, el precio de los commodities se abaratará y los capitales se retirarán (en parte) de las economías emergentes, y por ende,los tipos de cambio nominales y reales de la región se depreciarán.

Competitividad sistémica

En este marco, la teoría económica es bien clara. El tipo de cambio real brinda competitividad y/o protección no sustentable y de corto plazo, es decir, una clase de competitividad que puede rápidamente evaporarse tan sólo con un cambio de política cambiaria, monetaria o fiscal en nuestros competidores y/o socios comerciales. En este marco, la teoría económica recomienda que los países apunten a mejorar su competitividad sistémica, que es totalmente independiente del tipo de cambio real. A diferencia de la competitividad (protección) por tipo de cambio, la competitividad sistémica no depende de variables internacionales fuera de nuestro control, es decir, no se encuentra expuesta a las decisiones en otras economías.

Por el contrario, la competitividad sistémica depende de la calidad de nuestras políticas de largo plazo. La competitividad sistémica es la competitividad “de verdad” y por eso es sustentable y perdura en el largo plazo. La competitividad sistémica tiene en cuenta la calidad de las instituciones, de la infraestructura, el ambientemacroeconómico, la salud y educación primaria, la educación superior y el entrenamiento, la eficiencia del mercado de bienes, la eficiencia del mercado laboral, el desarrollo del mercado financiero, la preparación tecnológica, la sofisticación de los negocios y el grado de innovación.

El país vs. la región

¿Dónde se encuentra la Argentina en términos de competitividad sistémica tanto a nivel regional cómo mundial? De acuerdo con el relevamiento del Foro Económico Mundial, en materia de competitividad sistémica el país ocupa el puesto 94 de 144 países relevados. En la región sudamericana, la Argentina (94º) ocupa el séptimo lugar detrás de Chile (33º), Brasil (48º), Méjico (53º), Perú (61º), Colombia (69º) y Uruguay (74º).

La Argentina no sólo se ubica en el puesto 94º a nivel mundial y séptima puesto a nivel regional, sino que es el peor país de la región en cada uno de los tres subíndices que conforman el índice de competitividad sistémica. En requerimientos básicos, ítem más importante dentro de la competitividad sistémica, la Argentina en la región está última “cómoda”, ocupando el puesto 96º a nivel mundial.

Es más, al abrir requerimientos básicos, encontramos que la calidad de las instituciones argentinas es por lejos la peor de los siete países evaluados en la región. Mientras que nuestras instituciones ocupan el puesto 138º a nivel mundial, las instituciones de Chile (28º), Uruguay (36º) y Brasil (79º) obtienen un posicionamiento mucho mejor. Es más, las instituciones de Méjico (92º), Perú (104º) y Colombia (109º) también obtienen una mejor calificación que nuestras instituciones.

Al mismo tiempo, en ambiente macroeconómico, la Argentina (94º) también ocupa el peor puesto de los siete países evaluados en la región, muy por detrás de Chile (14º), Perú (21º), Colombia (34º), Méjico (40º), Brasil (62º) y Uruguay (63º). En materia de infraestructura, la Argentina ocupa el puesto 86º a nivel mundial, lo cual la ubica quinta a nivel regional por delante de Perú (89º) y Colombia (92º), pero detrás de Chile (45º), Uruguay (49º), México (68º) y Brasil (70º). La Argentina sólo está bien en salud y educación primaria, en dónde está 59º a nivel global y segunda en la región, sólo detrás de Uruguay (50º) pero por delante de México (68º), Chile (74º), Colombia (85º), Brasil (88º) y Perú (91º).

La foto de la competitividad sistémica argentina no es buena, pero la película es aún peor. Mientras que los países de la región han aprovechado los últimos ocho años de excepcional bonanza internacional para mejorar su competitividad sistémica, la competitividad argentina empeora año tras año. En los últimos dos años, la Argentina perdió siete lugares el ranking de competitividad sistémica mundial mientras que Chile (3), México (13), Perú (12), Brasil (10), Paraguay (4) y Bolivia (4) mejoraron varias posiciones. De hecho, en la actualidad, la competitividad sistémica de la Argentina (94º) se encuentra mucho más cerca de Paraguay (116º) y Bolivia (104º) que de Chile, Brasil, Perú, Colombia o Uruguay (74º).

En definitiva, el problema de la Argentina es que tiene una muy baja competitividad, y que se ubica por debajo de la de sus socios y competidores de la región. Justamente, la macroeconomía de nuestros países vecinos puede convivir y funcionar “bien” con tipos de cambio reales más bajos quela Argentina, porque sus economías presentan una competitividad sistémica mayor que la que tiene nuestro país. Además, esta mayor competitividad sistémica se traduce generalmente en más inversión, mayor creación de puestos de trabajo, más baja tasa de desempleo y crecimiento económico menos volátil y más sustentable.

Dejemos de pensar en devaluar. Dejemos de pensar que el tipo de cambio puede solucionar todos los problemas. La teoría y la evidencia empírica demuestran lo contrario. No tapemos los problemas con el tipo de cambio. Hay que trabajar en infraestructura económica, en la calidad de instituciones y las políticas económicas. Hay que atacar los problemas de fondo de nuestra economía. Hay que mejorar la competitividad sistémica.

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